Compré ocho entradas. Gasté 350 pesos en un libro, “La trilogía de la guerra”. Valió la pena, Agustín Fernández Mallo me lo firmó. No pude ir a dos charlas, me dio un dolor de gota y diarrea. No había dormido bien. Me desvelo cada semana. Soy un exceso. Una avalancha de achaques contra una avalancha de visiones en cada uno de los más de 100 eventos culturales que en tres días inundaron la ciudad. Una de las características de Querétaro es eso: la inundación no sólo es con agua de lluvia, sino con festivales, semáforos, ciclovías, y agrega aquí: _______, lo positivo o negativo que tú quieras.
Un maestro de cuento decía que en las fiestas, como en el diálogo, es muy importante llegar tarde y salirse temprano. Apliqué inconscientemente la misma estrategia en el festival que te hace imaginar el mundo. Cada uno lo vive a su manera.
Algunas conferencias me mantuvieron atento. Los invitados iban al grano en el tema que abordaban, y hablaban de cosas que yo no sabía. Así me sucedió con Denisse Dresser, Agustín Fernández Mallo y Leonardo Flores. En otras sí que bostecé bastante. Algunos autores tenían un discurso como si ellos hubieran encontrado el hilo negro: parece que nunca leyeron “Edipo Rey” o “El Quijote de la Mancha”. Otra cosa que también me dio flojera fue cuando se excedían en el micrófono y no dejaban hablar al otro invitado. Sus palabras se volvían repetitivas.
El Hay Festival es organizado por la Secretaría de Turismo y no la de Cultura. Una vocecita me dice que uno de sus objetivos es “vender” la ciudad y ofrecer a los queretanos y a los turistas la imagen de un Querétaro como una tierra prometida, una nueva Alejandría. Esa es la ilusión. Se acaba el festival y volvemos a la realidad. Se va Patti Smith. Se van todos. Los charcos nos esperan junto con el poco apoyo a la literatura local, un tema del que estoy empapado.
Si algo le reprocho al Hay Festival es relegar al papel de moderadores a poquísimos escritores locales. Es necesario ampliar la diversidad. En Querétaro conviven varias generaciones de autores que no son tomados en cuenta. ¿Por qué no abrir el panorama a más autores locales de varias generaciones?
Ahí está gente mayor como Miguel Aguilar Carrillo, Mary Paz Mosqueda, Roberto Cuevas. De mediana edad como Ismael Velázquez, Mariana Hartasánchez, Verónica Llaca, Martha Fávila, Romina Cazón. Más joven: Fernando Jiménez, Jaime He, Tadeus Argüello, José Velasco, Anaclara Muro, Yolanda Segura, Montserrat Acuña, Joselo Montes, Coatl Sandoval, Elsa M. Treviño, Antonio Tamez, David Martínez, David Álvarez, Guillermo Hidalgo. Son artistas que han ganado premios nacionales, becas del FONCA, becas del PECDA, tienen una escritura sólida y han publicado libros. Aclaro una cosa: no todos son mis amigos de la peda, los he leído.
Tampoco hay que olvidar a los editores locales: Federico de la Vega, Oliver Herring, Oswaldo García, Alejandro del Castillo, Patricio Rebollar. No todo debiera reducirse al círculo de colaboradores de Sé, Taller de Ideas, quienes en verdad lo han hecho bien. Da gusto ver a Horacio Warpola, Imanol Martínez y Juan Carlos Franco moderar una mesa en el Hay Festival. El punto es que parece que hay un desconocimiento de los organizadores acerca de lo que se escribe y publica en la ciudad. Y hablo de leer. No es suficiente seleccionar con base en referencias de conocidos.
Y aquí es cuando después de tres años de un festival que le sale caro a los queretanos, la literatura local sigue relegada a una feriecita en los pasillos del Museo de la Ciudad. Donde los editores, en una mesita, ofrecen sus plaquettes. Eso no basta. Esas son migajas. Yo esperaría ver una gala en la que el protagonista sea el artista local. No todo es Anagrama, Alfaguara o Gatopardo. Los autores que nombré arriba tienen un discurso y obra valiosa como para sostener la hora que dura cada charla. Gente que aprovecharía el espacio, en vez de dárselo a alguien que sólo vino a hacer el ridículo, como Amandititita.
Qué mejor para crear identidad y comunidad que promover el consumo de la literatura y producción artística local. Me da la sensación de que mucho del line-up del festival viene impuesto por el interés de las grandes editoriales. Claro, hay excepciones. Disfruté un chingo el Hay Hack: me sentí como el niño que iba a las “maquis”. La charla sobre el lenguaje como tecnología me voló la cabeza: lo digital al igual que lo analógico no durarán para siempre: todo será borrado por la entropía en nuestro universo: lo único que perdurará de la humanidad es el disco de oro en la Voyager.
Larga vida al Hay Festival, es necesario que se extienda más allá de los cambios de gobierno, a pesar de que sea una herencia de Marcos Aguilar. Rezo a Santiago Apóstol para que se queden las cosas buenas y las malas nunca vuelvan.
* Rafael Volta es ingeniero en electrónica, autor del poemario “Principia Mathe-Machina”, y del cuadernillo de dramaturgia “The Q Horses”.