“No creo que una relación deba ser [un] tipo de prisión”, narra Violeta al recordar la vida que tuvo con su expareja, quien constantemente revisaba su celular cuando ella se estaba bañando, sabía de memoria sus conversaciones pasadas y ubicaba perfectamente a todos sus contactos en redes sociales.

“¿Dónde estás? ¿Qué haces? ¿Con quién estás?”, le preguntaba Diego. Al principio sus actitudes no la alarmaron, porque pensó que él sólo se preocupaba por ella, pero con el paso del tiempo el hostigamiento crecía. Siempre le reprochaba que estaba en línea y que no hablara con él en todo momento y de igual manera se enojaba por los Me Gusta que ella recibía en sus fotos de Facebook.

Cuando su celular vibraba por la llegada de un mensaje de WhatsApp, la cara de su entonces novio se descomponía: “¿Quién te escribió?”, le preguntaba en cada ocasión. Violeta se sentía presionada para decirle el nombre de la persona que le texteaba en ese instante: “Es mi papá” o “Es mi hijo”, le decía, para evitar que Diego se enojara.

En México, de un total de 43 millones de mujeres de 15 años y más, 3 millones 225 mil dijeron que sus parejas les revisaban su correo o celulare incluso les exigieron que les dieran sus contraseñas, señalan datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones de los Hogares(Endireh 2016) del Inegi. También 3 millones 859 mil 199 de personas dijeron que a lo largo de su relación su pareja les llamaba o les mandaba mensajes por teléfono todo el tiempo para saber qué estaban haciendo, en dónde y con quién.

Espionaje al alcance de cualquiera

Las personas que quieren vigilar a sus parejas o exparejas también están acudiendo a un mercado negro de diversos servicios de espionaje. Llamadas, mensajes de texto, conversaciones en redes sociales, geolocalizaciones, emails y archivos multimedia, señalan vendedores, son susceptibles de ser interceptados, recopilados y entregados a quien esté dispuesto a pagar.

EL UNIVERSAL realizó un recorrido por uno de los sitios del que no se dará la ubicación ni el nombre de las herramientas ofertadas para no fomentar este ejercicio. El trato es con dos hombres: el primero hace el enlace con el especialista tras escuchar lo que se requiere: tener acceso a chats de WhatsApp. “¿Buscas cosas de espionaje? Espérame aquí unos minutos”. Al poco rato, llega con rapidez el otro sujeto.

Él explica que los costos varían y que se ajustan a la necesidad de quien lo pide. La sábana de llamadas se puede comprar en mil pesos; las conversaciones de WhatsApp, en 3 mil 500, y las de Messenger de Facebook, en 2 mil pesos. Enseña su trabajo en la pantalla de su celular, señala que recibe los números telefónicos y asegura que con eso puede iniciar el espionaje. La información que dice recopilar con base en intervenciones telefónicas son audios, conversaciones y algunas fotografías íntimas de mujeres que son acechadas. Todo esto lo muestra en carpetas de los distintos servicios que ha elaborado y que ahora guarda en su celular.

Explica que las personas que quieren espiar le piden fechas en específico, que van desde fines de semana hasta tres meses previos; todo esto, afirma, lo dicta quien le pide el servicio.

El espionaje perpetrado por las parejas o exparejas se ha normalizado, aunque no se le reconoce porque se le ve como celos, como si no pasara nada; sin embargo, no deja de ser una violación al derecho de la privacidad, dice en entrevista Danya Centeno, abogada de R3D por los Derechos Digitales.

“El problema es que en el entorno digital tal vez muchas veces no se le suele dar el mismo reconocimiento a los derechos porque se cree que en línea las cosas no pasan o que no tienen una afectación en la vida fuera [de esa plataforma], pero no es así. Al final del día, están unidos, y no hay por qué diferenciar el uno del otro, ya que el impacto sobre la persona sigue siendo el mismo”, señala la especialista.

Por otra parte, en las tiendas de aplicaciones de los dos sistemas operativos más populares de México, también se ofertan apps para monitorear geolocalizaciones e incluso micrófonos que graban en segundo plano. Mientras, en línea, hay miles de tutoriales que enseñan trucos básicos para poder husmear conversaciones de redes sociales y éstos acumulan millones de visitas y dudas de los internautas para llevar a cabo estas prácticas.

La violencia que se enuncia en las redes sociales y en las tecnologías de la información pueden ser una expresión de la continuidad de la violencia en el noviazgo que ya se vive durante la interacción cara a cara, señala en entrevista la maestra en Psicología Clínica, Eréndira Pocoroba Villegas.

“En las redes son más comunes expresiones de violencia de tipo emocional o sicológica a través de formas de control, monitoreo, vigilancia o de intrusión”, indica. “Éstas podrían incrementar la severidad de la violencia sicológica que ya se expresa en las tecnologías de la información o que se manifiesta de manera física”.

Violencia continúa en línea

Desconocidos, amigos, personas que sólo ubicaban de vista, exparejas, conocidos, compañeros de clase o de trabajo e incluso familiares fueron algunos de los agresores de 10 millones 378 mil 249 usuarios de internet de 12 a 59 años de edad y más que dijeron haber vivido ciberacoso, de acuerdo con el Módulo sobre Ciberacoso (Mociba 2017) del Inegi.

Las exparejas fueron señaladas como responsables de esta conducta en 665 mil 725 registros, pero las cifras son casi a la par en el ciberacoso, siendo víctimas 53% mujeres y 47% hombres. Contacto mediante identidades falsas, rastreo de cuentas o sitios web, suplantación de identidad, así como la realización de mensajes y llamadas ofensivas en su contra fueron algunas de las acciones perpetradas.

Las víctimas de ciberacoso experimentan enojo, desconfianza, frustración, estrés, nervios y miedo.

Trata virtual de personas, difusión de contenido íntimo sin consentimiento, sextorsión, ciberpersecución, difamación, suplantación, hostigamiento, doxing (difusión de datos personales), stalking (acecho), violación de datos personales, insultos electrónicos y exclusión son las conductas que están en el violentómetro virtual del Frente Nacional para la Sororidad, asociación que da acompañamiento a víctimas.

“En afectación a la víctima, enumeramos dos modalidades de violencia digital. Por un lado, las modalidades de violencia sexual en internet, y por otro, las modalidades de ciberacoso; las primeras dañando la intimidad, principalmente de mujeres, y las segundas dañando la dignidad y la vida privada”, indica en entrevista la activista por los derechos sexuales y digitales Olimpia Coral Melo.

El stalking (acecho) es un tipo de ciberpersecución para unir patrones de quién es una persona, qué hace y cómo está; así es como muchas parejas han encontrado información, pero también se hace un stalking más profesional en el que se descargan apps o se sincronizan los teléfonos o datos que están en la nube.

“No deberías pasar a su esfera íntima; ese stalking pone en la vitrina pública aquella información para la que no diste tu consentimiento para que así sea, desde fotografías, videos y datos personales con los cuales después se hacen memes o burlas”, señala Coral Melo.

Ahora la prueba de amor puede ser darle la contraseña de cualquier red social a tu pareja, pero al final es un dato que nos pertenece y estamos en todo nuestro derecho de no compartirlo. “Poner en manos de amigos, pareja o conocidos nuestras contraseñas es como darle la llave de tu casa a cualquiera; tienes que proteger bien tus comunicaciones”, dice Danya Centeno.

Una tarde, Violeta entró a su habitación y se percató de que Diego estaba viendo su smartphone. Al verla, se sobresaltó y rió con nerviosismo. “¿Qué estás viendo?”, le preguntó. El silencio fue su respuesta, pero tras molestarse, él le dijo que miraba pornografía que le habían enviado en un grupo.

“Hizo como que sacó su teléfono, pero no me lo iba a enseñar, entonces se lo quité y corrí al baño. Me encerré y vi que era un grupo de pornografía [en] Messenger”. Al navegar en el perfil, vio que era su cara la que aparecía en el pequeño círculo de la fotografía principal. En ese Facebook había más de 50 chats sexuales con hombres.

Fotografías de ella en traje de baño y otras que eran tomadas a escondidas, incluso mientras dormía, eran subidas por Diego a grupos de contenido erótico. En las conversaciones que él sostenía al suplantar la identidad de Violeta, había un intercambio de imágenes de su cara junto con fotografías de cuerpos semidesnudos o desnudos de otras mujeres, mientras que él recibía fotos de desnudos de las personas con las que hablaba.

“Más allá de la denuncia que hagas en una institución formal, la denuncia pública es súper importante: esta sociedad se tiene que acostumbrar a que el silencio ya no es la apuesta”, dice.

Se pidió entrevista con la Policía Cibernética de la Ciudad de México, pero no se obtuvo respuesta.

Diego es un nombre ficticio porque existe una denuncia en su contra.

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