El “diablito” avanza lentamente por el pasillo de la central de autobuses, empujado por don Maximino Arvizu González, adulto mayor quien desde hace 15 años, de lunes a domingo, se dedica a ayudar a los viajeros con sus equipajes cuando llegan o se van de Querétaro, por propinas que van de los 10 a los 20 pesos, aunque muchos son groseros o “tacaños” pues sólo le dan tres pesos por sus servicios.

Don Max camina tranquilo por el pasillo de la TAQ. Acaba de dejar a un cliente con su equipaje y regresa para ver si logra otro “viaje”, para ganarse otra propina. Indica que en estas fechas el trabajo ha sido escaso, “ha estado bajo el asunto. No ha habido gente este año. Hubo más gente el año pasado, y años anteriores fue menos. Sólo el año pasado estuvo mejor”.

El hombre explica que no tiene prestaciones sociales ni recibe salario base, pues su trabajo es por propinas y sus ingresos son variables. Pone como ejemplo el jueves, cuando logró juntar 140 pesos en toda una jornada laboral, en la cual espera al menos ganarse 200 pesos.

Su trabajo, dice, comienza a las 5:00 horas, cuando llega a la TAQ, y termina a las 13:30 horas, cuando se retira a su casa para descansar un poco, y ver a su esposa, quien está enferma y sufre discapacidad.

A su esposa, narra, “le dio una embolia hace 40 años. Luego se cayó y se fracturó la cadera”. Tuvo siete hijos, quienes ya hicieron su vida por separado, y quienes, dice, no lo apoyan económicamente.

Max se recarga en el “diablito”, en el cual hay una bolsa del lunch que ofrecen en una de las líneas de autobuses y un refresco de cola. También hay un par de cuerdas, que sirven para atar las cajas y equipaje de los clientes que piden sus servicios, para llevarlas ya sea al taxi o al automóvil que los llevará a sus destinos.

Otros “diableros” pasan junto a Max a voltean a verlo con curiosidad, pues posa para un fotógrafo. Curiosidad pura. Ajeno a ello, el hombre sigue platicando de que para él, tras 15 años de trabajo, su actividad ya no es agobiante, ni pesada, a pesar de los años de vida que tiene.

Agrega que hay quienes llegan con mucha amabilidad y respeto, pero también “hay gente que nos maltrata, que nos humilla. Hay unos que nos dan (de propina) 10, pesos, 15, otros nos dan 20, más o menos. Hay muchos que nos dan 3 pesos”.

El trabajo de Max y sus compañeros pasa desapercibido para la gran mayoría de los personas, pues están preocupadas por la hora en que saldrá su autobús.

Max, antes de ser diablero, ejerció el oficio de carpintero, pero tuvo que abandonarlo, pues sus aptitudes físicas fueron mermando, a pesar de que el conocimiento lo tiene. “Ya no pude trabajar. La vista, la mente, la presión, ya todo. De plano ya no pude trabajar”, asevera.

Algunos de sus compañeros pasan a su lado con los “diablitos” cargados de cajas. Delante de ellos los clientes que indican el camino a seguir, a donde ya espera el taxi o la camioneta para llevarse el equipaje. Max explica que para trabajar en la TAQ debe de dar 15 pesos diarios, como cuota para poder ingresar al recinto.

Agrega que en la terminal son 36 “diableros” los que trabajan, repartidos en diferentes turnos, pues algunos laboran en la mañana, como él, otros en la tarde, y un tercer turno lo hace en la madrugada.

A este hombre le da igual que sea Año Nuevo, pues tiene que trabajar, tal como lo hará este 31 de diciembre y 1 de enero, pues tiene la responsabilidad de mantener a su esposa y a él mismo. Su voz cambia un poco. De respuestas firmes, de pronto se quiebra, y sus ojos se humedecen, pues dice que pasará solo con su esposa la última noche del año, ello a pesar de tener siete hijos.

Sin embargo, se resigna, pues dice que a los pobres les toca trabajar de sol a sol, pues no puede darse el lujo de faltar al trabajo.

Don Max se aleja. Empuja el “diablito” lentamente por la rampa que da al interior de la TAQ, en espera de otro cliente que deje buena propina, que le ayude para librar el día y quizá regresar un poco antes a casa.

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