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O riginario de Poza Rica, Veracruz, Felipe García, de 35 años, trabaja en Latitud La Victoria como instalador de lozas.
Los motivos de su viaje son variados. Primero está la necesidad de mantener a sus dos hijos, de tres y nueve años, y a su esposa. Después, está el gusto por “las salidas”.
En Poza Rica, Felipe terminó la secundaria y decidió no continuar los estudios de preparatoria. Se metió a trabajar como chalán con uno de sus primos y descartó trabajar en la industria petrolera, una importante fuente de empleos en la ciudad.
Felipe dejó Poza Rica al cumplir los 21 años. Viajo a la Ciudad de México para trabajar como ayudante de un maestro de albañilería. Después, pasó por Acapulco, Nayarit y, finalmente, Puerto Vallarta, donde se quedó más de dos años en la construcción de un complejo hotelero.
Felipe, al igual que sus compañeros, está acostumbrado a mudarse continuamente y también vive en condiciones de hacinamiento, pues duerme sobre cartones y comparte la casa con otros 20 hombres.
Vive en el centro histórico de Querétaro, en una casa que renta su patrón para los empleados. Se ha acostumbrado a compartir el baño, dormir entre los otros y a tolerar cuando sus compañeros se ponen a tomar cervezas y “a echar relajo”.
Luego de un mes de vivir en Querétaro, Felipe sólo conoce el centro de la ciudad. Le gusta el clima templado y que las calles estén limpias; sin embargo, extraña a su familia.
“Los extraño, pero ya van varias veces que los dejo. Me voy un mes o dos meses. Sólo en Puerto Vallarta me lleve a mi esposa y a mi hijo el más grandecito, que tenía dos años; pero cuando empezó la primaria, ya no lo pude sacar a viajar”, dice.
Felipe menciona que al trabajar en la construcción, uno se enfrenta a dos situaciones de riesgo: una de ellas, es el peligro que conlleva la misma profesión y, otro, es la incertidumbre sobre su futuro.
Las prestaciones que recibe un trabajador en la construcción, según cuenta Felipe no son muchas para asegurar una vejez. El sueldo que reciben de la pensión por parte del IMSS no sobrepasa los 3 mil pesos mensuales. Esto obliga a que continúen trabajando hasta que la salud les alcance.
Además de la falta de seguridad social en la construcción, también en muchas ocasiones las empresas omiten las medidas de seguridad para sus trabajadores.
Cuenta que, al vivir en la Ciudad de México, presenció la muerte de dos de sus compañeros por un deslave de tierra.
“Cayeron ellos primero y la tierra les cayó encima. Se fueron dos personas, el maestro con su chalan. Ellos primero y encima la tierra y, entonces, hubo un momento en el que no pudieron respirar”, relata Felipe, al explicar que la muerte llega cuando a uno le toca y para él, esto fue el resultado de un “mal día”.
Felipe García desconoce el tiempo que seguirá en la Latitud, depende de la duración de la obra.
Lo único seguro para el hombre de Poza Rica es que al terminar volverá con su familia, con quien se quedará unos meses, hasta que otra obra comience.