Judith Landeros visitó el Museo de Arte de Querétaro en varias ocasiones, pero en su último recorrido por el recinto histórico, pasó del miedo a la emoción, en sólo una hora. Judith Landeros Tavera, junto con su hijo Eduardo Olmos y su nuera Paloma Padilla, llegaron al ex convento de San Agustín, minutos antes de las cinco de la tarde del lunes 18 de febrero. En la entrada les dieron un antifaz para cubrirse los ojos y completamente a ciegas, junto con otras ocho personas, iniciaron el recorrido por patio, escaleras y pasillos del lugar.

Para iniciar la marcha, pidieron a todo el público formar una fila apoyados en los hombros del compañero de adelante. Landeros Tavera, por ser la primera de la hilera, recibió un bastón igual al que usan las personas ciegas para transitar día a día por las calles de la ciudad, con el que esquivan baches, desniveles de banquetas, personas distraídas y demás objetos.

Reynaldo Lugo Escobar, guía de esta aventura sensitiva, le dijo a Judith cómo debía usar el bastón: en forma de zigzag para evitar chocar con un objeto y colocarlo de forma vertical para conocer la altura de un desnivel.

Apenas habían dado unos pasos cuando Judith se detuvo gritando con angustia: “¡Un escalón!”. “Tranquila, no te vas a caer, usa el bastón y dile a tus compañeros que hay un escalón que tienen que bajar”, le señaló el guía. Judith logró llevar a sus compañeros hasta la fuente que está en el centro del patio del Museo de Arte, la rodearon y a petición de Lugo Escobar, comenzaron a tocar las formas que tienen las orillas.

“Honestamente aunque ya había venido no me percaté de todo esto, las figuras que están en las piedras, en la fuente, en los muros, todas las figuras; y ya con los ojos cerrados tuvimos la oportunidad de tocarlas y bueno como que se destapó un poquito mi tacto. Sí sentí un poco de miedo porque no sabía si me iba a tropezar, me imaginé que me podía caer, pero conforme avancé en el recorrido se me fue quitando hasta sentir emoción, me agradó”, comentó Judith Landeros Tavera, quien desde hace cinco años vive en Querétaro.

Al bajar de la fuente hicieron cambio de guía. Judith pasó el bastón a Paloma para que continuara el recorrido. Judith, apoyada por las manos de sus compañeros, llegó hasta el final de la fila. Esta dinámica se repitió hasta que todos tuvieran la oportunidad de tomar el bastón y dirigir al grupo.

Durante el recorrido por la planta baja y alta del recinto, los visitantes experimentaron la función de todos sus sentidos. El ruido de los carros que se escuchaban desde la calle, la voz del guía, olor a incienso, el calor y el aire al subir por la escalera que lleva a la planta alta; el sabor de un dulce y finalmente la luz, la claridad de la vista cuando les pidieron que se quitaran el antifaz.

Esta visita a ciegas que es realizada por el exconvento construido en el siglo XVIII, se elabora una vez al mes por convocatoria del Departamento de Servicios Educativos del Museo de Arte de Querétaro, que coordina Adela González.

Las caminatas a ciegas comenzaron en julio de 2012 y Reynaldo Lugo Escobar, quien perdió la vista a los 10 años de edad, es el encargado de estos recorridos, quien para poder concederlos, por todo un año tomó un curso de capacitación para lograr reconocer cada rincón del sitio.

“No es tan fácil, el museo tiene muchos espacios, los cuales si cierras los ojos te pierdes, que es lo que les pasa a los visitantes, hay momentos en los que se pierden, y es lo que nos pasa a nosotros cuando tenemos un punto de ubicación, mientras sea abierto el espacio se hace la comparación de que es como un desierto, a donde tú gires va ha ser lo mismo: vacío, vacío”, comentó Lugo Escobar.

Los objetivos de las visitas con antifaz es “trasmitirles -a los visitantes- la historia del museo y también sensibilizar a la ciudadanía sobre la condición de las personas ciegas y débiles visuales, para que cuando se las encuentren en cualquier sitio, los ayuden a cruzar las calles”, agregó.

Al final del recorrido, cuando todos los visitantes se han quitado el antifaz, el guía les explica cómo escribir mediante el sistema Braille, que es la forma de escritura y lectura que utilizan las personas invidentes. Se les presta una tablilla y un punzón para que en una palabra escriban y defina lo que sintieron durante el recorrido. Algunas personas escribieron miedo y otros la palabra: gracias.

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