Alguna vez, Anthony Quinn definió la diferencia de trabajar como actor en distintas partes del mundo.
“En Europa, un actor es un artista; en Hollywood, si no estás trabajando, eres un vago”, señaló.
Y vaya que en la llamada Meca del Cine participó como ninguno.
Obtuvo cuatro nominaciones al premio Oscar y consiguió dos, ambos en la categoría de Actor de soporte: ¡Viva Zapata! y Lust of life, en 1953 y 1957, respectivamente.
En total trabajó en más de 150 largometrajes, entre ellos Lawrence de Arabia y Zorba el griego.
Nacido en Cihuahua el 21 de abril de 1915 bajo el nombre de Antonio Rodolfo Oaxaca, se trasladó desde muy niño a EU, donde, aseguró, jamás se olvidó de su tierra.
De hecho, bromeaba con su baile de Zorba recordando cada que podía lo que le había dicho el cineasta y actor mexicano Emilio Fernández.
“Se hizo famosa porque la bailé con un pie quebrado. Mi amigo Emilio me decía que la ejecutaba como un jarabe tapatío y por eso había tenido éxito”, mencionaba.
Pero el camino no fue fácil. Hasta su matrimonio con la hija del realizador Cecil B. de Mille (Buffalo Bill) le trajo más dificultades, pues había quien pensaba que lo había hecho para ganar trabajo.
A final de su vida contabilizaba cuatro matrimonios y 13 hijos (el último cuando tenía 80 años), tanto dentro, como fuera de la unión.
Con uno de sus vástagos (Charlie) llegó a grabar un disco-rareza: un poema a dos voces, en el que se habla del amor.
Algo raro para este hombre que por su rostro adusto y sus facciones latinas, le confirieron personajes duros y serios. Pero eso fue lo que fascinó al cineasta italiano Federico Fellini, el actor italiano, quien lo reclutó para La Strada, para interpretar a un hombre surgido entre la brutalidad callejera y la ternura.
“Nunca me aceptaron en México como parte de su cultura y tampoco fui considerado norteamericano. Era la época de la guerra, en la que Van Johnson y los rubios eran los prototipos de héroes. Así que yo hacía de villano”, recordaba Quinn.
Hacia el final de su carrera le dieron un protagónico en una serie de televisión que en México se le conoció como Dr. Quinn, en donde era un médico que resolvía misterios.
Pero el cine fue su pasión, al que también criticaba.
“El problema principal del cine moderno es que le faltan personajes y argumentos y le sobra acción. Las historias no se meten con los problemas del ser humano, ignoran su alma, evitan lidiar con su moralidad, su razón de vivir. La culpa es del público, de los argumentistas, de los productores y de los directores”, expuso.
Para recordarlo, Cineteca Nacional hará un ciclo con sus filmes a partir del próximo jueves.
Además de la actuación, otras de sus facetas artísticas en las que destacó fueron la escultura, la pintura y el diseño de joyería.