La aparición de Contra la Página, Ensayos reunidos (1980-2013) del poeta cubano Octavio Armand es un acontecimiento que no debe pasar desapercibido. Escribo esto porque Armand nos muestra aquí el taller de su pensamiento, donde todas las palabras están en un orden donde mandan las analogías carnales, las contradicciones y paradojas que, en constante búsqueda, dejan a cualquier escéptico como mero principiante. Una extensa obra ensayística donde la complejidad y lo estimulante son el resultado de una aventurada arquitectura verbal. Estas líneas son apenas una escasa aproximación.
La escritura ensayística de Octavio Armand es un terreno abierto donde la necesidad por pensar el poema domina desde su primer libro Superficies (1980) hasta su último título Estética Invertebrada (2013). Oscuridad e ideas que nos muestran su acerado pensamiento. Esta escritura pretende mostrar el blanco desde su raíz, a través de una velada oscuridad, pasando por cada letra que se ha dado a esa palabra. Pero al enfrentar la página y sobre qué ideas la sostienen, implica pensar la interpretación de lo blanco a lo largo del tiempo. Armand lo plantea de esta forma: “se necesita una fenomenología de la página, un psicoanálisis de la página, una poética del pagina”.
Así el poeta comienza a escarbar con las siguientes preguntas toda hoja en blanco en la historia de literatura: ¿Qué es la página? ¿Qué es lo blanco? ¿Qué hace que lo blanco sea blanco? ¿Bajo qué método se podrá llegar a lo blanco? ¿Quién es lo blanco? Las preguntas se deslizan al examinar qué hay detrás de lo que sostiene a la palabra; se pretendedesenmascarar la palabra. Pero este proceso en sí tiende a agitar, a destruir lo que antes se creía de esa palabra. La aparición de una nueva respuesta tiende a ser una posibilidad abierta: lo blanco como lo inacabado, en un perpetuo hacerse.
Para la ciencia y tecnología, para la modernidad, la palabra es considerada un instrumento, un vehículo que transmite conocimientos y noticias. La palabra como slogan, anuncio, espectacular. He aquí el primer problema.
Armand afirma que “el horror a la palabra, explotada como ruido comercial o como ruido ideológico, ha sido determínate para la revalorización de la página.” Así, el poeta busca lo blanco en la página más silenciosa, la página que no se oye o que el hombre no entiende cómo escucharla. Pensaríamos en Friedrich Nietzsche cambiando una palabra y diría así: “Las páginas más silenciosas son las que traen la tempestad, pensamientos que caminan con pies de paloma dirigen el mundo.”
Pero si no se dice nada, o mejor dicho, si se dice la nada. ¿Dónde queda el acto de escribir? ¿Dónde queda la palabra? La palabra se escribe desde que se borra. El borrar como una escritura posible, latente. El pensamiento de Armand busca esa latencia y la sigue con las palabras. En ese espacio donde las palabras dicen esa borradura, se llega a la frontera cercana con el pensamiento místico. Palabras que no pueden nombrar, sólo dicen “Un no sé qué que queda balbuciendo” como dice el poeta San Juan de la Cruz. Por ende, tal parece que las palabras tampoco pueden transmitir conocimiento, porque éste es demasiado para las palabras. Se impone lo blanco, inundando de sentido el pensamiento. Esto da como resultado una extraña especie de sabiduría que no es pedagógicamente transmisible.
Se recuerda mucho a lo que afirmaban los sofistas, especialmente Gorgias: Nada existe, si algo existiera, no podría ser conocido por el hombre y si algo existente pudiese ser conocido, sería imposible expresarlo con el lenguaje a otro hombre. Es un saber que no se aprehende a las palabras. Es un saber que lleva al des-aprendizaje. Es un saber que lleva a la borradura ¿Cómo hacer o pretender elaborar una escritura con este vértigo en las palabras? El poeta, en su carácter discontinuo, azaroso, necesita escribir en la lucha constante hacia lo blanco. Por eso necesita volver a pensar los valores que lo constituyen, por eso necesita escribir desde la violencia del goce, por eso necesita escribir poemas borrándolos.
*Poeta y licenciado en Filosofía por la UAQ