Si aprietas cerca de su corazón ella se presenta. “Mi nombre es Xahni”, dice. Es una muñeca otomí, nació en Querétaro. Su cabello está hecho de estambre negro y la peinan de trenzas decoradas con listones coloridos. Sus ojos son negros, su nariz y labios, rojos. Viste una blusa con cuello de encaje blanco y falda larga, ambas están hechas con telas que asemejan la flora y fauna de las comunidades donde vive.

Xahni ha viajado por México y el extranjero al menos 500 veces con sus tenis hechos de foami. Algunas mujeres la han adoptado para que les enseñe frases en otomí. Su voz es de una mujer adulta, porque como en las comunidades, las madres y abuelas son las que enseñan a sus hijos e hijas la lengua. “Hadi, hanja gí’bui?”: “Hola, ¿cómo estás?”, pregunta.

Desde 2015, Xahni tiene una misión: evitar que el otomí muera y compartirlo con el mayor número de personas y nuevas generaciones. Quienes la crearon fueron un grupo de emprendedores sociales que se hacen llamar Yosoyoho, o “yo soy dos” en español. Porque los mexicanos, como dicen ellos, “no somos uno, somos parte de un combinación cultural”.

En el país, de los 127 millones de habitantes, sólo 6.5% habla alguna lengua indígena, es decir, un poco más de 7 millones, de acuerdo con el Inegi. El otomí es una lengua presente en sólo 4.5% e incluso así se considera una de las más habladas.

En el libro “Lenguas indígenas nacionales en riesgo de desaparecer”, publicado en 2012, el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (Inali) asegura que es muy probable que para finales del siglo 21 más de 5 mil lenguas en el mundo desaparezcan, un daño para toda la humanidad, “pues se pierden diferentes maneras de pensar, la cultura que expresa una lengua, la identidad y la diversidad del mundo”.

La pérdida de la lengua

Por más de dos años, Román Sauza y Laura Arciga convivieron con otomíes. En 2011 comenzaron sus prácticas de campo de las carreras de Antropología y Sociología, respectivamente, en tres municipios de Querétaro. Comieron y platicaron con curanderos para conocer cómo practicaban la medicina tradicional. Así atestiguaron algunos problemas que sufren las comunidades indígenas en México, uno de ellos, la pérdida de su lengua.

“Me acuerdo que una vez estábamos en Santiago Mexquititlán barrio pinto y me acerqué al personal de caravanas de salud para platicar; entonces una mujer como de 70 años nos empezó a hablar en hñahñú (otomí) como por 20 minutos, hasta que se cansó. Se dio la vuelta y nos dijo: ‘Chinguen su madre’. Lo entendimos clarito. Una semana después preguntamos qué había pasado con esta mujer: sólo estaba pidiendo un medicamento para el dolor de estómago. Con algo tan sencillo no supimos qué hacer, no pudimos darle una pastilla”, dice Román.

En Querétaro, más de 31 mil personas hablan alguna lengua indígena, de acuerdo con la Comisión del Desarrollo de los Pueblos Indígenas (Cdi). El Inali atribuye la pérdida de las lenguas indígenas al reducido número de hablantes en el país, al abandono de las nuevas generaciones, al rechazo a las lenguas en los espacios públicos, instituciones, medios de comunicación y en el ámbito familiar.

Pero Román lo explica así. “En las comunidades indígenas las madres transmiten la lengua, pero esta tradición ha sufrido cambios por la discriminación e inmigración. Los hombres, quienes no usan la vestimenta tradicional de los otomíes [pantalón y camisa de manta] viajan a Estados Unidos para trabajar y enviar dinero a sus familias. Por eso, las mujeres aumentaron sus tareas: no sólo son amas de casa y artesanas, también siembran o cuidan ganado”.

La Encuesta Intercensal 2015 del Inegi señala que 11.7% de la población indígena, 900 mil personas, migraron a otro estado y 1.4% a otro país. Sus principales razones son una mejor calidad de vida y trabajo.

Mientras las madres se dedican a las actividades económicas, sus hijos y nietos han dejado de hablar otomí porque en las escuelas sufren burlas. “Hemos notado que a los niños les llaman indios cuando hablan su lengua”. Además, el campo laboral tampoco da apertura “no vas a un trabajo y te dicen: ‘¿Sabes hablar otomí?’ No. Te preguntan si sabes hablar inglés”.

La artesana que le da voz a la muñeca

Hacer un juguete popular mexicano para rescatar las lenguas indígenas fue una propuesta que Román pensó tras estudiar la maestría en Antropología Social en la Universidad Autónoma de Querétaro. Él y Laura buscaron a amigos con experiencia profesional en las comunidades indígenas y a artesanos para realizar la muñeca. Así se asoaciaron con el licenciado en estudios socioterritorial Alfredo Reyes y con el maestro Alonso Serafín Muñoz.

Por una recomendación conocieron a la artesana Angélica Ruíz, originaria de Amealco de Bonfil y su primera petición fue que diseñara una muñeca con un cierre en la espalda. Fue la primera ocasión en la que Angélica modificó la tradicional muñeca otomí, que desde pequeña confeccionaba con su madre para venderla, “ahora mi niña me ve que hago muñecas y rellena los pies, las manos y las piernas”.

Cuando Román y sus colegas regresaron con Angélica le pidieron grabar distintas frases en otomí y español que nombraban colores, animales o anécdotas sobre la comunidad.

“Mucha gente dejó de hablar otomí. Si tú me preguntas a mí por qué mis hijos no hablan otomí te diría que es por la discriminación. Me decían: ‘María’ por la forma que iba vestida o cómo actuaba”, cuenta Angélica.

Pero al conocer sus derechos como hablante de otomí comenzó a impartir talleres de elaboración de muñecas para empoderar a los otomíes. Exclusivamente para crear a Xahni, Angélica y su madre se dedican un día entero a su confección. Las telas, popelina, algodón, estambre, listón, velcro y encaje las compran ellas.

El costo de Xahni depende de su tamaño, la más grande vale 530 pesos. La ganancia se divide entre los artesanos, los socios de Yosoyoho y los encargados de hacer los circuitos para reproducir la voz. Cuando Angélica o los demás artesanos (su hermana y cuñado) terminan la muñeca, el equipo de Yosoyoho les coloca los dispositivos con conexión USB en el pecho y Laura les borda en las faldas una frase relacionada a la comunidad.

En mural

Hasta julio de 2017, Yosoyoho vendió 500 muñecas Xahni, que se han exportado a Sudamérica y Estados Unidos. Pero no es el único proyecto de los emprendedores sociales para rescatar las lenguas indígenas. A finales de 2016 planearon la creación de otra muñeca, basada en Frida Kahlo, un mural sobre Xahni y un cortometraje que aún está en grabación.

“Creemos que tenemos un concepto, Yosoyoho no sólo es Xahni, la empresa trata de revolucionar la industria del juguete mexicano, que ayuden a transmitir valores”, comenta Román. Por eso, decidieron elaborar una Frida Kahlo en muñeca para privilegiar el aporte de la pintora, nacida en 1907, por encima de lo que la gente suele identifica de ella: sus cejas o vestidos.

“Donde no puedas amar, no te demores”, dice la muñeca Frida. Este juguete no tiene boca, ella habla desde el corazón igual que Xahni. Las costuras de su cuerpo no se ven, los cachetes polveados de rosa y un rostro infantil.

“Muñecas de Frida hay muchas”, reconoce Ofelia, la artesana que la elabora, “entonces necesitábamos darle un toque especial. Hacerla menos rústica”. Ofelia realiza el cuerpo de la muñeca, mientras que Ivette Morales, dueña de la tienda Hecho a mano, busca telas muy parecidas a las tehuanas que vestía la pintora.

Frida muñeca tiene una voz fuerte porque para interpretarla Yosoyoho eligió a una actriz que se inspirara en la actitud de la pintora y en sus escritos. La muñeca tiene dos tipos de grabaciones: una donde narra su vida y la otra en la que recita frases. “Si con Xahni queremos aprender la lengua, con Frida queremos aprender de su historia”, dice Laura.

Las muñecas Xahni y Frida Kahlo monolingüe pueden admirarse, juntas, en un mural del Centro Cultural Manuel Gómez Morín, ubicado en Querétaro. El centro educativo le permitió a Yosoyoho ocupar una pared alargada, pero las pinturas y herramientas fueron donadas por empresas privadas.

La artista a cargo, Malú Olguín, pintó tres escenas con Frida Kahlo, Xahni y juguetes populares: “Mi objetivo era traer la artesanía a una escena actual para motivarnos al consumo de lo mexicano. Ya que lo que se produce en México es rico y muy atractivo. Si lo valoran en el extranjero, ¿por qué nosotros no?”.

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