Los chavorrucos acuden a vacunarse y se enfrentan con largas filas. Ya no son jóvenes, pero tampoco son viejos.

De muchos ya pasaron sus mejores tiempos y las canas, las arrugas, las panzas cheleras y las calvas comienzan a ganar terreno, al igual que la grasa que se acumula en las caderas.

Es la generación nacida en la década de los 70, la que recuerda cuando murió John Lennon, la Guerra de las Malvinas, la construcción del Estadio Corregidora, el Mundial de 1986.

“Hoy no tenemos al personal suficiente, por lo que tardaremos en vacunarlos. Si quieren, pueden irse y regresar el miércoles”, dice una voz de mujer en el sonido del Ecocentro Expositor, a quienes acuden a vacunarse contra el Covid-19.

Después de vivir más de un año con temor y cuidándose de los contagios, de esperar medio año después, cuando comenzó la vacunación, esperar dos, tres o cuatro horas, para esta generación resulta mucho.

Conocidos también como Generación X, son criticados por ser los “jóvenes eternos”, por ser el modelo de “Síndrome de Peter Pan”, lo que les ha valido el mote de “chavorrucos”.

Las filas son extensas. Las explicaciones a través del sonido local no cuentan. Tienen que vacunarse este día. No pueden regresar el miércoles o algún otro día. La mayoría decide esperar (al final serían cuatro horas) para ser vacunados.

El centro de vacunación luce desordenado. “No estaba así cuando vine con mi papá. Ese día fue muy rápido”, dice una mujer en el lugar.

“No, no estaba así, ni siquiera cuando vinieron los maestros a vacunarse. Mi cuñada es maestra y dice que fue muy rápido”, comenta un hombre que también espera en la larga fila para ingresar e inmunizarse.

Los vendedores de papas y frituras recorren las largas filas ofreciendo sus productos. Lo mismo que hacen los vendedores de paraguas y sombrillas, según sea el caso. También pasan quienes intentan vender bancos, para aquellos que no aguantan la espera de pie.

La fila avanza de manera rápida. La espera no es tan pesada, aunque sí hay algunos rostros molestos y los comentarios de “se pasan”, se escuchan aquí y allá, en diferentes personas.

Se vuelve a escuchar el sonido. Esta vez una voz de mujer advierte que la vacuna es sólo para los adultos de entre 40 y 49 años de edad residentes en El Marqués y que no cuentan con vacunas extras para habitantes de otros municipios.

También notifica que trabajadores de empresas que fueron convocados no serán vacunados tampoco, que se retiren.

Muchos hacen caso. La fila se hace cada vez menos extensa, aunque el caos inicial, cuando se formaron tres filas diferentes para ingresar al módulo de vacunación, sigue igual. Así, quienes llegaron temprano, tardan más que muchos que llegaron apenas hace unas horas.

Los ciudadanos esperan con paciencia. Van cómodamente vestidos. Algunos llevan puestas camisetas de Stars Wars, o de Back to the future, en combinación con tenis de diferentes marcas y modelos, algunos de los cuales datan de la década de los noventa: el siglo pasado.

Después de unas horas llegan las quejas. “Debieron poner baños. No hay que ser...”, dice un hombre a su acompañante, una mujer que le dice que instalaron un solo baño portátil. El cuerpo parece que ya no es el mismo que cuando se tenía treinta o veinte años.

La lluvia se hace presente. Antes, los “chavorrucos” podían ver a lo lejos la cortina de lluvia, hasta que la vieron más cerca y luego sobre ellos. Aguantan de manera estoica la precipitación por poco más de media hora. Algunos ya esperan bajo las carpas sus turnos para vacunarse. Toman asiento en sillas negras que se colocan en filas.

Los integrantes de las brigadas Correcaminos ponen orden entre las mujeres y hombres que ya pierden la paciencia por las horas de espera y la falta de organización para la aplicación.

Las llamadas a los teléfonos celulares comienzan a reproducirse. Comienzan a preguntarles dónde están; los tonos son de canciones de los ochenta o noventa y, por sus referentes culturales, los tonos de llamada no podían ser de otra manera.

Poco a poco las filas se reducen. El sonido de los motores de dos autos de carreras que hacen pruebas en la pista del autódromo del Ecocentro acompañan la espera.

Dentro de una de las bodegas, las que se usan para la Feria Ganadera, es utilizada para vacunar a la población. En ese lugar una decena de personal sanitario y de las brigadas de Bienestar acomodan a los presentes para ser inmunizados.

Paramédicas de la Cruz Roja, así como enfermeras, son las encargadas de vacunar. Antes, personal de Bienestar recoge los formatos de vacunación y los llena, para después de vacunados, entregarlos a sus propietarios, como comprobante de la primera dosis de vacuna y luego poder recibir la segunda.

Una unidad del Ejército Mexicano vigila la zona pero pasa casi desapercibida para las personas que han esperado más de cuatro horas para ser vacunadas. Otros lo toman con sabiduría, si ya esperaron año y medio de pandemia, con confinamiento, con medidas sanitarias extremas y evitando el contagio del SARS-CoV-2, unos minutos más de espera no son nada.

La generación que tuvo que adaptarse al internet, que vio como una novedad la telefonía celular y que aún, en muchos casos, prefiere escuchar una estación de radio a una lista de reproducción en alguna plataforma en línea, queda vacunada —al menos con la primera dosis— contra una de las pandemias más recordadas en el mundo en el último siglo.

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