Un cubo gigante de Rubik multimedia fue la única novedad en el concierto de Sasha, Benny y Erik en Querétaro, como arte de su gira Vuelta al Sol.

Cubo gigante, de colores, como los que usan los bebés para jugar, mismo que ocupó casi todo el escenario. Una estructura hueca de la cual sólo se aprovechó una cuarta parte, con los cantantes y músicos al frente; y lo demás fue aire, vacío inútil.

Cubo convertido en escenario de tres pisos, con ventanas que se abrían y ventanas que se cerraban, y nada más. Los músicos y los cantantes que subían y bajaban, desgastando energías, sudando la gota gorda, nada más. Cuadrado 3D que no impresiona a nadie o multifamiliar lumínico e inoperante.

Luego estaban esas luces potentes, muchas luces cegadoras, que daban en el rostro del espectador, sin piedad, y no dejaban ver a los que única y exclusivamente íbamos con el propósito de ir a mirar a Sasha, diosa y sirena, danzante de “El Baile del Sapo”.

Luces cegadoras y criminales, que daban en la cara, como si se tratara de antro discotequero de mala muerte. Bien harían en juzgar a esos técnicos, por dejar ciegos por mucho tiempo a los presentes y regalarnos un buen dolor de cabeza.

Fuera del cubo mágico y musical, el concierto de “Los tres de Timbiriche”, careció de novedades.

Las mismas canciones de la gira y el disco Primera fila. Los mismos momentos “íntimos” de los “tres” sentaditos, en más cubos chiquitos, que salieron del cubo madre.

El mismo shorcito de Sasha, negro y de piel, ajustado, y los mismos pasos y movimientos de éxtasis.

Pocas novedades, canciones nuevas como “Japi”, de las pocas que están pegando duro en el gusto de los fanáticos.

El mismo popurrí de Timbiriche de la gira anterior, con “El Baile del Sapo”, pero bailado 20 años más tarde, cuarentones brincando “un pasito para adelante y otro para atrás”.

El homenaje al finado argentino Gustavo Cerati, a un año de su muerte, eso estuvo lindo y emotivo. Me quedo con eso.

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