El olor a pólvora es inherente a Boxasní, es la esencia de una de las 267 comunidades que conforman el municipio más extenso de Querétaro: Cadereyta de Montes.

A las orillas de la comunidad están los talleres de los hermanos González. Al final del camino empedrado de la última calle se distingue una calavera, símbolo universal de “peligro”.

El terreno está protegido por una malla de alambre; a la entrada hay una caseta de seguridad que da paso a un gran terreno en donde los “cueteros” prueban sus creaciones.

A la derecha se observa un par de cuartos de 3 x 3 metros, sin puerta; son talleres. A la izquierda, una fila de cuartos. Cada uno se ocupa para armar las piezas de los castillos, toritos; los últimos dos cubículos son para la fabricación de mechas y para el pesaje de los materiales químicos.

En el penúltimo está don Pedro González, de 64 años de edad, y que desde hace 50 se dedica a la fabricación artesanal de pirotecnia.

Sus manos tienen fuerza, los dedos negros por la pólvora y algunas cicatrices de quemaduras, algunas heridas se ven frescas, rojas; en la mesa de trabajo tiene unos tubos similares a los que se usan para conectar la señal de televisión (coaxiales).

Cada extremo lo abre con un cuchillo muy afilado, introduce una pequeña mecha negra y lo enreda con hilo de cuero (encerado) también negro, da dos vueltas, un par de nudos y corta. Mientras habla no deja de realizar esta maniobra.

“Mi papá trabajaba en esto, hacía muchos menos cuetes, poquitos para las fiestas del pueblo, hacía toritos, algunos cuetones y esto lo aprendí nomás de ver, desde chiquillo me venía con él al taller; a esto me he dedicado toda mi vida”, dice sin despegar los ojos de su tarea.

Pedro tiene cuatro hermanos, todos ellos tienen activos en el taller en donde también participan sus hijos y algunos nietos “es una herencia, esto es lo que nos gusta y lo hacemos muy contentos”, señala.

Los procesos, dice Pedro, también ha cambiado, los castillos (que son su especialidad) antes estaban hechos de varas, similares al carrizo, que se armaban en el piso para después levantarlos con cuerdas; ahora ya usan grúas de cadena para armar en el aire cada estructura.

Con Pedro trabajan sus hijos. Este 15 de septiembre uno de ellos estará en San José Iturbide, porque su arte no se limita a los talleres; viajan con las piezas hasta la fiesta para armar la estructura y después quemarla.

Advertencia real. El cubículo en donde Pedro trabaja es casi nuevo, hace poco tiempo las paredes tuvieron que erigirse de nuevo luego de la explosión que dejó dos jóvenes muertos.

El 11 de febrero de 2015, pasado el mediodía, uno de los talleres estalló provocando la extensión del fuego y el estallido de todos los cubículos: el polvorín de uno de sus cinco hermanos estalló cuando realizan las maniobras de fabricación e inició la cadena.

Los accidentes, reconocen, son comunes, no graves, pero sí comunes. La muerte de los jóvenes de 20 años es la tragedia más grande de la historia reciente de Boxasní.

La Fiesta de la Pirotecnia. El amor a su oficio es tan grande, dice Pedro, que cada año se festejan: el 8 de marzo es la Fiesta de la Pirotecnia; este año quemaron, uno tras otro, varios toritos durante cuatro horas.

En el Barrio de San Gaspar, en la cabecera municipal de Cadereyta, se juntan todos los pirotécnicos —con o sin permiso legal— para celebrar con música y comida. El elemento más importante son los castillos de más de20 metros de altura.

“Este año la hicimos aquí en Boxasní, para el siguiente año le toca a San Gaspar, así la hacemos un año y un año; nos toca entrar el 7, llevamos castillos y ellos nos reciben con bombas, y ya para el 8 es lo mero bueno”, señala.

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