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En una parte del monólogo ¡A vivir!, Odín Dupeyrón cuenta la escena de una madre y su hijo, de cómo ella le entrega una piedra y le dice al pequeño: “Esto es para que se no se te olvide lo que no eres y no eres una piedra, cuando estés triste, cuando no estés feliz, cuando estés profundamente deprimido, recuerda que no eres una piedra”.
El actor festejó las mil representaciones y seis años de su obra unipersonal en Querétaro ante miles de espectadores, quienes dejaron el Auditorio Josefa Ortiz de Domínguez, convencidos de que no son piedras.
Porque Dupeyrón tiene ese poder de convencerte de que eres importante y que vales mil, que debemos dar gracias a Dios de que cada mañana sale el sol y que la lluvia no es otra cosa que gotas del cielo porque los angelitos están contentos.
Su personaje se llama Marciano y le pasa lo mismo que le pasa a toda la gente. Sufre y ríe, sueña y llora, gana poco y trabaja mucho, quiere y es querido, quiere y no es querido, etcétera.
Son dos horas de una terapia ocupacional que surte efecto y es “de a deveritas”: desde entonces este reportero está convencido de que no es una piedra, aunque su mujer y su hijo digan lo contrario.
El actor requiere lo necesario para un monólogo, es decir casi nada: una mesa, una silla, una botella con agua y nada más.
Odín Dupeyrón es un actor que viene de la oscuridad y sólo hay que conocer su historia profesional para entender que sí ha conocido la zona oscura.
Trabajó en Televisa haciendo durante mucho tiempo, en Plaza Sésamo a Pancho Contreras, un animal azul y extraño; también hizo Furcio, otro personaje de la televisión más extraño todavía, que salía con el fallecido Pedro Armendáriz presentado videos chuscos.
Un día, cansado de hacer personajes intrascendentes, escribe un libro, Colorín Colorado, este cuento aún no se ha acabado, y se vende como pan caliente. “Y me di cuenta que no estaba tan güey como creía”, dijo en una rueda de prensa.
Entonces se le ocurre escribir, dirigir, producir y actuar su propio monólogo y lo demás es una historia que ya superó las mil representaciones y los seis años en escena.
Dupeyrón descubrió que no era “tan güey”, sino que tenía el poder de la palabra y de convencer a la gente, de transformas espíritus.
“¡No soy una piedra! ¡No soy una piedra!” “¡No soy una piedra!”.