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CUERNAVACA.— En Colombia es más fácil conseguir cocaína que hojas de coca. Lo sabe bien el artista Miguel Ángel Rojas, quien está en México para presentar El camino corto, exposición que habla del rito ancestral del mambeo de coca y el consumo actual de cocaína, del tráfico de sustancias ilícitas hacia el norte del mundo y de la llegada de dólares a América Latina, así como de la destrucción del medio ambiente a costa de fumigaciones, y de la cosecha de muerte que trajo la guerra.
“El camino corto es la manera más fácil de obtener las cosas: el narcotraficante escoge el camino corto para hacerse rico ya; el consumidor lo escoge para ser feliz ya. La droga, su consumo o su tráfico, son caminos cortos a la muerte”, dice el artista en entrevista en La Tallera, en Cuernavaca, donde desde hace dos semanas prepara la muestra que este sábado inaugura a las 12 horas.
Realizada en Bogotá por la Universidad Nacional de Colombia, y en México por La Tallera, del INBA, la muestra se apoya aquí en un elemento local: la frontera, un tema del que Rojas sintió que no podía sustraerse: “Esto de primer y tercer mundo aquí en México se hace físico, aquí se tocan el primer y tercer mundo y es afrentoso, ese muro es una afrenta”, dice el artista.
En El camino corto hay video, arte-objeto, escenografía, instalación, escultura, serigrafía, dibujo y pintura con pigmentos; polvo de coca molido, dólares, agua, arena, pintura, hiel de animal, entre otros materiales. Con estos se refiere a un tema que hace 15 años comenzó a llevar a algunas obras.
En México, las piezas están puestas como en una escenografía y constituyen una narrativa donde hay varias dicotomías: lo antiguo y lo actual, el primer y el tercer mundos, el placer y el dolor, la muerte y la vida.
“Después del petróleo, el negocio que más produce dinero en el mundo es el de las drogas. Del papel de ese dinero en nuestras economías no se habla mucho. El problema de Colombia se extendió a México, aquí se importó el problema a la par que se importa la coca”, afirma Rojas, nacido en Bogotá en 1946.
La curadora María Belén Sáez de Ibarra, quien encabeza la Dirección de Divulgación Cultural de la Universidad Nacional de Colombia, agrega que quienes hacen el tráfico diario son las personas menos favorecidas, pero que el verdadero negocio no está ahí. “Es un territorio que no protege a esa población que de por sí es vulnerable”, afirma la curadora.
De ahí el nombre de una de las obras: Territorio de decepción, una instalación donde muchos elementos son falsos: se escuchan los sonidos -artificiales- de un grillo y una rana; está el desierto que ha dejado las fumigaciones con glifosato. Para el caso mexicano contiene la pintura de un muro que alude a la división entre México y Estados Unidos.
Es una obra que remite a la decepción, porque la ilusión de una mejor vida que originó el tráfico de drogas, en realidad generó un estado de decepción:
“En Colombia fue una ilusión de mejorar la economía familiar de mucha gente y no, lo primero que trajo fue la represión, originó la salida de la base de coca pura que es el crack, que es muchísimo más dañino que la cocaína; originó la mala idea de fumigar con glifosato, envenenar todo el ecosistema, acabar con la salud humana, y trajo la muerte y la guerra”, sostiene Rojas.
Sin permiso
La hoja de coca es un ingrediente central en la mayoría de las obras que se reúnen en la muestra. La pieza que toma el nombre de El camino corto plantea dos niveles, cielo y tierra, con textos que forman un paisaje y en los que se leen en la parte superior los nombres de personalidades famosas, entre otras cosas, por su adicción a las drogas -desde Robert Downey Jr. hasta Alejandra Guzmán-; los recortes de estos nombres, en pequeños círculos, están hechos en hoja de coca. Los recortes de la parte inferior, creados con billetes de dólar, son los apodos de algunos de los grandes capos del narcotráfico -“El Señor de los Cielos”, “El Patrón”, “El Chapo”- (aquí el artista quería remarcar el humor latinoamericano de estos apodos).
Polvo de hoja coca -que ha pasado por todo un proceso de fijación- envuelve una de las piezas emblemáticas de la muestra, El túnel del tiempo, una serie donde está la cabeza de un chamán de la cultura Tumaco, que Miguel Ángel Rojas adquirió hace muchos años en un mercado de pulgas en Bogotá.
Lo que este chamán hace es mambear, es decir, masticar la coca, una práctica que tiene más de 3 mil años de antigüedad y que ha quedado perdida, difusa, en medio de la guerra contra las drogas.
“En Colombia algo de los indígenas pasó (sobrevive) pero lo demás fue exterminado y la cultura con mayor razón . El mambeo se usa en ritos y para favorecer la resistencia física”. La curadora detalla que el mambeo es sagrado, se usa como ritual para llegar a determinados estados de conciencia. Y Rojas enfatiza: “Ellos no trafican, no hay comercio”.
La muestra no tiene hojas de coca originales; éstas no se pudieron traer a México por falta de un permiso fitosanitario. Pero tampoco es fácil adquirirlas en Colombia. Para hacer sus obras, Rojas sólo puede obtener la planta en un resguardo del departamento de Tolima, donde los indígenas tienen autorización para su cultivo. Lo paradójico, señala, es que si alguien busca cocaína hay dealers que la llevan a domicilio; otra diferencia es que la hoja de coca es frágil, su lugar natural es la tierra caliente y puede echarse a perder con cualquier cambio. Nada de eso le pasa a la cocaína que ha pasado por procesos químicos que la separan de la planta original.
“Miguel Ángel trabaja el tema de las culturas precolombinas, la hibridación, el choque con una cultura blanca, hegemónica y cómo no se pueden conciliar, al igual que la tergiversación de un uso cultural ancestral, milenario”, dice la curadora.
Al recorrer la muestra, el espectador se encontrará con que uno de los muros de La Tallera, edificio que Siqueiros construyó e impulsó en esta ciudad, muestra una serie de 33 esculturas que imitan cabezas de piezas arqueológicas similares al chamán. Todas partieron de una cabeza que Rojas encontró hace muchos años, la cabeza de un personaje con rasgos indígenas que llamó entonces su autorretrato y que ahora, multiplicada, sobre un muro, como un sembrado, ha llamado La cosecha.
Aquí, el artista colombiano integra las relaciones entre el universo indígena y la guerra contra las drogas: “Son como entierros. Se refieren a fosas comunes. La cosecha son los muertos, lo que hemos cosechado son muertos. Se ven como frutas o como tubérculos”.
Tres asuntos han sido nodales en la obra de Miguel Ángel Rojas: “mi orientación sexual, mi origen campesino y mi etnia. Ahí he armado mi discurso -explica-. Colombia es excluyente, empezando por la religión católica. Y lo excluyente ha permeado a muchos grupos sociales, aunque no a todos”.
Y sin embargo, el artista no cree que el arte tenga la tarea o el poder de cambiar las cosas, la historia.
“El arte trabaja más en un nivel simbólico, es poco lo que puede cambiar, y más en lo inmediato, en las circunstancias de una sociedad”.
— ¿Ha funcionado el arte como espacio de conocimiento para entender lo que pasa en Colombia?
— Muy poquito. El arte no es masivo, cambia las mentes, pero cambia muy poquito la realidad. No creo que lo hayamos conseguido los que trabajamos el tema. La siguiente pregunta, entonces sería ¿para qué hacer arte político? Yo respondo que hacer arte es político y muchas veces el arte no contemporiza, hay muchos productos artísticos que se desvanecen, otros que son firmes, quedan ahí y van creando una cosa que podemos llamar identidad. Mi obra siempre ha estado en extremos, de alguna manera confronto tiempos diferentes, situaciones opuestas, dicotomías.