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Para Miriam Cantó, o Galla Cantó como le llama su marido, lo más difícil de ser emprendedora es encontrar un precio justo para sus productos y lograr que el cliente pague por adquirirlo. En su caso, vender artesanías representa un reto mayor, puesto que, a pesar de que México es un país que gusta de la artesanía utilitaria, siempre que se vende, pero también se regatea.
Fusión de artesanía
Galla Cantó comenzó a ser artesana desde que estaba en la preparatoria, pero por indicación de sus padres, Miriam tuvo que estudiar una carrera universitaria y eligió la de pedagogía. Por tales motivos la artesanía se convirtió en un pasatiempo y no en su forma de ganarse la vida.
Fue hasta el último año, cuando libre de responsabilidades con la familia, una vez que crecieron sus hijos, Miriam volvió a su primer amor: la alfarería.
Volvió a trabajar con barro, pasta cerámica y también con cristal fundido. Pasó de crear sólo artesanía utilitaria, como platos, tazas y jarrones, a crear artesanía decorativa. Miriam ahora fusiona la artesanía con la joyería para ofrecer productos nuevos a sus clientes.
“Estudié pedagogía, trabajé como terapeuta para niños con problemas de aprendizaje, después trabajé en una academia de danza donde me encargué de las actividades artísticas, de alguna forma en todos mis empleos siempre me apoyé de la artesanía para conectar con mis alumnos.
“Hace algunos meses que renuncié a mi trabajo para volver a la alfarería. Aquí tengo mi taller, me dedico a eso sobre todo en las tardes. Le dedico muchas horas a eso, ya que me encanta”, afirmó.
Desde que Miriam Cantó dejó su empleo, se dedica a dar rienda suelta a su inspiración, y dependiendo de su estado de ánimo decide crear alebrijes, figuras humanas, bustos, brillantes collares o pulseras que entrelazan figuras miniaturas hechas de cerámica.
Desde hace un año acondicionó una de las habitaciones en su casa y la convirtió en un pequeño taller, donde puede pasar horas concentrada en lo que se convirtió en su nuevo empleo.
Sin embargo, Miriam ha aprendido que ser emprendedor no se trata sólo de hacer lo que más gusta, sino de aprender a venderlo. Ese ha sido el principal obstáculo en el negocio Aldebarán Alfarería, como Miriam llamó a su nueva empresa.
Fusionar la alfarería con la joyería es una opción que la empresaria ha tomado para ofrecer artesanías de calidad y a un precio más accesible. Debido a que sus piezas varían entre los 70 y pueden llegar a los 2 mil 500 pesos.
La forma de vender que más ha funcionado para la empresa Aldebarán Alfarería es la promoción de boca en boca y la presencia en tianguis artesanales o bazares. Por un tiempo la artesana intentó vender sus productos por internet, pero ella prefiere el trato directo con las personas. Explicar el porqué de sus artesanías, por qué los costos, incluso prefiere negociar con las personas que de verdad se sienten atraídas por sus obras.
“Lo más difícil para mí es vende, tú sabes que puedes trabajar durante horas en una pieza, pero a la hora de la vendida eso no se valora. Lo difícil comienza con ponerle precio a tu trabajo. Lo intenté por internet, mis hijos en mi cumpleaños me regalaron una página y fue todo un reto para mí, aún debo dominarlo, dedicarle más tiempo. Me funciona más el trato con el cliente, si veo que al cliente le encanta mi obra le digo que se la lleve, aunque no me pague lo que realmente vale.
“Tristemente estamos en un país donde no se ha apreciado nunca el trabajo artesanal, aunque somos un pueblo que nos encanta el barro, el textil, pero siempre estamos regateando y a veces me han dicho “por qué tan caro si lo haces tú”, como si eso le restara valor a los productos”, lamentó.
Refirió que el fabricar la joyería lo implementó recientemente para compensar un poco los precios: “Uso bisutería porque si uso materiales como la plata, entonces se tendría que elevar el costo se trata de hacer lo contrario”.
Desapego
Una vez superado el reto de ponerle precio a sus artesanías y conseguir que el comprador reconozca el trabajo, el esfuerzo y las horas invertidas para crearlas, Miriam Cantó tuvo que aprender a desprenderse de sus figuras de cerámica que fabrica.
Algunas de ellas le recuerdan a su madre, que falleció hace poco, algunos miembros de su familia ven en las piezas y dicen: ¡Mira, se parece a mi yaya! Entonces se pregunta: “¿Cómo vender algo que representa a mi madre?”.
En una ocasión, inspirada en la historia de una de sus alumnas, creó una pequeña figura de una niña. Fue tanto el lazo sentimental que Miriam tuvo con su obra, que le puso un precio extremadamente alto, para que nadie la comprara. Pero al final alguien con la suficiente determinación lo ofreció todo y se quedó con la figura.
“Con todo el dolor de mi corazón tuve que venderla, fue un ejercicio de desapego, porque cuando comencé con esto no quería deshacerme de mis trabajos por el contenido emocional”, comenta la artesana.
Miriam no piensa abandonar de nuevo su pasión, a pesar de las dificultades que representa vender artesanías. Piensa que cada día es una oportunidad de familiarizar más a los ciudadanos con el arte de crear piezas únicas, incluso con personalidades y nombres propios y sobre todo con hacer que aprecien el esfuerzo y amor que hay detrás de cada una.