Como si fuera un paseante más, Juan Gedovius se planta en el lobby del hotel queretano donde se hospedaron casi todos los escritores convocados por el Hay Festival 2016. Echa una mirada alrededor y nos encuentra y saluda con entusiasmo. Dice “Oye, aquí acomodaron una salita para las entrevistas, pero la verdad yo me siento incómodo; prefiero algún cafecito al aire libre”.
Ésa es la tónica durante toda la entrevista con este autor e ilustrador nacido en el D.F —ahora Ciudad de México— hace 42 años y que actualmente tiene más de 70 libros en su haber, entre los que ha participado como ilustrador y los que ha producido como autor. Va vestido con una playera negra, pantalones de mezclilla y tenis, y mientras conversa, sus pies y manos, todo su cuerpo está en constante movimiento. En lo personal, asegura el autor, no es un “controler”, pero sí en lo que respecta a sus dibujos pues tiene mucho respeto por sus lectores. Sin pretensiones asegura que no le acomoda del todo decir que hace libros para niños porque él, dice, escribe para todo aquel que quiera leerlo.
¿En qué te inspiras para escribir?
—La verdad es que yo crecí como todos, pensando que la inspiración era una de esas cosas que había que ir a conseguir al quinto monte más alto, donde está la caverna de cristal, en donde encuentras el río subterráneo que está plagado de pirañas; que de poder pasar las pirañas llegas al fondo de la caverna donde está un dragón que generalmente te hace tres preguntas, dos son de matemáticas, y si las respondes bien te da una llave para abrir un arcón que contiene un frasquito de inspiración y ese te lo tomas y ya, pero no… Hubiera preferido enfrentarme al dragón y a sus preguntas de matemáticas que tener que pasar por lo intangible que a veces se vuelve esto de la inspiración; porque todo es motivo de inspiración, una plática, una lectura, una anécdota, una tarde, una lluvia… Lo que sí sé es que me gusta hacer libros que no sean localistas para hacer que perduren, que trasciendan las fronteras de tiempo y espacio. No sé exactamente si existe una fórmula fantástica para estar inspirado, en lo que sí creo es en esto que algunos llaman duende, otros musa, tiene como muchos nombres y hay un punto donde algo sucede, en que parece que alguien te está dictando al oído y sale; cuando en muchas otras ocasiones aunque quieras sentarte a trabajar, algo no sucede, por lo menos conmigo.
Yo siento es como si condicionaras el enamorarte, como si dijeras ‘me quiero enamorar en este momento’, no sucede; hay veces que las cosas simplemente suceden y cuando suceden suceden muy lindas. Creo que eso lo hace raro y precioso; ese momento precioso que llega a la mitad de un sueño, del tráfico, y de repente hay que dibujar, hay que escribir, sólo de repente sucede.
¿Cuál ha sido el libro que más has sufrido para terminar?
—Pues llamarle sufrir es una cosa muy complicada, para algo que en realidad disfruto mucho. Puedo decir que hay unos que disfruto más que otros. Últimamente no es que lo sufra, sino que tengo más de 70 libros publicados, entonces los temas son los mismos y es cuando digo, ya hice muchos elefantes, ya hice muchas lagartijas, ya hice mucho de todo. Definitivamente cada personaje me saca escamas, pero todo es parte de ese proceso creativo que cada vez me hace ser más profundo en los personajes. Ese proceso es sufridor, pero muy satisfactorio cuando digo ¡lo logré!
¿Qué pasa cuando vuelves a ver los primeros libros que hiciste?
—¡Los odio! Hay dos o tres que quisiera rehacerlos por salud mental mía. Mi primer libro como autor (Trucas 1997 FCE) que aparentemente es muy querido, y yo no puedo verlo ya. He dicho, quiero volver a hacerlo. Es mi historia, soy yo, pero lo hice hace 20 años y desde entonces ha pasado mucho con mi técnica. Es muy curioso ver cómo ha pasado el tiempo. El estilo es algo que se va gestando con el tiempo y el trabajo.
¿Qué debe tener una historia para que quieras ilustrarla?
—Nada en especial. Yo he hecho ilustración de libros muy bien escritos y de libros muy mal escritos. Creo que nada es desperdiciable. Pero yo creo que no hay nada residual como materia, yo puedo darle con la ilustración un sentido que como texto no tiene. A veces los textos no tan bien escritos tienen mucho más que hacer. No soportaría en mi conciencia el sentir que hice algo solo por hacerla, sólo por llenar un contrato. Ya tengo mucho compromiso con mis lectores, que me buscan por el trabajo que hago. Mis lectores son mi termómetro real, no los editores ni los publicistas. Entonces en honor y respeto a quien me lee, hay que entregar algo que valga la pena.
Acabas de hacer El Principito, que es una historia que es fácilmente identificable en el imaginario.
—Sí, el grafismo de esa obra ya está en el imaginario colectivo contemporáneo, nos guste o no nos guste. Hay un estereotipo de este personaje.
¿Tuviste que luchar contra eso?
—No. El Principito es un texto que puede tender al fanatismo recalcitrante. Se acogió en una generación que estaba experimentando en la literatura infantil, que fue con lo que crecieron y fue muy complicado. Pero yo no hice nada que no estuviera en el libro, no hay nada que me puedan reprochar. Al contrario de las ilustraciones originales que se contraponen con el mismo texto.
Muchos de tus libros ya están en electrónico, ¿crees que este formato superará a lo impreso?
—Llevo muchos años oyendo del ‘apocalipsis líbrico’ pero cada vez veo más niños leyendo. La mía es una generación no lectora. No es de mucho tiempo para acá, tal vez sólo 25 años, de un esfuerzo por hacer literatura para niños. Incluso ya ha cambiado el estigma en donde no nos querían a los ilustradores porque lo importante era el texto. Pero ya eso no es así. Los niños me conocen a través de los libros. Yo no tengo cifras en la mano ni pretendo tenerlas, pero sí sé por reporte de regalías, por reporte de los editores, que los libros digitales no se venden muchísimo. En el caso específico de los niños el contacto con el papel es muy importante, romperlo, morderlo, desde muy bebés.
¿Estás en contra de esta versión pesimista de que los libros se van a acabar?
—Pues por lo pronto no creo que se vayan a acabar, creo que cada vez veo que se imprime más. Veo oficinas más onerosas de editoriales. Algo tiene que estar dejando. Sí hay malos manejos, si se ha vuelto una cuestión de números en cuanto que hay que hacerlo sustentable. Pero yo veo que se imprime mucho. Por ejemplo, El Principito lo presentamos hace menos de un año y ya se reimprimió dos veces, son muchísimos ejemplares y no se fueron por la coladera. No es un libro caro, pero tampoco es un libro barato. Si eso no es vender libros, entonces no sé qué será. Yo creo que el ‘apocalípsis del libro’ vendrá, pero no impulsado por el libro electrónico sino por otras cosas…
¿Cómo qué otras cosas?
—Como el empezar a descatalogar cosas porque no se venden como esperaban. Qué tan malo es que un libro no venda tanto, ¿entonces hay que descontinuarlo? ¿Entonces dónde está la labor de edición si es un libro que estaba condenado a desaparecer? Ese tipo de factores pueden ser más condenatorios. Creo que nosotros mismos como autores somos responsables de que eso siga o no. Hay que decir: vamos a hacer libros que la gente quiera leer.
Mientras estamos sentados bajo una sombrilla en el andador 16 de septiembre, de la ciudad de Querétaro, un niño y su madre interrumpen la entrevista: “Tú eres Juan Gedovius, ¿verdad? Mi hijo es tu gran admirador”. El niño, de unos 10 años, se acerca a abrazar tímidamente a Juan, quien le sonríe y le dice: “Te veo el domingo en el taller, ¿sale?”. La madre contesta que no alcanzaron ya lugar en el taller de monstruos que ofrecerá Gedovius para el Hay Festival; y el escritor, al ver la cara triste del pequeño les ofrece dos boletos de su parte. El chico y su madre se van felices, y Juan también se ve muy contento.