Para visitar el Valle de Guadalupe hay que cambiar de ritmo. Hay que darse tiempo para disfrutar de los atardeceres templados en compañía de una copa de vino la cual, seguramente, provendrá de una de las bodegas locales. Una experiencia diferente se obtiene con un espíritu curioso y con el ánimo de alejarse del circuito de las grandes bodegas bajacalifornianas, pues allí se encuentran aquellos tesoros ocultos del Valle que muy pocas veces aterrizan en la cuidad de México. En nuestro recorrido, visitamos la bodega Lechuza, un proyecto familiar a cargo de la familia Magnussen, que hoy en día produce algunos de los mejores vinos de la región.
Su historia comienza en 2005, cuando Ray y Patty llegaron al Valle de Guadalupe con la intención de que fuera un oasis de retiro. Pero la vida les marcó un trayecto diferente: la idea primigenia era elaborar vino para compartir con su familia y amigos y poco a poco la aventura floreció hasta que en 2007 la pareja liberó su primera cosecha. Desde entonces, Lechuza ha buscado producir una fina selección de vinos monovarietales: Cabernet Sauvignon, Nebbiolo, Merlot y Tempranillo, a los que se le integra un blend, el Amantes, y un rosado, su Grenache Rosé, para completar una colección de preciosismo vinícola.
Amor por la uva
“Nuestros vinos necesitan tener las características de cada uva en la botella. Amamos cada una de ellas y queremos que nuestras etiquetas sean complejas y expresivas,” nos comenta Ray Magnussen con su Nebbiolo en mano, un vino que se perfila elegante, armónico y sustancial en copa, gracias a sus 24 meses de añejamiento en combinación de barricas de roble francés y americano. “En el Valle muchas bodegas le dan de seis a 12 meses de barrica, pero en Lechuza le damos 24 meses,” tiempo donde el vino madura lo suficiente para contar la historia de cada uva. En el caso de su ensamble Amantes, este año es una mezcla de Cabernet Sauvignon, Syrah y Nebbiolo, y cada añada ha sido una experiencia diferente para esta etiqueta. “Teníamos un barril de Nebbiolo con un acento marcado de cuero y decidimos añadirla a Amantes. Creo que funcionó perfecto porque le proporciona capas aromáticas y personalidad al vino,” continúa Ray durante el recorrido.
Estamos en la cava de añejamiento de Lechuza, percibimos el aroma a barrica y nos imaginamos las maravillas que se gestan al interior de cada barril. El proceso de añejamiento es meticulosamente cuidado por la familia, pues cambian barriles tres veces al año durante los primeros 12 meses y luego cuatro veces durante el segundo año, asegurándose de preservar la identidad del vino en todo momento. “Quiero poder identificar qué barrica me está dando un vino con mayor personalidad, con más fruta o madera. No buscamos homogeneidad, sino el perfil específico de cada variedad de uva.”
El trabajo de la Lechuza se comprueba en copa. Cada etiqueta habla del cariño y compromiso con el vino, el terruño y el cuidado sustentable de la tierra. “Buscamos hacer grandes vinos mexicanos; hemos crecido orgánicamente y no queremos ser un gran productor. Nuestros vinos se pueden encontrar en restaurantes y en hoteles en Los Cabos. Estamos también en la ciudad de México, un mercado que gusta del vino mexicano. Si pueden degustar un vino nacional que está al mismo nivel que vinos de calidad de, por ejemplo, Francia, ¿por qué no?” Terminamos nuestras copas y nos vamos con el recuerdo de un vino excelente y una tarde rodeada de aromas.