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Son casi las 13:00 horas. Es el momento en el que las personas buscan algo para comer en el K Dog, que se anuncia como cocina coreana de calle y cuyos fundadores, dicen, tratan de conservar las recetas de esa nación asiática.
El concepto surgió en plena pandemia de Covid-19. La decoración es de murales con motivos coreanos y al estilo de una calle de Seúl, capital de Corea del Sur. Las mesas, algunas reservadas para mantener la sana distancia entre comensales, poco a poco se llenan. “Hay una afición por lo coreano”, comenta Ricardo del Valle, gastrónomo de profesión y creador, junto con su esposa Mariana, del concepto de comida coreana.
“Todo empezó hace unos cinco años, cuando mi esposa se metió de lleno a la cultura coreana, y de ahí empezamos a comerla en la casa. Empezamos con el pollo frito. Está regular. Hay gente que tiene platos suyos, que siempre hace. Nosotros tenemos el pollo frito coreano y era algo regular.
“Siempre tuvimos la idea de abrir un restaurante, ver qué opciones había. Antes de la pandemia ya teníamos la idea de banderillas coreanas. Ya habíamos hecho pruebas. En febrero de 2020 estábamos dando vueltas para ver dónde conseguíamos local. Cuando llegó la pandemia pusimos todo en stand by”, abunda.
Con el confinamiento, la pareja permaneció en casa. Ricardo seguía trabajando en otro negocio. La pareja seguía cocinando y haciendo pruebas, pero seguían madurando la idea de abrir un negocio.
Llegó un punto en el que pensaron que el concepto del pollo frito podía gustarle a la gente, pues ellos lo consumían con regularidad y confiaban en que les gustaría a los demás.
Agrega que descartaron las banderillas como alimento para entrega a domicilio, porque el queso llegaría derretido. Planearon una forma de entrega en la que se veían en diferentes puntos de la ciudad, como Plaza de las Américas, Plaza Constituyentes, Juriquilla y Plaza del Parque. El método de entrega fue el ideal para los momentos de la pandemia, pues la gente hacía sus pedidos entre semana y los clientes ya sabía a qué lugar iban cierto día, recogían el pedido y se iban.
“Fuimos creciendo, la gente nos fue conociendo más y llegó el punto en el que la misma gente, los clientes, nos decían que deberíamos abrir un local”.
Lo vimos como algo viable, pero a mediano plazo. Queríamos que fuera seguro, dijimos: ‘Vamos a aventarnos, pero hasta que estemos en semáforo verde’. Luego nos arriesgamos a invertir en el negocio.
Ahora, con el Escenario A, aplican todas las medidas sanitarias y con todas las precauciones, para ofrecer algo diferente en Querétaro, siempre siguiendo el gusto de su esposa por la cultura coreana y la afición de ambos por la cocina.
“Hubiera sido muy fácil hacer alguna otra cosa que ya hay en Querétaro. Hacer sushi, hamburguesas, tal vez algo más común, pero algo coreano llama un poco más la atención y creemos que el estado necesita ese impulso de ser una ciudad que sí, es histórica, pero que también hay gente de otros lados.
“Hay muchos coreanos y de todas las nacionalidades. Quisimos aportar un poco a la diversidad gastronómica de Querétaro en algo que sabemos que a los mexicanos nos va a gustar, porque también se trataba de hacer platillos para ellos.
“Pueden existir platillos coreanos con sabores muy fuertes o ingredientes difíciles de conseguir, o que como mexicanos sólo lo podemos comer una vez”, detalla.
Comenta que el proyecto que surgió en la pandemia sirvió de muchas formas, pues permitió saber si K Dog podía funcionar de manera presencial y si existía el gusto por la comida de Corea en México.
De notar que la comida no gustaba, no se hubieran animado a abrir de manera física para ofrecer Ramyeonbap, que es una variante de arroz frito; Bomb-ppangl, que es pan brioche bañado de mantequilla, ajo y perejil, así como el tradicional pollo frito coreano, bañado con distintos tipos de salsas, a gusto del comensal.
Sin dejar de lado las banderillas coreanas, algo muy tradicional que ofrecen, además de refrescos coreanos.
“Sirvió demasiado ponernos a prueba antes. En la parte comercial, para saber cuánto puedes vender. En la parte operativa ya sabemos algo de procesos, entonces abrimos y ya sabíamos qué hacer. Ya teníamos un año de experiencia.
“Se nos cargó mucho la mano cuando abrimos, pero afortunadamente contamos con otras dos chicas que nos están apoyando. Eso está padre, porque era otra de las cosas que queríamos: apoyar un poco al empleo local. A veces les enseñamos algunas cosas a las personas que están con nosotros y tratamos que el ambiente laboral sea bueno, queremos que estén trabajando a gusto”, enfatiza.
Ricardo explica que no quisieron involucrarse tanto con la cocina tradicional coreana. Querían ofrecer algo como lo que los ciudadanos coreanos suelen comer en la calle rumbo a sus trabajos o como antojo en la calle a media jornada laboral o antes de llegar a casa a cenar, que también tiene su tradición y sus formas de preparación.
Ricardo es optimista con el futuro. Él y su esposa están contentos, quisieran abrir en el futuro alguna otra sucursal, pues el concepto que ofrecen puede gusta a muchas personas.