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La galería Hilario Galguera, en la Ciudad de México, acoge desde ayer y hasta el 13 de enero Puertas de Esperanza, exposición cuyo eje narrativo son las historias de siete personas del colectivo LGBTI supervivientes a diferentes violencias.
Siete artistas, tanto mexicanos como internacionales, trasladaron los relatos de siete personas que huyeron de un entorno hostil hacia su identidad a siete puertas, metáfora de todas las que se les cerraron cuando se mostraron tal como eran y, también, de todas las que se abrieron cuando llegaron a México.
La exhibición la impulsa la Fundación LLYC de la mano de Casa Frida, un centro de acogida para personas LGBTI y donde viven personas cuyos testimonios fueron inspiración para las puertas.
Las puertas pueden ser tridimensionales, evocar portales imaginarios hacia las emociones más profundas o, directamente, estar hechas añicos. Todas ellas se construyeron a partir de lo que cada “caso de éxito”, como los nombró el director de la galería, Víctor Mendoza, contó a su artista asignado.
De hecho, no todos los creadores trabajan con pintura y materiales sólidos, algunos provienen del mundo del “performance”.
Cerca de la entrada está Una puerta carecía de cerradura, que representa a Ángel, venezolano que pasó 15 días en el Tapón del Darién, selva entre Panamá y Colombia, tratando de huir de la violencia que sufría en su país.
A la segunda noche de andar, sufrió un accidente que le dañó una rodilla y lo dejó tumbado hacia el cielo oscuro, color que inspiró al artista japonés Yupica para pintar su puerta. Tras salir de la selva, Ángel llegó a México y a Casa Frida, donde sintió “que respetan la identidad”.
La performer Bárbara Lázara se encargó de materializar la historia de Andrés en Salvoconducto, una puerta pintada de verde y con las molduras doradas, los colores del pasaporte de México. Justo el país a donde él llegó después de salir de Perú en busca de una vida mejor.
Su ruta pasó por España, donde tuvo problemas para acceder al seguro médico, vital para él porque vive con VIH, y por Francia, donde lo acogió un hombre que acabó maltratándolo física y psicológicamente.
Al llegar a México y contactar al centro de acogida, decidió quedarse: ve la esperanza en el color verde de su portón, pues “México sí abrió la puerta”.
“Casa Frida tiene muchos olores durante el día”, aseguró riendo Cristian Andrade, miembro del equipo directivo del refugio, pero si uno destaca por encima del resto es el de hogar, idea que comparten tanto Ángel como Andrés.
Así me siento yo, como si fuera mi casa”, aseveró el peruano.
“Casa Frida ha sido ese hogar que me rehabilitó emocional y físicamente”, puntualizó Ángel.
El psicólogo y cofundador Moisés Hernández también apuntó que el centro de acogida huele a comida: “Una actividad clave es cocinar porque cuando sales de tu casa no sabes cómo cuidar de ti”.
El refugio LGBTI nació en mayo de 2020 como “respuesta ante una situación de emergencia planteada por la pandemia de Covid-19”, en palabras de Hernández, pues algunas personas del colectivo “fueron expulsadas del hogar” y otras vivían precariamente.
Actualmente, el centro cuenta con distintos programas de apoyo a los supervivientes, entre los que destaca Contrata LGBTQ, que ayuda a que las personas salgan “con un trabajo estable e independencia económica”, según la directora del plan, Sofía de la Paz Pérez.
Para financiar estos proyectos y aumentar el alcance de Casa Frida, las puertas de la exposición se venderán por precios que van de los 10 mil a los 20 mil dólares, indicó el director general de la Región Norte de LLYC, David González.