Nadie se puede imaginar a 8 mil niñitas gritando al mismo tiempo sin correr el riesgo de quedar sordo todo un fin de semana.

Nadie puede creer que miles de adolescentes puedan patear el suelo y retumbar todo un auditorio hasta que lo ve y, del susto, le dan ganas de salir corriendo.

Eso fue lo que sucedió en el Auditorio Josefa Ortíz de Domínguez de Querétaro, el pasado fin de semana, en la presentación de la banda CD9.

Decir que la boy band mexicana enloquece a sus seguidoras es decir poco.

Lo que hacen estos cinco chamacos es mucho más: las trastorna.

Jos Canela, Alonso Villalpando, Freddy Leyva, Alan Navarro y Bryan Mouque saltan al escenario y toda cordura desaparece, si es que puede existir cordura en miles de adolescentes reunidas.

Los CD9 no son como las bandas de antaño, como Menudo o los Chamos de Venezuela, quienes vestían de uniforme, como banda de guerra en un circo.

Estos niños mexicanos se presentan cada uno con un estilo propio, con un peinado diferente, una ropa distinta, con una manera peculiar de bailar.

Aunque en el fondo son iguales, adolescentes, bonitos que bailan y que apenas y cantan.

Se formaron como agrupación en 2013 en la Ciudad de México, fueron premiados en los MTV Europa Music Award y en los MTV Milennial Awards.

Todas estas bandas son iguales. Excelentes bailarines con rostro mata niñitas, caritas de porcelana porque aún no les ha salido ni el bigote ni la barba.

Hace un año los fichó Sony Music y lanzaron su primer disco homónimo. Tiene varios temas que son la locura en las redes sociales: “The Party”, “Ángel Cruel”, “Me equivoqué” y “Eres”.

Cuesta cree que una niñita de escasos 4 años se sepa las canciones de CD9 antes de saberse de memoria las tablas de multiplicar y cuál es la capital de la República Mexicana.

Da sentimiento ver a las niñas llorando desconsoladas, subidas en las butacas, porque no puede ser, porque son los chicos con los que sueña todas las noches.

Da ternura ver a muchas mamás y las papás, en improvisados clubs de tejido, platicando sobre qué hacer de cenar en la casa, tendidas en las jardineras afuera del Josefa, esperando a que sus “bebas”, salgan de su concierto luego de gritar, patalear, llorar y suspirar, por los cinco niños de CD9.

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