Pocos apellidos resuenan tanto en la gastronomía como: Adrià. Su equivalente en otros ámbitos sería llamarse Chaplin sin ser Charlie o Lennon sin ser John. ¿Cómo generas luz propia sin ser eclipsado por ese otro sol con el que compartes nombre? Albert Adrià se ha convertido desde hace un par de décadas en un personaje que brilla con luz propia. Es un tipo afable, inteligente. Adrià llegó a Cancún para ser homenajeado en el Wine & Food Festival por ser uno de los responsables de volver a Barcelona una capital gastronómica. Albert, el maestro jedi, recibió un reconocimiento al finalizar una cena preparada por sus padawans, los chefs Paco Méndez (Hoja Santa, Barcelona), Xavi Pérez Stone (Axiote, Playa del Carmen), Rafael Zafra (Heart, Ibiza), Fran Agudo (Tickets, Barcelona), Arturo Fernández (Raíz, ciudad de México) y Jorge Vallejo (Quintonil, ciudad de México). Luchando contra un resfriado, Albert Adrià tuvo palabras de agradecimiento para David Amar —creador del F estival—y reflexiones sobre el papel del cocinero, profesión a la que llegó por azar, cuando su hermano necesitó mano de obra para un restaurante que comenzaba: elBulli.
Aunque fue nombrado «El Mejor Chef Pastelero del Mundo» en 2015 por San Pellegrino, es algo que no lo estresa. “No es ninguna presión... en mi vida he pensado trabajar para ser el mejor de nada. Aparte, no existe el mejor de nada,” confesó el chef. Aunque, claro, cuando se le cuestiona sobre ello, no puede negar su primer amor: “El postre es curioso en sí mismo porque no es algo que necesitas. Cubre un expediente psicológico de placer... y, además, es el petardo final de una comida. Es como una película de James Bond. No hay mejor manera de que la gente aplauda un postre que comiéndoselo, yo por eso me siento contento cuando lo hacen.”
Lo que lo motiva va más allá de los premios: “Siempre digo que hay que trabajar, y callar ante las buenas críticas y ante las malas. Si trabajas para un reconocimiento, te olvidas del día a día. Te tienes que levantar e intentar ser feliz.” Pero no todo es felicidad. Hubo momentos de angustia en la vida del cocinero catalán, específicamente en cuanto se refiere a esa expectativa mundial después de haber posicionado el Bulli como el mejor restaurante del mundo por cinco años seguidos. “Trabajábamos para ser los mejores; cuando eres cinco años el mejor, ¿qué queda? Quieres más y más. Hoy estoy trabajando para ser feliz, para pasármelo bien”, dice.
Su felicidad actual se refiere en concreto a su idea de El Barri, un proyecto de seis restaurantes en Barcelona que él define como: “un parque de atracciones con seis mundos diferentes que en global propondrán algo que no existe —creo— en la Tierra. Pero, tampoco me preocupa si ya existe.” El conjunto incluye dos restaurantes mexicanos, en colaboración con el chef Paco Méndez. Y, ¿por qué decidió montar dos restaurantes enfocados en la cocina de México? Él responde: “Queríamos enseñar, a través de su gastronomía, qué es México. Aún es desconocida en España y la versión que llega está tergiversada y se entiende un poco como picante, grasosa y barata. Cuando utilizas buen producto, la cocina barata no existe. ¿Cómo logramos convencer al resto del mundo de que la cocina mexicana es una de las grandes del planeta? Es una de las cinco, para mí. Por recetario, por variedad, por cultura, por diferencial.” Para el proyecto, Albert Adriá junto con Paco Méndez, montó dos sitios Niño Viejo —una taquería— y Hoja Santa, que es más sofisticado. Ambos opuestos, pero que muestran la diversidad de la gastronomía de nuestro país.