La primera vez que Armando Alcántara Estrada entró a una cantina tenía apenas 13 años. Boleaba zapatos por necesidad y cobraba un peso de antes. Luego lavó vasos en las cantinas La Norteña, Oficina y La Roca, ya desaparecidas, y de esa forma hizo sus estudios de contador, profesión que cambió por una barra y el gusto de atender a sus clientes en su propio negocio.

“Yo nací para ser cantinero. Si no hubiera sido cantinero, me hubiera dedicado a ser contador, pero no sería igual de feliz”, manifestó a EL UNIVERSAL Querétaro.

Su relación con los toros y toreros también fue desde chamaco, cuando vendía gelatinas y cargaba canastas en el mercado Escobedo y luego cuidó coches cuando abrió sus puertas la plaza de toros Santa María de Querétaro. “Y como antes no se robaban coches me dejaban entrar a la plaza y ahí fue donde me nació la afición”, recordó.

También quiso pararse frente a un toro, pero no pudo, “comprendí que eso era para los hombres con valor y yo no nací para eso”, dijo.

Desde entonces, en la vida de don Armando, con 60 años cumplidos, se ha ido entre toros y bares.

“Dicen que el torero nace, pero yo difiero de eso, yo digo que el torero nace con el valor y la técnica se hace; es igual con una cantina, yo nací con la vocación, pero luego se aprende cómo se maneja el negocio”, dijo.

Hace 25 años abrió su propio lugar, el Bar Olé, primero en calle de Zaragoza no. 84, donde dio servicio hace 15 años y luego en Alfonso García Robles no. 1, donde acaba de cumplir una década.

“Desde niño soñé con tener un bar, porque yo veía a mi patrón que viajaba mucho, iba a buenos restaurantes, vivía bien con su familia”, relató Armando Alcántara.

Decálogo del buen cantinero

Don Armando tiene su propio decálogo para ser un buen administrador de cantina. “Les digo a los muchachos que para servir a la gente, primero hay que ser humildes”.

Otro consejo: nunca tomar en tu propia cantina. “Yo siempre he estado sobrio en 25 años, siempre estoy al pendiente de mi cliente”.

Otro más: “Tener fuerza de voluntad para no tomar, para no dejarse llevar por los amigos o las mujeres, que en este negocio abundan, y dedicarte a trabajar”.

Sobre las paredes del Bar Olé las imágenes cuentan la historia taurina. Al fondo, con gallardía, se encuentra Manolo Martínez, “La última figura del toreo mexicano”, explicó el anfitrión.

Una imagen trágica es la del novillero Alejandro del Olivar, tirado frente a un toro, derrotado por la bestia, con el muslo destrozado, en una corrida en Irapuato: “Esa cornada le marcó el fin de su carrera”, relató el anfitrión.

Una de sus piezas más queridas de don Armando es el traje de luces que le regaló Manolo Martínez, exhibido en una vitrina.

En la entrada del Bar Olé, la cabeza del toro Perlito, el mismo que corneó a Octavio García “El Payo” y casi lo mata, un 25 de diciembre en la Plaza Santa María de Querétaro, recibe a todos los clientes.

A pesar de estar disecado, el animal impone miedo y respeto. Su mirada feroz es como para que no se olvide que en un ruedo la vida siempre está en juego.

El Bar Olé es el mejor lugar taurino del Bajío, de acuerdo con la revista Sada y El Bombón y según el cliente más fiel de este lugar, Agustín San Román, matador retirado del ruedo desde hace décadas.

San Román ocupa siempre el mismo lugar, en un extremo de la barra, un rincón especial, a un lado del altar dedicado a David Silveti, “El Rey David” de los toros.

“Uno de los grandes toreros que ha habido en México, en algún momento sus rodillas no le funcionaron más y dijo alguna vez que si no era torero prefería morir y terminó por suicidarse hace justamente 10 años”, cuenta don Armando Alcántara Estrada, un hombre que sabe de toros y de cantinas.

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