Lo que se agradece en Terminator Génesis es el humor y ver Arnold Schwarzenegger ganarse al espectador con una falsa sonrisa como única arma letal.
Se aprecia la presencia del ex gobernador de California de políticas anti inmigrante en la saga a la que le debe gran parte de su carrera. Presencia que sostiene todo el sentido de la saga de James Cameron.
Pero tampoco se menosprecie ese mensaje entre líneas a favor de la tercera edad: “Viejo, pero no obsoleto…, todavía”, respecto al viejo Terminator T800.
La película es, en síntesis, la batalla de lo nuevo contra lo no tan nuevo. Robot de tornillos y bisagras frente a la versión cyborg T1000 de metal líquido y, finalmente, el encontronazo con la versión de aleación molecular (Jason Clarke).
En la nueva versión de los robots que viajan al pasado para reescribir el futuro casi todo es tecnología digital, truco de computadora y poco ingenio. Gracias al 3D ya no hay imposibles en la pantalla grande, por esa razón es que hay que buscar originalidad en la historia y en los personajes, y es ahí donde el Terminator del director Alan Taylor queda a deber.
La historia es tan enredada cual drama isabelino. La película empieza por el principio de la primera parte e involucra partes de los dos capítulos siguientes.
Los personajes van del futuro al pasado, luego regresan al un futuro más inmediato. Un poco más de Volver al futuro y se hubiera necesitado un manual para verla.
Un punto a favor de la película: la actriz Emilia Clarke (rostro conocido en Juego de Tronos, serie televisiva) es una digna sucesora de Linda Hamilton y Jai Courtney es más carismático que Michael Biehn, el primer Kyle Reese.
La pregunta pendiente es si Terminator. Génesis hace honor a sus predecesoras y alarga la vida del T800. Yo paso. Imaginar al T800 en silla de ruedas, dando patadas a los Terminators del futuro es to much.
Sobre el recalentado. Se ha dicho hasta el cansancio que Hollywood está en crisis, que las ideas se secaron en la cabeza de los guionistas y que los grandes estudios se han dedicado al recalentado fílmico. Sin embargo, y para colmo de sus detractores, nada está más alejado del fracaso que el estreno de las secuelas de sagas exitosas.
El caso más emblemático es el entreno próximo de Star Wars en su capítulo mil millones (es un comentario sarcástico, para los que no entienden de sarcasmos).
El estreno de nuevos capítulos de series pasadas ha traído más taquilla y ha hecho pedazos aquella falsa frase de “segundas partes nunca fueron buenas”.
Un ejemplo del lucrativo negocio de repetir fórmulas fue el caso de Rápidos y furiosos 7, con un récord difícil de superar: 779,1 millones de pesos sólo en México y 15,5 millones de espectadores, según datos de Canacine.
Ha habido regresos poco afortunados en términos de trama como Avengers, la era de Ultrón, pero también los hubo afortunados reencuentros como Mad Max, furia en el camino, obra maestra de George Miller que revitaliza la serie y le da continuidad a su versión post apocalíptica.
Estrenos como Jurassic World, por ejemplo, no deberían existir porque amenazan la franquicia. ¿Qué tan significativa fue la versión Colin Trevorrow que lo más mencionado de la saga fueron las corretizas en tacones de la Bryce Dallas Howard (actriz en Criadas y señoras, ganadora de un Oscar a Octavia Spencer)?
Este ha sido el año del regreso de las grandes secuelas y la fórmula funciona, por lo menos a nivel de ganancias, que es el único argumento con sustento para los dueños del negocio.