La llamada amígdala cerebral es un conjunto de neuronas alojadas en los abismos de los lóbulos temporales; forma parte del sistema límbico y su papel es procesar reacciones emocionales, como el miedo. Es relativamente fácil explicar la fisiología del miedo: la amígdala envía proyecciones al hipotálamo y se activan tanto el sistema nervioso como los neurotransmisores que preparan al cuerpo para la alerta y la posible huida.
Una imagen, un olor, un sonido. Muchas cosas pueden desatar el miedo a través de los sentidos y despertarlo según el devenir de nuestras historias particulares, pero hay estímulos que desatan esta sensación de manera masiva. La alarma sísmica se ha convertido en uno de estos detonadores, afortunadamente. El miedo forma parte de una estrategia de supervivencia que incluso nos puede ayudar a racionalizar los fenómenos naturales y actuar en consecuencia.
Para el doctor Víctor Manuel Cruz Atienza, Jefe del Departamento de Sismología del Instituto de Geofísica de la UNAM, la única de forma de minimizar los daños de un desastre natural es la prevención, un esfuerzo multidisciplinario que supone muchas cosas. “Hay muchas medidas preventivas que se deberían tomar para que una amenaza natural no se traduzca en un desastre. Uno de los insumos de la prevención es la estimación del peligro que supone”.
Cruz Atienza señala que en este sentido, la ciencia puede contribuir con la caracterización del fenómeno y la cuantificación de la posible amenaza para que en consecuencia se puedan desprender una serie de medidas como reglamentos de construcción, sistemas de alertamiento temprano, así como estrategias adecuadas de educación y de protección civil.
Evaluación del riesgo de grandes terremotos y tsunamis para la mitigación de desastres en la costa del océano Pacífico es un proyecto que se realiza de manera conjunta con especialistas de Japón y busca precisamente postular escenarios posibles de futuros desastres para estimar el peligro que estos suponen y planear las medidas preventivas necesarias.
Este proyecto, al que le hemos dado seguimiento en estas páginas desde su inicio, hace dos años, es uno de los más grandes en México en cuanto a observación sismológica. En esta zona clave de subducción en el país, se instalaron instrumentos de medición que nunca se habían colocado, principalmente en el océano, pues el proyecto abarca mar y tierra.
Viaje al fondo del mar
Cruz Atienza, líder del proyecto en la parte de México, asegura que la instrumentación colocada en el fondo marino de esa brecha sísmica busca medir varias cosas, como la sismicidad de la trinchera oceánica, cerca del lugar donde convergen las placas de Cocos y Norteamérica. “Necesitamos saber cuáles son las condiciones de contacto de dichas placas, cuánta energía se acumula. En un lugar en donde si ocurre un terremoto, se produciría un tsunami”.
Los instrumentos utilizados permiten medir la deformación del continente, una deformación lenta producida por el proceso de subducción. Una de las técnicas empleadas es la geodesia, que se empezó a utilizarse con fines sismológicos desde hace alrededor de dos décadas. Una de sus herramientas básicas es la medición de puntos específicos en la corteza continental mediante GPS’s de gran precisión que permiten conocer la posición de un punto con una precisión de milímetros.
Este tipo de aparatos se usan porque permiten observar con mayor precisión cómo se deforman las capas tectónicas, y en consecuencia como la hacen también los continentes. “Dentro de esta instrumentación, uno de los aparatos más sofisticados que tenemos, un desafío que hemos superado con éxito, es la adquisición de un planeador de olas. Este dispositivo es un dron marino que se propulsiona con el oleaje mismo y se controla satelitalmente. Con toda la instrumentación al interior de este vehículo, se pueden hacer mediciones de GPS acústicas, uno de los métodos que estamos usando para medir las deformaciones lentas de la corteza oceánica en el fondo del mar a profundidades de tres mil metros o más”.
La red quedo completamente instalada el año pasado y ahora los científicos esperan recoger datos paulatinamente para empezar a interpretarlos. Sin embargo, puntualiza que el proyecto tiene más metas, pues actualmente hay otros dos grupos que trabajan más allá de la instrumentación y explotación de datos. Uno de ellos, se dedica al desarrollo de modelos computacionales muy sofisticados para simular terremotos y tsunamis capaces de integrar toda la información recabada.
Otro grupo se dedica a la evaluación de la vulnerabilidad de ciertas localidades de Guerrero. Así, junto con los mapas de peligro, se espera poder generar mapas de riesgo para terremotos y tsunamis a lo largo de la costa. “Expertos japoneses están haciendo simulaciones computarizadas de cómo evacuarían los habitantes, en la localidad piloto que es Zihuatanejo. Se hace la simulación tanto de evacuación como de la llegada de un tsunami, para ver cuántas vidas se podrían salvar en las condiciones actuales e identificar estrategias para lograr salvar más”.
Alerta constante
Alrededor de 70 expertos, integrados por científicos de instituciones académicas de México y Japón, así como expertos de CENAPRED, quienes también forman parte del consorcio, buscan identificar amenazas. “Nosotros esperamos que este sea el inicio de una nueva era en México, en la que podamos instrumentar de manera más masiva y mucho más sistemática el fondo del mar”, señala y agrega que ahora el reto e instalar muchos más aparatos y cableados porque en este momento son autónomos, es decir, registran los datos pero hay que ir hasta ellos para obtenerlos; un sistema de alertamiento temprano requiere en tiempo real la información.
En tierra firme, y por otros frentes, también se continúan con los esfuerzos para hacer más funcionales los sistemas de prevención. México tiene dos ambientes tectónicos, uno de ellos comprende desde Colima hasta Guatemala, que es precisamente la zona de subducción, donde choca la placa de cocos, la corteza oceánica, contra la placa americana y se hunde. El otro ambiente tectónico de la República se origina debido a que la Península de California se está moviendo hacia el noroeste. “Hace cinco millones de años inició la separación y se formó el Golfo de California, pero la península se sigue moviendo y también puede tener sismos fuertes, no de subducción, sino de movimiento lateral, que son diferentes porque son más someros.
Uno de los grandes retos que tiene México en cuanto a alertamiento es una cobertura más amplia de todas las zonas sismogénicas. En este sentido, el Congreso asignó un presupuesto de 106 millones de pesos para apoyar las actividades del Servicio Sismológico Nacional, que recientemente anunció el proyecto de 52 nuevas estaciones de monitoreo para diferentes regiones del país, las cuales se sumarán a las 168 que envían actualmente información al SSN. Actualmente ya se está trabajando en la construcción de la estación espejo del Servicio Sismológico Nacional en el estado de Hidalgo, cuya historia está llena de sismicidad.
Domar al miedo puede resultar muy útil. Cruz Atienza recalca que en otros países con naturaleza sísmica como Japón, la gente está mucho más preparada para el manejo de estas situaciones, tanto desde el punto de vista psicológico, como desde el más burocrático. Finalmente la experiencia va abriendo el camino. El sismólogo explica que a partir del terremoto de 1985 se han creado muchos esfuerzos institucionales para abordar mejor el problema, de hecho, uno de ellos es un código de construcción con importantes avances; sin embargo el problema ha sido que muchas veces se omiten sus lineamientos ante la falta de una supervisión adecuada.
“En general, la idea de prevención y el conocimiento sobre los fenómenos naturaleza que nos amenazan en México, deberían formar parte de la formación fundamental del mexicano, de tal manera que protocolos preventivos sean asumidos por el ciudadano con naturalidad”.