El próximo 19 de diciembre el Corral de Comedias cumplirá 35 años de hacer teatro de forma ininterrumpida, de todos esos años yo sólo he podido ser testigo de 24, justo mi edad. Prácticamente yo nací y crecí en un teatro, el de mi familia. Un teatro no convencional, a la usanza antigua, en el patio de una casa, un teatro donde no hay telones, piernas, ni bambalinas, vamos, un teatro sin tramoya pero que con escenografía cambia de atmósfera casi cada semana y donde todas las personas que conozco de toda la vida, son alguien diferente según la obra que esté montada.
Nunca me pareció raro esto del teatro, lo veía tan natural, claro, toda mi familia se ha dedicado a ello por largo tiempo, y sonará trillado, como esas frases que me molesta escuchar de repente, pero sí, puedo decir que crecí entre el público y el escenario. Dice mi madre que no tenía yo ni un año y ya me amarraban a una silla del teatro con un rebozo para ver los ensayos y a veces hasta las funciones (debe ser por ello que no concibo un niño llorando a mitad de una función).
De las primeras obras. Seguramente una de las primeras obras en las que participé (y es todo un clásico del debut familiar), fue como Niño Dios en la Tradicional Pastorela Navideña de Enrique Delgado Fresán, iban rápido por mí, el niñote de ocho meses dormido para terminar la obra.
En los años posteriores siempre haría de “Cachún”, un diablito, cuyo nombre es justamente como llamamos de cariño a mi abuelo, Paco Rabell, por la vasta colección que tenía de cachuchas. Vagos recuerdos tengo de salir también en La venganza de don Mendo de Pedro Muñoz Seca; imaginen a un niño de tres años con unas barbas más largas que las que ostento ahora, pues así es como salía. También muy difuso es el recuerdo de Héctor Bonilla haciendo del cura Hidalgo en 1810.
Vendrían luego, a mis cuatro años “Los XV años del Corral”, precisamente para celebrar el quinceavo aniversario del teatro. También tuve participaciones pequeñas en obras de sátira política y una única vez que hice de ángel (Serafín) en la pastorela, y son pocos los que no olvidan cómo me colgaban de un arnés cuando el público visitaba el nacimiento al final de la obra. (Nunca me dejaron ser Benny, el niño de la pastorela).
Estuve también en El Hombre de La Mancha (de mis obras predilectas), en Don Juan Tenorio (cuando mi papá, Paco Rabell Flores, hacía de Don Juan), en Sueño de una noche de verano, en La corte de Faraón (donde recuerdo muy bien a mi papá corriendo para que mi mamá lo ayudara a cambiarse para hacer de una de las viudas) y en Querétaro, la leyenda, esta última me encantaba porque los fantasmas de las leyendas queretanas se reunían una noche para luego salir con todo y el público por la ciudad, casi siempre me quedaba dormido en plena función, sí, en una banca en el escenario y no dejaba sentar a quienes hacían de monjas, pero sí, me encantaba. De todas estas obras conservo mis vestuarios.
Supongo que en ese tiempo yo —como dice mi papá—, “hacía teatro por seguirle la corriente a mis papás”, pero luego le fui tomando mucho cariño. Siempre me ha gustado presumir a mi familia de actores, cuando me preguntaban a qué se dedicaba mi papá, yo decía “es actor”, luego decía “es actor y anticuario”, ahora sólo digo “es anticuario”, sí, ha dejado el teatro, ojalá regrese aunque sea para una función, para hacer algo con él, compartir el escenario.
Más que hacer teatro a esa edad, puedo decir que vi mucho teatro, y si es que llegaba a salir siempre era de “los de atrás”—lógico, es raro que haya papeles para niños—. Me encantaba ver obras como Guárdame el secreto, Lucas, Tú y yo somos tres, Caviar y lentejas, Ruidos en la casa, La cena de los idiotas, Corte mortal, Venecia, entre muchas otras. No fue hasta el año 2000 que por fin tuve un pequeño diálogo cuando se estrenó la obra emblemática del Corral de Comedias: Se casó Tacho con Tencha la del ocho, donde hacía de Ramoncito y voceaba una nota del periódico de una mujer apuñalada de quien se presumía que su muerte había sido un suicidio. Yo con nueve años, ese fue mi primer diálogo y lo siguió siendo por mucho tiempo. Quince años después lo sigo haciendo.
Oveja blanca, oveja negra y oveja pinta. Siempre he pensado que soy la oveja pinta de la familia (ahora que estamos haciendo Fuenteovejuna viene muy ad hoc esto), ¿por qué pinta?, bueno, no todos en la familia hacen teatro, como mis hermanos Valente y Leonardo, ellos son las ovejas blancas, luego están todos los demás los que sí hacen (mis abuelos, tíos y algunos primos), ellos son las ovejas negras, los raros… y estoy yo, la oveja pinta, me encanta el teatro, pero de repente se apareció por casualidad en mi vida la danza y me fui por ese camino desde que empezó el milenio, en el año 2000.
Pretendía estudiar teatro, pero no… mis amigos me sonsacaron y ahora soy licenciado en danza escénica (le hago a la danza folklórica y a la contemporánea). Gracias a la danza he viajado y aprendido otra forma de trabajar en el escenario, y sí, actualmente todavía me siento más bailarín que actor… De teatro he estudiado muy poco y casi todo lo que sé lo he aprendido tan sólo observando. Veía ensayos, todas las funciones estaba presente, pero sin participar en los cursos de verano, ponía atención a las indicaciones de Verónica Carranco —que llegó a la compañía en el año en el que yo nací—, pero sobre todo, jugaba mucho con mi prima Flavia en el escenario… cada nueva escenografía era un reto para nosotros. Creo que los dos podemos decir obras completas casi de memoria.
En el 2009 volví a actuar con la familia, en la primera Muestra Estatal de Teatro, ahora sí tenía un diálogo más largo, ha sido la única vez que exclusivamente miembros de la familia Rabell hemos actuado, esa vez hicimos entremeses y salí del secretario en la Farsa y justicia del señor corregidor. También en ese año hice dos suplencias en la pastorela, hice el papel de mi abuelo un día que él fue requerido para la cabalgata navideña. Luego volví a ausentarme y era lógico, vivía y estudiaba en Colima.
Fue hasta el año pasado que regresé, justo después de aquella historia de mi abuelo perdido en Nueva York, y luego de habérmelo encontrado por España conociendo mucho más teatro con él (fue de ahí que nos trajimos Fuenteovejuna); me fui incorporando poco a poco, primero en la pastorela nuevamente (ahora de Gaspar), luego de nuevo en Tacho y Tencha. Pero realmente en esos 24 años en los que he sido partícipe de la historia del teatro familiar —del teatro queretano, vaya—, el 2015 ha sido el más importante para mí, por fin se han arriesgado conmigo y me han aventado al ruedo, se puede decir que ahora sí son mis verdaderos pininos teatrales, primero con la farsa política-electoral Siguiendo las cincuenta sombras del caudillo, luego con el remontaje de Amigos hasta la muerte y finalmente con un proyecto que me encanta que es Fuenteovejuna. Breve tratado sobre las ovejas domésticas; también fue el año de mi primera gira internacional por España e Italia (haciendo teatro, porque de danza ya llevo cinco). Y al parecer para el 2016 vienen muchos más proyectos.
Desde dentro creo que a veces no vemos u olvidamos la importancia que tiene este teatro para nuestra ciudad y para el estado. 35 años se dice fácil, así como tan fácil es decir que somos hermanos del teatro más antiguo que se conserva en funcionamiento en España, el Corral de Comedias de Almagro.
Realmente no veo mi vida fuera del escenario, ya sea con la danza o con el teatro, incluso con el cine que también me encanta, quiero poder vivir de ello, sé que se puede, sólo es cuestión de ver a mi abuelo que tiene más de 50 años como actor. Aquí se brinda como en ningún lugar: tosca vajilla, buen yantar, vino en jarro y teatro para gozar.