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Faltan semanas para que arranque el año escolar en Estados Unidos y Marina Ávalos no tiene claro cómo su hija de 7 años recibirá clases.
En principio, Ávalos está reticente de enviarla a la escuela a medida que los casos de coronavirus suben de forma alarmante en el país, superando la barrera de los 3 millones, con más de 134.000 muertos.
Especialmente en California, donde ella vive, se registran nuevos récords de contaminación cada semana.
"La situación me tiene muy nerviosa", dijo Ávalos, de 46 años, a la AFP. "No me siento segura de mandar a mi hija en un formato regular".
A pesar de las pruebas que demuestran que los niños son menos vulnerables al virus, el miedo de contagios en el salón lo comparten muchos padres, sobre todo porque los más pequeños tendrán problemas en mantener la distancia social o usar una incómoda máscara por horas.
Está también quien necesita que los menores vayan al colegio para poder volver al trabajo y otros que temen que la formación de sus hijos se atrasará si sigue el confinamiento y apuestan a que las escuelas encuentren un modelo que permita llenar de nuevo las aulas.
El año lectivo arranca normalmente en Estados Unidos entre mediados de agosto y principio de septiembre.
"Queremos abrir nuestras escuelas, queremos abrirlas rápidamente, hermosamente", dijo esta semana el presidente Donald Trump, al incluir el tema en la agenda del ya caldeado debate político estadounidense.
El gobernador de California, Gavin Newsom, insistió que las escuelas deben abrir "bajo la premisa fundamental de mantener a nuestros niños y profesores sanos y seguros".
Eso "no es negociable", dijo.
La decisión de reabrir las escuelas no depende del presidente o el gobernador, sino de los distritos escolares.
El de Los Ángeles, el segundo más grande de Estados Unidos, aún no tomó una decisión sobre su modelo de clases, aunque Barbara Ferrer, directora de Salud del condado, recomendó tener "planes para continuar la educación a distancia", según el diario LA Times.
Monika Zands, de 47 años tiene tres hijos: dos adolescentes de 15 y 17 años, y una niña de 8; y es partidaria de que haya un componente presencial importante el próximo año lectivo, sobre todo para la más chica.
"Los grandes no se atrasaron porque (...) mantuvieron un flujo natural", explicó. "La más pequeña definitivamente se atrasó en conocimiento e intelecto y si esto continúa me preocupa cómo va a poner al día y conseguir la motivación para hacerlo".
La niña comenzó recibiendo una hora de clases online seguidas por cinco de tareas.
"Lloraba, nos decía 'no puedo ver a mis amigos, no puedo hacer esto y encima quieres que me siente a hacer deberes todo el día'", recordó Zands, que tiene a sus hijos en escuelas privadas.
Una opción que está considerando, si la escuela no abre, es contratar un tutor junto con otros padres y hacer sesiones presenciales con un grupo pequeño.
Es un lujo que pocos pueden darse, y es algo que destaca Jena Lee, psiquiatra infantil de la universidad UCLA en Los Ángeles.
"Me preocupa el riesgo de una mayor polarización del aprendizaje entre los diferentes grupos socioeconómicos", explicó a la AFP. "Niños de hogares más desfavorecidos son más vulnerables a los reveses académicos con las escuelas cerradas".
Lee alertó que a medida que se prolongue más el cierre de las escuelas "mayor será el riesgo de que se perjudique su educación, su salud mental y su desarrollo social".
"Si esto continúa, tendremos que encontrar una solución más apoyada, estructurada y equitativa".
Ávalos coincide. Su hija tiene un trastorno de atención, que en la escuela sería abordado por un especialista.
Pero insiste en poner la salud primero. Su niña sufrió una severa neumonía en 2019 y una bronquitis muy parecida a coronavirus este año.
"Si no fuera por el virus la mandaba a la escuela", sobre todo porque no tiene hermanos y es "muy sociable", y le hace mucha falta jugar con sus amigos.