El alimento, más allá de una necesidad vital fisiológica, es para el hombre sustento de fantasías, metáforas, símbolos y pulsiones que florecen en el marco de la filosofía, la religión, la política y el placer carnal. El trabajo de Juan Carlos del Valle, pintor mexicano, juega con la polaridad de lo sacro y lo profano. Su formación la encontró con los maestros José Manuel Schmill y Demetrio Llordén, quienes lo guiaron por la escuela tradicional española, “el oficio de la pintura es lo que me gusta y lo que me satisface,” nos cuenta.

La serie “Tentación” y el “ El pan de cada día” de Juan Carlos -que se contituyen por óleos de pequeño y mediano formato- se presentan al espectador como un pretexto para meditar sobre cuestiones fundamentales de la condición humana. Su manejo del color, la textura y los objetos de los retratos (pastelillos, donas, paletas, banderillas, cupcakes, bombones, chocolates, tartaletas) problematizan el género convencional de la naturaleza muerta o quieta (también conocida como bodegón), con una perspectiva actual, “una nueva figuración desde mi propia exploración conceptual y pictórica,” nos explica.

Los elementos de comida procesada que se reconocen en sus lienzos se plantean como una metáfora de lo desechable en la sociedad contemporánea. Aquí caben lecturas y preguntas desde lo nutricional, ¿qué estamos ingiriendo?, hasta inquietudes sobre lo sensual, lo sexual y del canivalismo. “En la religión católica está el sacramento de la comunión: de comer un cuerpo sagrado, de comerse al otro. Es un símbolo potente. La pregunta que quise lanzar con esta serie era si los panecillos industriales caben dentro de lo simbólico. Se trata de alimentos con lo que generalmente nos premiamos y que tienen una carga afectiva desde la niñez, se nos antojan. Ese es el pan de cada día –el pan de caja, los pastelillos- sin importar la clase socioeconómica. Lo que se busca es una alteración de códigos para provocar la reflexión y la experiencia.”

Para Juan Cuarlos, cada elemento tiene una razón y las decisiones tienen que ver con la provocación del antojo y, a la vez, de rechazo. Existe un diálogo entre las piezas y el conjunto da lugar a una lectura abierta de la colección. No hay un tema moral en la pintura, no hay nada impuesto. “Deseo que el inconsciente del espectador navegue en diferentes niveles ante los cuadros con este tema tan elemental, el alimento.”

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