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Como una gran aventura describe el museógrafo Manuel Oropeza la creación del Museo Nacional de Antropología (MNA), recinto que, al ser inaugurado el 17 de septiembre de 1964, cumplirá en este 2014 sus primeros 50 años.
Oropeza, radicado en Querétaro desde 1989 (fecha en la llegó a tomar la dirección del Museo Regional de Querétaro), fue testigo y partícipe del nacimiento del MNA. En 19 meses se construyó el recinto, durante la presidencia de Adolfo López Mateos y por impulso de Jaime Torres Bodet, secretario de Educación Pública en aquella época.
A 50 años de la apertura del MNA, el museógrafo emérito del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) comparte con EL UNIVERSAL Querétaro la historia de su gran aventura que comenzó cuando decidió salirse de la carrera de Química, que cursaba en la Universidad Nacional Autonomía de México (UNAM).
“Yo estaba en Química y dije: bueno, ¿yo qué hago aquí? No me interesaba nada y ya estaba en segundo año. Mi mamá me dijo: mañana te vas a ver a Manuel Maldonado. Era un paleontólogo muy reconocido, y él me dijo del Museo de Antropología. Me presenté así en el Museo, cuando estaba en la calle de Moneda, y me llevaron con Mario Vázquez, museógrafo ilustrísimo”.
Cayó, como él mismo dice, “entre puros museógrafos, y todo cambió". De Química pasó a Historia, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Y empezó a colaborar en un proyecto que se anunciaba como de gran impacto para el país: el Museo Nacional de Antropología.
“Comencé a trabajar de golpe y porrazo”, refiere Oropeza, enumerando su participación en diversas exposiciones. “Luego a todos nos reunieron en Chapultepec y día con día veíamos que iba avanzando la obra. Fue impresionante, porque de la noche a la mañana surgía un módulo completo de cómo iba ser una sala, no había nada falso ahí, sabías a qué altura iba a ser, qué anchos, todo, y todo lo que ahora encuentran ahí en el Museo, no existía”.
¿Llegaron a innovar con el MNA? “De plano sí, ahí se experimentó y en muchos museos del mundo ven soluciones que primero fueron del Museo Nacional de Antropología”, contesta el museógrafo.
Sala de introducción
En la formación del MNA, Oropeza estaba en la “Sala de Etnografía Maya”. “Trabajaba con varias personas, y todo el equipo nos fuimos a Yucatán, a Campeche, Quintana Roo y Tabasco, a hacer colecciones para las salas de los mayas; estuvimos tres meses, recorrimos todo, trajimos todo, hasta una casa se me ocurrió que se podía venir completa, para qué andar trayendo fragmentos, dije, pues de una vez la casa completa y sí, ahí está completa”.
Al regreso de uno de sus viajes, le anunciaron la creación de la “Sala de Introducción a la Etnografía”, donde laboraría tiempo completo hasta que se abrió el museo, el 17 de septiembre de 1964.
En esta sala se ocupó de “todas las cuestiones de etnografía y etnohistoria, y cómo se podía dinamizar una situación, porque también esa es obligación del museo, el cómo presentarlo y qué es todo lo que significa, más en una sala de introducción a la etnografía, explicar por qué están vestidos así, por qué a hablan así, qué relaciones tienen entre ellos, qué relaciones tienen con el más allá, por qué bailan, a qué le cantan, por qué producen tal cerámica y no otra, qué significa el cultivo de la pesca, la caza”.
Letritas y letrotas
Toda esta aventura, configurada “en el espacio, no en platinos, era el museo y estaba surgiendo con todos ahí metidos. Fue una experiencia única e irrepetible. Y sí, llegamos a ser 4 mil personas, era todo un mundo y todo mundo estaba en lo suyo, pero a la vez sabías que estabas construyendo algo junto con otros 3 mil 999”.
De esos 4 mil, a algunos les tocaron poner letritas y otros letrotas, agrega. En medio del trajín vio trabajar a Rufino Tamayo, a los hermanos Chávez Morado, Pablo O’Higgins, entre otros artistas.
En el México de hace 50 años se vivía una gran expectación por la creación del MNA. “¿Y cómo no?”, dice el museógrafo. “Porque fue desde llevar el monolito de Tláloc, que era una escultura que todavía no se acaba de desprender de la roca madre. Y otro acontecimiento fue llevar la Piedra del Sol, y luego El Paraguas, todo México sabía que ahí estaban nuestros tesoros nacionales”.
Una vez abierto el MNA, Manuel Oropeza permaneció hasta 1968, colaboró con otras exposiciones como la de Tesoros Artísticos del Perú, que recibió la UNAM.
A Querétaro llegó en 1989 para dirigir el Museo Regional, donde permaneció hasta el 2002 y después colaboró para el Museo de la Restauración de la República, el Museo de los Milagros en Soriano, el Museo del Cine Rosario Solano y el Museo de la Máscara en Bernal. Actualmente auxilia al Museo de la Ciudad y trabaja en la museografía de lo que será el Museo del Agua y el Museo de la Conspiración, que se contemplan abrir para este 2014.
Manuel Oropeza, quien fue invitado este 10 de septiembre al MNA, a rememorar junto con otros museógrafos el nacimiento de dicho recinto, dice que espera que el MNA aguante un siglo más. "Para la eternidad no creo, por lo menos 100 años más, o más, tendrá que evolucionar, nada se puede quedar estático, pero su trabajo de investigación y su espíritu tienen que seguir”.