Tijuana.— Al menos unos 60 centroamericanos de la caravana migrante partieron la mañana de ayer a bordo de un autobús y dos camionetas de regreso a Honduras y Guatemala, con el apoyo de Instituto Nacional de Migración (INM) y el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
Desde la mañana, hombres y mujeres con sus hijos comenzaron a concentrarse alrededor de personal de Grupo Beta, del INM.
Patricia, su esposo Jorge y su hijo formaban parte de este primer contingente que decidió tomar el ofrecimiento que las autoridades mexicanas les hicieron desde días atrás.
“A mí me dieron en el pie, a mi niño casi le cae en la panza”, relató Patricia al referirse a los hechos del domingo, cuando unos 500 migrantes quisieron saltar la barda fronteriza e ingresar a territorio estadounidense, a lo que las autoridades de Estados Unidos respondieron lanzando gases lacrimógenos.
Ayer, ella esperaba junto con su familia a que alguien le dijera si ese mismo día podrían iniciar el viaje de regreso a Honduras, donde, dijo, no dejaron nada porque nada tenían.
Patricia cuenta que el domingo salieron a marchar en lo que pensaron que era una protesta pacífica, pero que unos cuantos la convirtieron en un sitio de guerra que terminó con el sueño que muchos tenían de refugiarse en Estados Unidos, donde les han platicado que el trabajo es bien pagado y los niños pueden ir a la escuela sin peligros y sin trabajar.
Al igual que ella, ayer, muchos otros migrantes se preguntaban si el incidente del domingo había echado a perder todas sus posibilidades de solicitar asilo en EU.
Isauro Mejía, hondureño de 46 años, buscaba una taza de café después de haberse visto envuelto en el choque: “Como estuvo la cosa ayer (...) creo que no hay posibilidades”, dijo.
El INM aún no reporta cuántas familias o personas se han sumado al retorno voluntario; sin embargo, durante la mañana y la tarde de ayer hubo largas filas para anotarse con personal del ACNUR para hacer la petición.
Quienes alcanzaron a irse en el primer autobús se despedían desde las ventanas de sus compatriotas que permanecen en Tijuana. Kevin es uno de los más de 30 migrantes sentados, sonríe ligeramente y extiende lo más que puede sus brazos para decir adiós a los que aún se quedan.
Carlos tiene 16 años y es uno de los migrantes que ayer se aventuró a cruzar las vallas fronterizas hacia Estados Unidos. Recuerda que se agarró del metal oxidado con una mano y se lanzó del otro lado, donde —asegura— lo recibieron balas de goma.
El paisaje de su sueño americano que tanto abrazó se esfumó entre una nube de gases lacrimógenos que lanzaron oficiales estadounidenses. Relata que unos ocho oficiales lo detuvieron sin que él entendiera lo que le decían, porque no habla inglés.
Lo subieron a un vehículo oficial y sólo atinó a agachar la cabeza para tratar de no meterse en problemas; nadie le explicó que debía pedirles asilo o refugio. Para su sorpresa, apenas un par de minutos después de avanzar, lo dejaron ir, a él y otros más, sólo con un gesto de “váyanse”. Salió del carro en una zona que desconoce, pero que estaba cercana de donde había brincado. Lo dejaron irse para que regresara al lado mexicano.
“Nos detuvieron como a 30, luego nos regresaron para acá”, dice Carlos, mientras se arrodilla junto a un montón de sacos de dormir que están detrás suyo, donde duermen los migrantes que no alcanzaron espacio y que pasan la noche en la intemperie.
***Con información de DPA
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