Washington
Estados Unidos tiene este martes un dilema shakesperiano: Trump o no Trump. Esa es la cuestión, la razón final de las elecciones de medio mandato que, más que la obligación constitucional de renovar el órgano legislativo, es un plebiscito sobre los casi dos años de su presidencia.
Llegó la hora de la verdad para saber cuál es el respaldo en las urnas de un presidente que se ha puesto en la papeleta de forma explícita. Si normalmente unas midterm —como se conocen en EU a las elecciones de medio término— son un examen del presidente, Trump, en su afán protagonista y arrollador, no dudó en radicalizar esa idea.
“Es un referéndum sobre mí”, repite una y otra vez quien todavía se ve como un salvador del país y que, para demostrar su poder de convocatoria, en la última semana se ha embarcado en un sprint extenuante de mítines (11 en menos de una semana). Todos en territorio amigo, donde sabe que es vitoreado.
Los viajes, además de una inyección de ego, son una apuesta a todo o nada del presidente. En la situación actual, con una economía pujante, los republicanos lo deberían tener todo para ganar, e incluso pasearse por el país con sus victorias más brillantes: un nuevo acuerdo comercial para América del Norte (el T-MEC), dos jueces ultraconservadores y jóvenes en el Supremo, una ley de recorte de impuestos y reforma fiscal.
Nada es suficiente, todo opacado por la figura de Trump y su estrategia electoral de infundir miedo y mentir en sus discursos, el mismo plan que utilizó en 2016 y que está convencido puede funcionarle de nuevo. Incluso ha recuperado dos de sus temas preferidos: los ataques a la prensa y la demonización de los inmigrantes.
A los primeros sigue llamándoles fake news y “enemigos del pueblo”; los segundos son carne perfecta para su retórica más intolerante, sus declaraciones más xenófobas y sus ideas más radicales. Si en 2016 todo lo basó en el muro en la frontera con México, ahora, ante la caravanas de migrantes centroamericanos, ha ido más allá y envía al ejército para frenar la “invasión”.
La presencia del Trump más genuino es una demostración de que es consciente de lo que se juega: vigorizarse con la consolidación de su mensaje más ultra, o quedar totalmente maniatado —más todavía— con un Congreso disfuncional por los equilibrios de poderes.
En Washington se renueva toda la Cámara Baja (435 asientos) y un tercio del Senado (35 curules). Según el análisis de Gallup, los presidentes con baja popularidad —como Trump— pierden en las midterm una media de 37 asientos en la Cámara de Representantes. Todos los sondeos apuntan en esa dirección: si no fallan, los demócratas recuperarán sin problema el control de la Cámara Baja. En el Senado juega con ventaja: casi todos los asientos a elegir son de demócratas. Lo más probable es que los republicanos mantengan la mínima ventaja y el control, pero una Cámara de cada color no es bueno para el mandatario.
El país también elige a 36 gobernadores en estados tan importantes o significativos como Florida, además de miles de cargos estatales y locales.
La elección de las gobernaciones, aunque menos suculenta o brillante que las del Congreso, tiene este año un premio escondido de mucho valor. Con el censo a la vuelta de la esquina, previsto para 2020, se asoma el nuevo dibujo de los distritos electorales en función de población: tener el poder en los estados permitirá ser la mano dibujante a su favor.
La elección de este martes puede deparar muchas “primeras veces”: Andrew Gillum, demócrata de Florida, puede ser el primer gobernador negro de su estado. Stacey Abrams, también progresista, puede ser la primera gobernadora negra de la historia de EU si vence en Georgia. Alexandria Cortez-Masto, la joven sensación latina del progresismo, será la más joven nunca elegida en un Congreso que podría tener por primera vez mujeres musulmanas o mujeres representantes de los pueblos nativo-americanos.
Lo que ya se sabe es que serán las elecciones de medio mandato más caras de la historia: se han gastado más de 5 mil millones de dólares. Una semana antes, más de 20 millones de personas ya habían votado por adelantado, especialmente adultos mayores y mujeres; las últimas se espera que sean una fuerza fundamental para entender el resultado final, energía que puede llevar a un nuevo “Año de la Mujer”, como el de 1992.
La duda será hasta dónde llega esa energía, y si está complementada por los jóvenes, que se espera que acudan a las urnas en masa. Según el Harvard’s Kennedy School of Government, 40% de los menores de 29 años dijeron que “seguro” votarán. Normalmente, su participación es de 20%.
cetn