“Ahora que ganó Trump y pretende resurgir el Ku Klux Klan, ¿qué sigue para ustedes y para el sector?”
–La situación es delicada, nos agarró a todos por sorpresa. Ahora se está convocando en Querétaro a una reunión de organizaciones que dan apoyo a los migrantes. Será un foro nacional, donde esperamos tomar postura, sacar una estrategia común. Lamento no poder decir más, pero pronto habrá un pronunciamiento.
El sacerdote Mario González Melchor, cofundador, junto con el activista Martín Martínez, de la Estancia del Migrante González y Martínez, organismo civil que desde hace más de una década provee alimentos y medicinas a migrantes, primordialmente centroamericanos, que viajan en los trenes que cruzan la entidad por Tequisquiapan.
La estancia, así como otras organizaciones que operan en pro de los derechos del sector, se encuentra “despertando a la pesadilla y en alerta máxima” —define Martínez— tras la victoria del magnate Donald Trump.
Las preocupaciones de los defensores alcanzan un grado mayor frente a las noticias que hablan del fortalecimiento en aquél país de ciertos grupos supremacistas blancos, como el Ku Klux Klan (KKK).
La sola mención del KKK —legendario grupo racista fundado en Pulaski, Tennessee, hace 150 años— hace fruncir el ceño de González, párroco que si bien se distingue entre su grey por su carácter apacible y dicharachero, hoy teme que dicho ente pueda encausar una ola de agresiones contra la comunidad hispana que vive en EU.
“Es un tema difícil, hay que tratarlo con cuidado, porque los migrantes son afectados doblemente. De este lado, nos preguntamos qué vamos a hacer con tanto centroamericano, cómo podremos ayudarlos [ante un eventual aumento de los obstáculos para acceder al país del norte]; mientras que, del otro lado, con esa gente [el KKK], están en mayor riesgo de sufrir de violencia”.
Vivir junto al Ku Klux Klan. Actual párroco de la iglesia San Francisco de Asís, situada en Colón, González sabe bien de lo que habla, porque hace 15 años él mismo fue migrante dentro de Ohio, Estados Unidos.
Contó que tuvo “la mala suerte” de vivir entre 30 grupos racistas y a sólo kilómetro y medio de la sede nacional de los grupos segregacionistas Red October y U.S. Knights of the Ku Klux Klan (Klanes Imperiales de América).
“En mayo de 2001, cuatro meses antes de la caída de las torres gemelas, fui enviado por mi iglesia a encargarme de la parroquia de St. Julie Billiart, en la pequeña comunidad de Hamilton, en Cincinnati, Ohio. Era un lugar muy frío, en todos los sentidos, casi pegado a Canadá, donde las misas se daban en inglés”, comentó.
“Pero a mí, como buen mexicano, hijo de padre queretano y madre poblana, con fuerte raíz indígena, se me ocurrió dar misa en español; justamente pensando en que allá estaban muchos jóvenes migrantes de origen mexicano, hondureño, salvadoreño o guatemalteco, entre otros”, dijo.
“Eran migrantes que nunca iban a la iglesia, pero que al darse cuenta de la misa en español, comenzaron a asistir, resultando un éxito. La noticia salió en los periódicos de Cincinnati, como boom: ‘Primera misa en español a cargo de un sacerdote mexicano’. Comenzamos con 14 asistentes y al final éramos 800. Rebasamos el límite de la propia parroquia”, agregó.
Reconoció que “aquello resultó insostenible en esa zona del mundo, donde el KKK sesionaba a sólo unos minutos del lugar, de tal suerte que pronto nos corrieron. Fuimos maltratados y luego expulsados, después de recibir muchas presiones”.
“El racismo, hay que recordarlo, no sólo está allá, sino aquí y en muchas partes”, concluyó el párroco.