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Con su esmeril al hombro, José Juan Flores Rodríguez recorre las calles del centro de Querétaro afilando cuchillos y tijeras, como lo ha hecho los últimos 41 años y preservando la figura de uno de los oficios más tradicionales, trabajo que comenzó por invitación del esposo de una prima.
El hombre llega a uno de los restaurantes bar que se ubican sobre la calle de Hidalgo. Uno de los empleados sale del local. Lo saluda con familiaridad y le da dos cuchillos para afilar. José Juan se dispone a hacer su trabajo. Lleva un esmeril compacto.
Platica que sus inicios fueron por invitación. “Llegó un joven que se casó con una prima mía, que me preguntó en qué trabajaba y cómo me iba. Me dijo que si me gustaría aprender a afilar cuchillos”, comenta.
Luego de aceptar la invitación, partieron a la Ciudad de México, donde su primo político tenía la herramienta. Estuvieron un mes en la capital del país, donde aprendió lo básico del oficio. Indica que al principio le daba pena porque “estaba chavo, tenía 18 años, entonces cuando uno va pasando y lo llaman las muchachas… (ríe). Así fue como empezamos. Luego ya nos regresamos. Empecé a afilar en Celaya, en Morelia y cuando me vio listo para trabajar, me dijo que podía irme solo”.
José es oriundo de un rancho por el rumbo de Acámbaro y de ahí salía a trabajar por su cuenta. Agrega que es un oficio divertido, pues puede platicar con muchas personas, como sus clientes que charlan con él.
Dice que desde hace 13 años tiene ya una serie de clientes, por lo que no tiene mucha necesidad de usar el clásico silbato que de vez en cuando se escucha por las calles de las ciudades y pueblos de casi todo el país.
Explica que en estos momentos el trabajo “está medio amoladón”, pero tiene alrededor de 50 clientes, a quienes visita de manera constante para afilarse sus instrumentos de corte, a los que les cobra 10 pesos por instrumento afilado.
Precisa que actualmente no trabaja diariamente, pues ya no aguantaría físicamente el trajín, por lo que sale lunes y miércoles, mientras que el resto de la semana se dedica a la jardinería, también por su cuenta y con clientes específicos.
José Juan se sienta en la parte opuesta de su esmeril. Así hace contrapeso. Gira su herramienta que pronto toma velocidad. Acerca la hoja del primer cuchillo y el zumbido mezclado con un chillido se escucha. Una y otra vez el hombre hace para atrás y para adelante. José pasa los dedos de la mano izquierda por la hoja. Lo hace de manera delicada, para evitar una herida seria.
Jornada sin silbato
Dice que hace mucho que no usa silbato porque no tiene necesidad, ya que va por trabajos específicos y no ocasionales. Aunque sí lo tuvo, hecho de cartuchos usados de rifle, que consiguió en Tepito, en la Ciudad de México.
“Siempre tenía la costumbre de dejar mi banco y mi morral solo. Un día cuando salí ya se habían llevado mi morral, y se acabó el silbato”, platica entre risas, pues al paso de los años la anécdota le parece graciosa.
Subraya que su trabajo le gusta y le ha dado para vivir todo este tiempo, pues le permitió sacar adelante a una familia de cuatro hijos, que tuvo con su esposa. Ahora sólo trabaja para su cónyuge y él, pues sus hijos (tres mujeres y un hombre) ya hicieron sus vidas, además de hacerlo abuelo en 13 ocasiones.
Añade que su hijo no quiso seguir su pasos o abrazar el oficio de afilador, y trabaja en una clínica por el rumbo de Jurica. Precisa que además de trabajar como afilador fue velador en una clínica, lo que le permitió hacerse de una pensión que le ayuda en sus gastos familiares y en su momento, un trabajo que le permitía combinar sus actividades de jardinero y afilador.
La gente que pasa por la calle de Hidalgo ve a José Juan, quien casi a ras del suelo afila el segundo cuchillo, que adquiere luego de unos minutos un brillo diferente en su hoja.
El afilador tiene una jornada larga, pues comienza a trabajar a las 8:30 o 9:00 horas y termina a las 18:00 horas, a veces un poco más tarde, para luego dirigirse a su casa, en la colonia Reforma Agraria.
La competencia es basta, pues por la zona del mercado Hidalgo al menos otros tres afiladores acuden buscando el trabajo que les permita el sustento. Uno incluso utiliza una motocicleta para laborar, pues le sirve de transporte y de motor para el esmeril. Uno más usa la típica bicicleta también para ambos fines. José Juan narra que le acaban de mandar unos esmeriles de Estados Unidos que son de origen alemán, pero los desecho, pues uno está descompuesto y el otro no sirve, por el paso de los años.
Cambió el campo por la ciudad
Por otro lado, recuerda que desde que se casó aspiró a radicar en Querétaro para tener un mejor trabajo, pues en su tierra natal al día, en aquel entonces ganaba apenas 35 pesos diarios, en el campo. Precisa que su padre no lo quería dejar ir de su lugar de origen, pues tenían que trabajar la tierra y cultivar maíz, ya que con la siembra salía para comer todo el año, pero pensaba que no podía comer sólo maíz todo el año.
Por ello, decidió no quedarse con su familia y probar suerte en tierras queretanas, donde uno de sus cuñados vivía, en la zona de Lomas de Casa Blanca, cuando apenas empezaba a poblarse, pues únicamente había un par de casas.
Con el tiempo, recuerda, entró a trabajar a un hotel de la ciudad, actividad que complementaba con su labor de afilador. Dice que tuvo en alguna época bicicleta, pero no le gustaba mucho, ya que al ir en la misma perdía muchos clientes, debido a que cuando la gente salía de sus casas, él ya iba muy lejos, por lo que decidió andar a pie por las calles de la ciudad.
Además, como los esmeriles de bicicleta giran más rápido en las estéticas no le dan trabajo, porque se pueden romper las tijeras, explica.
En cambio, con su esmeril más compacto, le puede sacar filo incluso a tijeras de manicura, que son pequeñas y más delicadas. Explica que un cuchillo bien afilado puede durar más de un mes, con un uso constante, por lo que debe de “darle sus vueltas” constantemente a sus clientes para que no lo cambien por otro afilador.
La competencia no le preocupa
Puntualiza que en años recientes han llegado a Querétaro afiladores de la ciudad de Toluca, Estado de México, pero no le preocupa, ya que él tiene sus clientes, en quienes confía que serán leales. Otro factor a su favor es que los foráneos tienen que cobrar más, ya que deben de sacar para renta y comida, para que tenga una ganancia, mientras que él, al tener un precio contenido tiene la preferencia de la gente.
José termina su trabajo. Lleva los dos cuchillos que acaba de afilar y los entrega en el restaurante bar. Recibe su paga y se echa su esmeril al hombro, con pasos firmes, pues sabe a dónde están sus clientes. Sonríe, pues disfruta su trabajo.