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Las cartas fueron por mucho tiempo un medio de comunicación tanto efectivo como necesario. El publicista y autor español Eulalio Ferrer Rodríguez, decía que era “la palabra hecha confidencia y biografía; acercamiento polémico y tutela fraternal…” Entre sus obras bibliográficas, destacan algunas como: “Cartas de un publicista”, el capítulo, Carta abierta a los publicistas dentro del libro ‘La Publicidad. Textos y Conceptos’; y, por supuesto, “Cartas a una joven publicista”. Es en este último dedica un pasaje completo a la historia del arte epistolar.
Así nos cuenta que Ciro II, “El Grande”, rey de Persia en el Siglo VI a.C. fue el inventor de la “posta”, que se refería a los mensajes y noticias de su imperio, el cual era tan extenso que ideó un sistema de caballería para sustituir a los mensajeros caminantes que no se daban abasto. Este sistema pasó a tierras romanas en tiempos de Octavio Augusto que dando nombre a “la charta augusta” implementó albergues temporales a quienes llevaban las misivas, dándose así los antecedentes de lo que hoy son las oficinas de correo. Por su parte el buzón se inventó en París hacia 1650, según nos dice Ferrer.
No pararíamos aquí de mencionar la gran cantidad de cartas famosas en la historia de la humanidad como la carta de San Pablo a los efesios, las Cartas de relación de Hernán Cortés, el epistolario de Santa Teresa de Jesús, las cartas filosóficas de Voltaire, la Carta de Cervantes al Conde de Lemos, las Cartas eruditas de Feijoo, las Cartas marruecas de José Cadalso o las Cartas mexicanas de la marquesa de Calderón de la Barca, por mencionar unas cuantas. El propio don Eulalio nos da una extensa lista de literatos que cultivaron el género como: Goethe, Descartes, Balzac, Stendhal, Valera, Kafka, Proust, Unamuno, Hemingway, y más, a quienes se debiera agregar, por supuesto, a Cortázar con su fabuloso cuento “Carta a una señorita en París”.
En los siglos de Oro del Teatro, la carta de amor, que en ocasiones le llamaban “billete”, era un referente para que se diera la trama; era la causa del engaño, del enredo o del feliz desenlace.