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Nueva York.— A principios de la década de los 90, Joaquín Guzmán Loera estaba en “el mejor negocio del mundo”. “Se agarró el boom cocainero”, explicó Miguel Ángel Martínez Martínez, quien fue su hombre de confianza en los inicios, su mano derecha y gerente de todas las operaciones de narcotráfico en esa época.
El dinero les llegaba del cielo, literalmente: cada mes llegaban a Ciudad de México dos o tres aeronaves cargadas con entre 8 y 10 millones de dólares cada una, y El Chapo les dio salida con una vida de lujo, con gastos excesivos.
Martínez, conocido como El Gordo o El Tololoche, expuso este martes en su testimonio en la Corte Federal de Nueva York que está juzgando a El Chapo, la vida de opulencia del narcotraficante.
“Cuando lo conocí [en 1987] no tenía jet. En los noventa ya tenía cuatro”, explicó el testigo. Un cambio de vida impulsado por el éxito en el tráfico de cocaína colombiana, con una rapidez sorprendente que le hizo ganar notoriedad, ya fuera con camionetas de doble fondo, trenes, túneles o con latas de chiles jalapeños.
Según El Gordo, Guzmán llegó a tener “casas en todas las playas” y “ranchos en todos los estados”. En Acapulco, por ejemplo, tenía una con varias piscinas y canchas de tenis que compró por 10 millones de dólares, donde estaba anclado un yate llamado Chapito.
En su rancho de Guadalajara, por otra parte, incluso tenía un zoológico con leones, panteras y venados. Para que los visitantes lo recorrieran mandó construir un “trenecito”.
“Viajamos por todo el mundo”, explicó el ex piloto del cártel, tanto por negocios —buscar más fuentes de droga, especialmente heroína asiática— como por placer. Entre los países visitados figuran Brasil, Argentina, Japón, “toda Europa” y hasta Macao, este último destino famoso por sus casas de apuestas.
Dentro de México sólo se movía “por los mejores lugares”, bebiendo “whisky, cerveza y coñac”. A su vida de ostentación había que sumarle cuatro o cinco “esposas”, amantes con las que tuvo hijos y a las que mantenía.
Su vanidad incluso le llevó a Suiza, a una clínica “donde te ponen células para mantenerte joven”.
Su riqueza la compartía con sus trabajadores. A El Gordo le regaló un reloj Rolex con brillantes, y en algún diciembre regaló más de 50 coches de alta gama, de más de 30 mil dólares por vehículo.
Además de regalos y vanidades, el mayor gasto iba a una causa personal: la guerra contra los hermanos Arellano Félix. “Gastó mucho dinero peleando con el Cártel de Tijuana”, dijo El Gordo, una guerra que empezó después del asesinato de dos de los compadres de Guzmán, El Lobo y El Rayo, y la familia de uno de sus colaboradores más cercanos, Héctor El Güero Palma.
Era 1987 y, antes de tomar la venganza por su mano, fue a visitar al Reclusorio Preventivo Sur a Juan José Esparragoza, El Azul, por entonces “el jefe de todos”.
Este miércoles Miguel Ángel Martínez Martínez seguirá testificando sobre sus últimos momentos en el cártel, empezando con unas grabaciones interceptadas por las autoridades estadounidenses.
arq