Mientras sus abuelos y papás hablaban en otomí, Miriam Martínez Benítez los escuchaba atenta. Y, cada vez que los veía reír en la plática, se preguntaba: ¿De qué hablan? Saber el significado de sus charlas la intrigaba, pero no entendía lo que decían, ella no hablaba otomí, fue hasta la universidad que comenzó a estudiar la que debería ser lengua materna.

“Yo tuve un proceso, se podría decir, de negación de la lengua, porque mis papás no querían enseñarnos a nosotros el otomí, pero al estar con la familia escuchas todo el tiempo y aprendes unas cuantas palabras”, dice.

En el municipio de Temascalcingo, Estado de México, predomina la cultura Mazahua y sólo una fracción pertenece a los otomíes. Miriam nació en San Mateo el Viejo, región que enfrenta la desaparición de su lengua.

“Ya no se está enseñando el otomí en mi comunidad, ya no hay interés, estamos haciendo el cálculo de que terminando la generación de nuestros padres, se acabó”, dice.

La futura maestra en Estudios Amerindios y Educación Bilingüe, comenzó a aprender otomí hasta que ingresó a la carrera de Lengua y Cultura en la Universidad Intercultural. Ahí se dio cuenta que sin la lengua no hay cultura y sin cultura no hay lengua.

“Yo creía que sólo en mi comunidad se hablaba otomí, pero no, aprendí que hay otras lenguas y que de todo se puede aprender, que todo lo que decimos en la vida cotidiana, aunque sean palabritas, son utilizadas en otomí, es impresionante como uno aprende la lengua y empecé a hacer investigaciones”.

Su principal fuente de conocimiento para sus investigaciones fue su familia: “Siempre le preguntaba a mi abuelo y él decía: ¿Para qué te sirve eso? Yo le decía: Me lo piden en la escuela. Y me decía: ¿Por qué te piden eso? Los cuatro años que estudié yo le tuve que preguntar. Ahora, a mis primos que están naciendo les está enseñando el otomí, cosa que a nosotros no nos enseñaron y creo que eso es un gran paso, yo no tuve que hacer nada, él se dio cuenta de la importancia que tenía la lengua. Creo que si hiciéramos eso con cada uno los sensibilizaríamos y se podría rescatar la lengua”.

Las nuevas generaciones, señala Miriam, sí están interesadas por aprender otomí, sólo hace falta incentivarlos. Y, con campañas como Dilo en tu Lengua, es posible.

“Si queremos rescatar la lengua se tienen que dirigir tanto a las personas adultas como a los niños, para que así trabajen en conjunto, que los niños lleguen con sus abuelitos y les digan: Mira aquí dice: Hombre Araña. Así empezará una comunicación entre ellos y eso ayuda a que los niños se interesen más”, indica.

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