Jessica lleva un estilo de vida ad hoc con la meditación y el bienestar, tanto físico como espiritual, por ello fundó su estudio en el que asegura, no da clases, sino que comparte para que los demás también encuentren su equilibrio.

Al llegar a Sansâra Wellness Studio, la yogui invita a los asistentes a liberar sus pies de los zapatos para entrar en un status de comodidad, en donde un gran ventanal brinda un asomo hacia un parque para estar en contacto con la naturaleza.

¿Cómo fue tu primer encuentro en este ámbito?

A finales de 2009  sentí la necesidad de meditar y comencé a meterme en el rollo espiritual, necesitaba mucha paz, así que estuve en distintos cursos. Me fui canalizando poco a poco, conocí personas que me hablaban del tema, hasta que encontré lo que hacía vibrar mi corazón. En el inter noté cambios simples como poder dormir bien, empecé a escuchar más a mi cuerpo y así todo mejoró.

¿Cómo decidiste hacerlo profesionalmente?

Me fui a Udipi, una ciudad en el suroeste de India, en donde estuve tres semanas aprendiendo hábitos, que de acuerdo a mi tipo de persona, concordaban con lo que debía hacer en la medicina ayurvédica. Ahí me certifiqué para dar masajes y poder orientar a la gente, ya no solo era para mí, sino algo que podía compartir; de ahí todo arrancó.

¿En qué momento este mundo espiritual  se convirtió en tu pasión?

El  yoga no me gustaba porque me parecía muy físico, no sabía en dónde estaba la parte espiritual, hasta que encontré a una maestra de la Ciudad de México que me hacía escuchar al cuerpo. Entonces también me certifiqué, renuncie a mi trabajo y me fui a India otra vez, pero por seis semanas, la pasé increíble y disfruté cada segundo.

¿Entonces dejaste tu profesión por el  yoga?

Sí, yo estudié finanzas en el Tec de Monterrey y ahí mismo hice una maestría en negocios;  fui banquera durante 12 años, pero hace ocho años empecé en esto y luego de mi viaje a la India, decidí certificarme como maestra de yoga.

¿Cuándo abriste tu estudio?

Cuando regresé de México, vine directamente a Querétaro, en donde empecé a buscar la forma de dar mis terapias y a la par, compartía algunas clases. Estuve así unos meses, hasta que encontré este local, la idea siempre fue tener un espacio para que la gente viniera a estar tranquila. Esto fue hace seis meses y aquí es donde doy meditaciones con la ayuda de otras personas, tenemos terapias, y yo doy yoga prenatal, para niños y general.

¿Por qué compartir tu aprendizaje?

Me gusta que la gente se sienta en confianza, que puedan venir a una clase y no sentirse perdidos, honestamente para mí es importante que alguien te lleve de la mano poco a poco, hasta lograr estar en paz contigo mismo.

¿Es difícil impartir yoga para niños?

No, normalmente las clases duran entre media hora y 45 minutos, hay posturas, pero casi todo es un juego para que ellos aprendan a que no hay reglas, es como decirles “ven diviértete y no le hagas daño a nadie”. Usamos una botellita de la paciencia, porque a veces no sabemos canalizar emociones, ellos son naturales y todo sale perfecto.

¿Tiene algún significado el nombre de tu estudio: “Sansâra”?

Tiene varias connotaciones, la que me gustó y es la que me hizo vibrar es que a veces creemos que la iluminación es un punto aparte y aquí vivimos en el mundo terrenal; si logramos que la iluminación esté en el aquí y ahora, no tenemos por qué ir a otro lado.

¿Cuáles son tus metas a futuro?

Me gusta pensar que para que mi estudio siga, es precisamente la gente la que hace que se siga manteniendo, ha habido momentos difíciles, pero confío que mientras yo quiera un espacio para que ellos encuentren la paz, esto va a salir. Personalmente mi maestro me ofreció dar un taller de yoga en Ruanda, África, el próximo año, espero que se concrete, siempre me estoy certificando y me encanta estar al día.

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