José Antonio Alatorre, mexicano de 54 años, y su esposa Lissa, no tienen una sola ventana en su camarote que les permita distinguir el día y la noche. Atrapados desde el 3 de febrero en el crucero Diamond Princess, en cuarentena en Yokohama, Japón, tras detectarse casos de coronavirus, intentan mantener el buen ánimo y una actitud positiva, aunque les preocupa que se se siguen reportando contagios: 135, hasta ayer.
Alatorre, controlador de tránsito aéreo en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, cuenta en entrevista telefónica con EL UNIVERSAL que él y su esposa partieron en el crucero el 20 de enero, sin saber de la existencia de un brote de coronavirus en la ciudad china de Wuhan que se extendería hasta convertirse en una emergencia internacional que, hasta el momento, ha dejado mil 18 decesos, de ellos mil 16 en China, y casi 43 mil contagiados.
El matrimonio decidió realizar el viaje por turismo, pero el 22 de enero se enteraron por las noticias del nuevo virus. Y el 3 de febrero, un día antes de que terminara el viaje en el barco, la pesadilla se hizo realidad: el capitán anunció que se aceleraría la llegada a Yokohama porque una persona que bajó en una parada en Hong Kong había dado positivo a la enfermedad. A partir de ese momento, explica José Antonio, “nos encerraron”.
“Estamos aguantando el encierro, y preocupados, porque van saliendo cada día más y más enfermos. Esperemos que no nos toque”, comenta. Una vez que el primer pasajero dio positivo, se encendieron las alertas. Y el resto de quienes viajaban en el barco —unas 3 mil 700 personas— fueron evaluadas, incluyendo José Antonio y su esposa. También se les entregó un termómetro y se les pidió tomarse la temperatura constantemente. En caso de que supere los 37.5 grados centígrados, deben alertar a la tripulación.
El estar encerrados en un camarote, sin ventanas, y casi sin poder salir, no ayuda mucho. “Nuestra única ventana es una televisión conectada a la cámara del barco”, señala José Antonio.
Desde el 3 de febrero, cuando se les ordenó no salir, sólo han podido tomar algo de aire tres veces, una hora por vez: el 6 de febrero, luego el 8 y hoy, martes, la última vez, de 10 a 11 de la mañana. Todas, con mascarilla puesta y, la primera, incluso con guantes”.
Salen, detalla, en grupos pequeños. El capitán anuncia qué pisos, y qué lado del barco sale. Y dentro de todo, una buena noticia. Tendrán prioridad para tomar sol aquellos cuyo camarote sea interior y no tenga ventanas o balcón.
El matrimonio no se desanima y agradece el esfuerzo que ha hecho todo el personal del barco, que les lleva sus alimentos tres veces al día y está pendiente. “Si requerimos algún utensilio, nos lo dan a través de la puerta. No podemos salir y ellos no entran”.
Testigos de Jehová, José Antonio y su esposa pasan los días poniéndose al tanto de lo que está pasando con su comunidad religiosa y mantienen un plan espiritual. Platican con sus amigos —el barco abrió la señal de internet gratuitamente desde el 3 de febrero—. “Es increíble cómo el día se nos pasa volando”, dice el mexicano, quien insiste en que “hemos estado tranquilos”.
“Sabemos que la situación no la podemos cambiar, pero lo que sí podemos cambiar es nuestra actitud de cómo vamos a enfrentar esta situación por la que estamos pasando. Tratamos de ser positivos, de animarnos unos a otros para seguir adelante, tener buen sentido del humor para tomar las cosas con calma y no apesadumbrarnos”.
También hacen ejercicios físicos. “Hacemos estiramientos que recomendaron aquí un programa sobre cómo poder ejercicio en un lugar cerrado”.
Hasta donde sabe, al menos hay otro matrimonio mexicano en la embarcación, y dos trabajadores connacionales. La fecha oficial que se les dio para el fin de la cuarentena es el 19 de febrero, “si no sucede algo extraordinario. Todo depende de cómo se vayan suscitando las cosas”.
Desde el barco han podido comunicarse con sus familiares en la Ciudad de México. “Están preocupados. Nosotros tratamos de mantener la actitud positiva, con buen ánimo… Si saben que nosotros estamos muy mal ellos se iban a sentir desesperados de no poder hacer nada en absoluto”.
Pero José Antonio es optimista. Y asegura que no podía estar en mejor compañía, aludiendo a su esposa. “Es mi gran compañera... Ella me anima, yo la animo... Qué mejor e estar al lado de la persona que más ama uno”, concluye.