Una pantufla. Simplemente. Carla Bruni —la ex supermodelo de los 90, la ex primera dama de Francia, la músico y cantante que ha vendido millones de copias de sus álbumes a través del mundo— no necesitó nada más para inspirarse la primera vez.
—No era una canción violentamente romántica. La escribí cuando era muy pequeña; no tenía música.
Por teléfono, la voz de Carla Bruni suena cercana. Suave y ronca a la vez. Alegre, liviana, sin perder en elegancia y sobriedad. Una voz llena de paradojas, contrasentidos, matices. Una voz que refleja a su dueña.
—Ahora que lo pienso, sí era bastante romántica, porque era una pantufla que había perdido la otra pantufla y se sentía sola. ¡Voilá!”
Carla Bruni se ocupa en la promoción de su último disco, Little french songs, que marca su regreso a las pistas desde el final del mandato de su marido, el ex presidente de la República francés, Nicolas Sarkozy, a quien acompañó en el Palacio del Elíseo durante cuatro años y medio.
La ex primera dama lo ha dicho en varias oportunidades, alejarse del Elíseo para ella fue un “alivio”. Ella quiere hablar de lo suyo y nada más. Y lo suyo, asegura, es la música. “Yo nunca tuve poder —dice ahora a Revista Ya—. Nunca tuve poder y el poder que tuvo mi marido nunca lo usé para nada ni abusé de él. No me interesa el poder, no es mi profesión. No me gusta. Prefiero las relaciones sensibles y afectivas a las relaciones de dominación o sumisión. No me interesa particularmente que me obedezcan, no me gusta dar órdenes, recibir órdenes tampoco. Creo que a los seres humanos les atrae el poder, pero cuando uno lo ve de cerca no es formidable porque es una posición, a mi juicio, un poco artificial”.
La canción “J’arrive à toi”, del nuevo disco de Carla Bruni, fue interpretada por el público como una declaración de amor abierta a su marido. La pareja se conoció en 2007 en una comida organizada por un amigo común para presentarlos. El flechazo fue inmediato y tres meses después, en febrero de 2008, Bruni y Sarkozy se casaron. Ella tenía un hijo, pero nunca se había casado por la ley. Él contaba con dos divorcios anteriores.
Sí, ¡no fue pronto! ¡Ya era hora!, como dice mi suegra, quien se casó a los 20
Es cierto. Uno ya sabe todas las cosas que no podrá hacer. Por ejemplo, yo sé que no podré presentarme en las olimpiadas en carrera de atletismo bromea—. Cuando uno es joven, todo está por delante, todo es posible. Esa es la diferencia. Con el tiempo las opciones se hacen cada vez más precisas, la vida se precisa de alguna manera. Eso es lo que cambia. A partir de los 40 uno empieza a ser realmente sí mismo. Uno empieza a saber lo que puede y no puede hacer. Pero me gustó mucho casarme y soy bastante seria con el matrimonio. Creo en el compromiso del matrimonio. Pienso que es un gesto, una acción bastante fuerte.
¡Es que me gustaría no adquirir sólo arrugas! Quisiera que vinieran con algo más. Que vinieran con sabiduría. Siento que esa es la palabra para la edad adulta. El no interesarse tanto en su apariencia física porque, francamente, yo hice de la apariencia física mi trabajo durante años, pero uno siente que ahí no está la clave de la existencia. Además que con el pasar del tiempo importan otras cosas fuera de la juventud, el físico o la belleza. También están el conocimiento, la inteligencia, la amabilidad, la profundidad.
Uno se apoya en los demás, se apoya en su propia fuerza. Uno intenta... se enfrenta a la situación. Creo que tengo bastante fuerza, pero veo que todos nos sentimos un poco desprovistos frente a situaciones como esas.
La verdad es que no. Cuando uno es independiente no necesita afirmarlo. La independencia es un hecho. Y está sobre todo relacionada con el tener un trabajo y no depender de nadie para subsistir. Yo trabajo desde que los 18 años, estoy acostumbrada a la independencia más profunda, más natural. Mi independencia profunda le gusta a mi marido y yo la conservé simplemente porque siempre trabajé. Hay que decirles a las mujeres que la independencia es el trabajo. Cuando uno tiene su propio sueldo y paga por la vida de la familia puede opinar sobre todo.
No mi verdadera espontaneidad. Porque en la intimidad conservé exactamente el mismo carácter. Las apariciones públicas no dejan espacio para la sicología personal. Pero soy espontánea, conversadora, mis amigos pueden decirlo; no necesito hablar públicamente para demostrarlo.