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San José
La crisis venezolana adquirió dimensiones globales, sobrepasó los cónclaves bilaterales y regionales, colapsó las vías de arreglo norte-sur o sur-sur, desplegó un sensible y peligroso cruce de caminos y… ¿complicó y alejó las posibilidades de lograr una salida pacífica y negociada?
Por el alzamiento cívico-militar que sacudió el pasado martes 30 de abril (30-A) a Venezuela y alteró abruptamente el escenario de un conflicto de impacto internacional, tras desnudar las fracturas castrenses venezolanas, Washington y Moscú intercambiaron advertencias mientras sus aliados respectivos más inmediatos en el diferendo —Bogotá y Brasilia, por un lado, y Caracas y La Habana, por el otro— buscaron consolidar sus posiciones contrastantes.
Desde su penetración en América con un potente músculo financiero y sin detenerse en consideraciones de democracia, justicia o libertad, Beijing sólo vigiló el impacto del diferendo sobre sus facturas petroleras y en respaldo a Caracas. Bruselas, albergue de la Unión Europea (UE) en la orilla oriental del Atlántico, Lima, base del grupo bautizado con su nombre en el borde oriental del Pacífico, y Washington, sede de la Organización de los Estados Americanos (OEA) y del poder político y militar de EU, intensificaron consultas, negociaciones y denuncias.
Los presidentes de EU, Donald Trump, y de Rusia, Vladimir Putin, dialogaron por teléfono el pasado viernes y el gobernante estadounidense aseveró que su colega ruso le prometió que no intervendría en Venezuela.
“Venezuela se convirtió en el tablero de ajedrez internacional como un cuadro altamente disputado por los principales actores que tienen vida en este país, que son los chinos y los rusos y claramente los cubanos”, dijo el venezolano Luis Cedeño, director ejecutivo de Paz Activa, organización (no estatal) de Caracas que estudia la seguridad y la geopolítica.
“Se ha activado la matriz de opinión de que es necesaria una intervención militar. Parece que la dirigencia opositora todavía está alejada de esa posibilidad. Su liderazgo parece que todavía cree que son los venezolanos los que deben resolver el problema de los venezolanos y que, en caso de intervención militar, el control de la situación y el desenlace de la crisis en Venezuela se le escaparía totalmente de las manos a esa dirigencia”, afirmó el experto.
En una entrevista con EL UNIVERSAL, Cedeño subrayó que “esos actores internacionales de muchísimo peso quedarían como los tomadores de decisión y los que posteriormente resolverían o generarían una crisis aún mayor en Venezuela, dada la situación en que estamos con un conflicto armado con enfrentamientos abiertos en espacios urbanos y civiles y cuyas consecuencias pueden ser realmente nefastas para la sociedad venezolana”.
¿Golpe o rebeldía? El acelerado curso de los acontecimientos que se registró a partir del 30-A en Venezuela consolidó dos posturas enfrentadas.
¿Intento de golpe de Estado o sublevación castrense, en un sector disidente focalizado y ya dominado en la estructura militar venezolana?
Estados Unidos reafirmó su política hegemónica en el continente —“es nuestro hemisferio”—, conminó a rusos y a cubanos a retirar su presencia militar de Venezuela y amenazó con modificar el embargo económico a Cuba, que impuso en 1962 y reforzó en 1996, para convertirlo en uno completo y total.
Rusia, con profundos intereses petroleros y energéticos en el mercado venezolano, rechazó las alertas de los estadounidenses, ratificó su apoyo al gobierno del cuestionado presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y garantizó que el centenar de soldados rusos con pertrechos bélicos que aterrizó el pasado 24 de marzo en Caracas seguirá respaldando al régimen chavista.
Con limitado potencial económico y en un teatro que, como el venezolano, está lejos de Asia como escena de su principal accionar militar, Rusia persiguió con su desembarco en Venezuela una recompensa en América Latina y el Caribe, como foco de influencia natural de EU, por la intromisión de Washington en el de Moscú: los conflictos bélicos en 2014 en Ucrania (Crimea y Donbás) y Georgia en 2008 (Osetia del Sur).
Cuba repudió las maniobras intimidatorias de EU, negó tener soldados, espías y agentes de seguridad en Venezuela encubierto como personal de salud o deportivo, insistió en respetar a Maduro como gobernante constitucional y reprobó cualquier forma de intervención o injerencia externa en los problemas venezolanos.
Los presidentes de Colombia, Iván Duque, y de Brasil, Jair Bolsonaro, y nueve de sus socios en el Grupo de Lima —Argentina, Canadá, Chile, Costa Rica, Guatemala, Honduras, Panamá, Paraguay y Perú— negaron que los hechos que ocurrieron el 30-A configuren un intento de golpe de Estado en contra de un gobierno legítimo y alentaron a los militares venezolanos a aliarse al gobernante interino o encargado de Venezuela, Juan Guaidó.
El panorama demostró una combinación de viejos protagonistas externos con su choque de intereses y de nuevos actores internos— los militares disidentes— con los viejos e inamovibles.
Por un lado, y aunque es desconocido como presidente por una mayoría de la comunidad internacional desde el 10 de enero anterior que le acusó de reelegirse en 2018 en comicios espurios, Maduro exhibió, luego del alzamiento, el apoyo de la jerarquía castrense, repitió que gobernará con mandato constitucional hasta 2025 y calificó a Guaidó de golpista. Por el otro, y con el reconocimiento de más de medios centenar de países luego de juramentarse como interino el 23 de enero anterior al amparo constitucional, Guaidó catalogó a Maduro como usurpador del poder y reafirmó que nunca cesará en luchar por el retorno de la democracia tras 20 años de chavismo.
Con la abundante mezcla de intérpretes de uno u otro bando de la crisis y, cada cual, hablando de un extremo o del otro, la puerta de la solución pacífica y negociada… parece trancada.