El sabor de Líbano y el Mediterráneo habitan la ciudad gracias a una familia libanesa-mexicana, que desde 2017 se dedica a deleitar todos los días a sus habitantes con los platillos típicos de aquél país asiático.
Ubicada en el corazón de Plaza las Américas, este restaurante llama la atención no sólo por el aroma de los platillos que se cuela por la entrada principal, sino también por un decorado inusual al exterior, compuesto por bambú y la bandera roja de aquella nación que ondea majestuosa con el característico cedro de Salomón al centro, ante los ojos del transeúnte.
Cubiertas con pashminas de colores, las mesas aguardan a los comensales, quienes desde las 9 de la mañana llegan de par en par para deleitarse con una taza de café árabe, en compañía de una extensa variedad de postres típicos, entre los que destacan el “Dedo de novia” y el “Baqlawa” ambos preparados con una delgada pasta de hojaldre; pueden ser rellenos con nuez, pistache, almendras y dátiles.
Con gran amabilidad, el matrimonio compuesto por Fayez Beyrouthi y María Dolores González recibe a sus clientes, a quienes explican con paciencia la elaboración y los ingredientes que componen cada una de sus especialidades.
El falafel es una croqueta de garbanzos o habas, muy popular entre los libaneses. “Se vende en cada esquina de Trípoli, es parecido a lo que aquí llaman gorditas. Se come sobre todo por la tarde o la noche. La gente siempre está parada afuera de los lugares donde lo preparan, esperando su turno”, compartió Beyrouthi.
Por otro lado, el kebe es una masa hecha de trigo y rellena de una mezcla de carne, cebolla y nuez. Al contrario del falafel, su elaboración es más casera, por lo que no cualquiera lo vende en el Líbano. En el restaurante, la pareja lo presenta en sus tres variedades, diferenciadas no sólo por el relleno, sino también por su cocción: frita, horneada o cruda.
También están las “Hojas de parra”, rellenas de carne y arroz, las cuales, de acuerdo con González, resultan muy especiales por su forma de preparación.
“Son muy sanas pero muy laboriosas, mis respetos para las mujeres árabes. Se trata de un proceso largo. Desde que las cortan del árbol la tienen que poner a fermentar y luego envasar. Cuando llega a nosotros las hervimos, lavamos y luego se ponen a escurrir para poderlas enrollar con la carne y el arroz. Posteriormente, se cuecen entre cinco y seis horas, y a partir de ahí, hay que estarlas checando para que no se sequen”, detalló.
Aunque Fayez es el responsable del último toque en cada platillo, María es quien media entre ambas culturas.
“Pese a que yo aprenda y sepa todos sus secretos, la sazón es suya. Pero he adaptado algunos sabores. Como el mexicano come mucho chile, inventé una salsa; lo que hice fue mezclar dos de los ingredientes más característicos de ambos países: el aceite de oliva y el chile mexicano”, apuntó.
Además de deleitarse con la gastronomía del Líbano, los asistentes también pueden adquirir productos árabes como cosméticos, además tienen la oportunidad de hacerse un tatuaje de henna con su nombre, o bien, pasar un buen rato platicando mientras se fuma esencia de tabaco de diferentes sabores en shishas, una tradición muy popular en aquella región.
“Se tiene la costumbre de que cada casa abre sus puertas un día a la semana, para que las mujeres se reúnan a platicar y fumar en narguile (o shisha)”, relató Fayez.
“La Libanessa” forma parte de una cadena de restaurantes familiares compuestos por tres establecimientos en todo el país: Ciudad de México, Jalisco y Querétaro, que además de promover la gastronomía y la cultura de Medio Oriente, con el tiempo se ha convertido en centro de reunión de la comunidad libanesa.
De acuerdo con Dolores, el 30% de sus clientes pertenece a esta agrupación, de los cuales la mayoría de ellos son descendientes de personas originarias de aquel país asiático.
Durante el Ramadán —un ayuno acostumbrado por la comunidad musulmana de 30 días, en el que no se puede ingerir ningún tipo de bebida o comida hasta las 20:17 horas—, la familia cierra el establecimiento para seguir la tradición y recibir a otros integrantes de la comunidad que asisten para romper el ayuno.
Siguiendo el calendario musulmán, el noveno mes coincidió con el 16 de mayo, por lo que el ayuno culminará y será enmarcada por el lugar hasta el 15 de junio, con el objetivo de purificar el cuerpo y generar empatía con los pobres.
Fayez Beyrouthi y María Dolores González se conocieron en Tamaulipas, un día que él asistió como cliente al restaurante donde ella trabajaba. “Fue como amor a primera vista”, dijo entre risas Dolores.
Luego de trabajar con Nahib —el hermano de Fayez—, decidieron sumarse al proyecto con otro establecimiento, pero esta vez en la ciudad de Querétaro, no sólo porque no encontraron en la entidad otro recinto que promoviera el verdadero sabor de aquella región asiática, sino también porque el clima favorecía la salud de Beyrouthi, quien a causa de un infarto, le fue imposible seguirse adaptando a la vida en la gran metrópoli.
Actualmente la familia también está compuesta por cuatro hijos, dos de ellos del primer matrimonio de Fayez, quienes se suman a las actividades cotidianas del establecimiento.
Fue en 1975 cuando Fayez pisó por primera vez tierras mexicanas. Contrario a lo que se piensa, no fue la guerra civil en su país —desatada en abril de ese año—, lo que empujó a él y a su hermano a emigrar, sino la revolución interna que se genera en cualquier adolescente, ávido de comerse al mundo.
Luego de varios viajes, decidió establecerse en el país en 2013 y desde entonces, no visita sus tierras, las cuales asegura, le recuerdan mucho a México, ahora su nuevo hogar.
AR