Los Ángeles.— Con The Revenant, Alejandro González Iñárritu ha obrado el milagro en Hollywood de levantar un proyecto ambicioso, rodado a la antigua usanza, con un enorme presupuesto y sin superhéroes, un reto que se propuso porque no es partidario del cine que triunfa hoy día.

“Hoy vivimos en un contexto donde la ambición se castiga”, afirma el cineasta mexicano de 52 años.

“Casi todas las películas, ya pueden estar bien o mal, deben cumplir ciertos parámetros: que sean claras, que no incomoden, que no sean misteriosas, que no sean difíciles de leer... Cualquier ambición de otro lado es castigada, así que cada día estoy más lejos del cine populista”, explica el director. “Mi gusto personal cada vez se aleja más del de la gente. Eso lo tengo claramente percibido. Y me gusta estar lejos de lo que está sucediendo ahora”, sentencia.

The Revenant, inspirada en hechos reales, narra la historia de un explorador (Leonardo DiCaprio) que en 1823 fue atacado por una osa y abandonado por sus compañeros de expedición, y cuyo deseo de venganza le lleva a sobrevivir y emprender una odisea de cientos de kilómetros para dar con quienes le traicionaron.

Leonardo DiCaprio, que considera la película “una obra de arte”, no dudó en dejarse la piel en el rodaje. Llegó a comerse crudo un trozo de hígado de bisonte, aprendió a disparar un rifle, se familiarizó con dos lenguas nativas americanas (el pawnee y el arikara) e incluso aprendió técnicas antiguas de curación.

Todo por la búsqueda de la verdad. “Entregar todo para encontrarlo después”, como explica Iñárritu. Esa era la misión en pleno paisaje nevado bajo las durísimas condiciones climatológicas de las Rocosas canadienses.

“Su trabajo es testimonio de la clase de actor que es”, asegura Iñárritu.

“Piensa más como cineasta que como actor. Eso fue hermoso de ver. Fue una relación impecable en cuanto a confianza, colaboración, risas y amistad. Fueron 11 meses de una dureza brutal y requerimientos físicos cabroncísimos. No hubo quejas. Siempre actuó con educación y mesura. Tiene un temple increíble y fue un caballero con todo el equipo”, asevera el cineasta sobre DiCaprio.

El realizador destaca de su protagonista, asimismo, que es “admirable” que “nunca se haya vendido a hacer películas fáciles y predecibles”.

“Siempre ha arriesgado. Es un tipo con los pies en la tierra, pero con una gran capacidad de mirar al mundo con inteligencia. Eso no es fácil en Hollywood. No es sencillo dar con actores con un rango tan amplio que no proviene del ego, ni del divismo ni de la miseria egocentrista”, agrega.

El filme, al igual que los demás de su filmografía, se rodó en orden cronológico y con largos planos secuencia, la técnica que empleó en Birdman, ganadora de cuatro Oscar.

“Era así —afirma— como la tenía concebida desde hace cinco años. El propósito era filmar una especie de documento histórico y a tiempo real, como la memoria de un fantasma. No quería que tuviera el aspecto de una película, sino de un sueño más bien”.

Las dificultades por las que pasó la producción han sido ampliamente documentadas en la prensa especializada: renuncias, despidos, temperaturas bajo cero, el uso únicamente de luz natural en el rodaje (labor del director de fotografía Emmanuel El Chivo Lubezki) o el traslado a la Patagonia argentina en busca de nieve en julio.

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