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A modo de juego, Teresa López empezó a usar el telar de cintura, a la edad de cinco años. A los 12 años realizó su primer huipil y esa emoción de ver la prenda que fue creada con sus manos y corazón resulta inolvidable, porque en el telar, dice Teresa, no sólo se usan las manos, se involucra la mente, el corazón, todo el cuerpo.
En la comunidad triqui de San Juan Copala, Juxtlahuaca, Oaxaca, nació Teresa y aprendió el arte del telar de cintura por su abuelita. A los ocho años de edad empezó a vender sus primeras creaciones.
En el telar se pueden hacer todo tipo de prendas, desde una pulsera, faja, falda, chal, tapete, bolsa, blusa, hasta un huipil y usando todo tipo de colores.
“A mí el telar me da vida, por los colores, por lo que puedes hacer con él, no trabaja nada más tu mente, tus manos, tus ojos, sino tu corazón, entregas totalmente todo tu cuerpo, para mí es como un ejercicio o una terapia”.
Teresa y su esposo Prudencio Merino emigraron a la ciudad de Querétaro, aquí viven desde hace 28 años, aquí nacieron y han crecido sus hijos. No fue fácil llegar a otro estado y acoplarse a la dinámica de la ciudad, aprender otra lengua.
Orgullosos de pertenecer a la cultura triqui, de sus tradiciones y de lo que pueden hacer con sus manos, Teresa López y su hijo Joel Merino López ofrecieron en el 2015 el primer taller de telar de cintura abierto al público en la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ). Y ahora en :Ome, tienda de arte y galería, ofrecen el taller Telar de Cintura Triqui.
Aprender a usar el telar de cintura, explica Teresa, no es difícil, sólo es necesario habilitar las manos y, una vez dominada la técnica, podrán crear las prendas que gusten con los colores de su elección.
Artesanos de nacimientos. En San Juan Copala es tradición que las mujeres aprendan a tejer en el telar de cintura y los hombres a crear diversas artesanías, además de enfocarse a la venta. Joel Merino López, artesano de nacimiento y pintor, recuerda su infancia viendo trabajar a sus padres.
“Siempre vi a mi mamá trabajando, no solamente el telar sino otro tipo de artesanía que buscábamos para venderla; como venimos del sur a la gente del centro del país se le hace un poquito extraño la artesanía que nosotros realizamos y por obvias razones es como más fácil venderla, por eso mi papá llegó aquí a Querétaro para poder tener una mejor manera de vender y subsistir, siempre trabajando la artesanía”.
En hacer una prenda como el huipil, una persona se puede llevar hasta un año, explica Teresa. “Es muy trabajoso pero luego no lo pagan. Nosotros como indígenas valoramos el trabajo que hacen las compañeras, pero también como indígenas a veces nos sentimos mal porque no se vende nuestro producto, porque no sabemos cómo ofrecer o cómo poner el precio a ese producto, damos barato y todavía piden más barato”.
En el Museo Indígena (Allende 20, Centro Histórico), desde hace un año, Teresa y su hijo Joel tienen a la venta sus creaciones. Hay días, platica Teresa, en los que no se vende. “Pero tenemos que seguir con nuestro producto que es algo mexicano, porque somos indígenas y somos raíz de México, entonces tenemos que hacer nuestras cosas para poder seguir adelante y no nada más nosotros, todos los indígenas, triqui, otomí. Yo admiro mucho a mis compañeros otomí en el Museo Indígena, ahí estoy con mi hijo y hay días en que no vendemos, quedamos en ceros, pero ahí vamos diario y le tenemos que echar ganas para que ese Museo sea el mejor Museo de Indígenas”.
El objetivo de los talleres de telar de cintura, explica Joel, “es fortalecer y compartir con las demás personas lo que se estamos haciendo a través de la técnica del telar, queremos que la gente pueda tener esa experiencia de lo que sentimos cuando hacemos nuestras propias prendas”
“Mucha gente está acostumbrada a ver un producto y se le hace fácil decir: ¿Cuánto cuesta? Y luego: ¿Cuánto es lo menos? Y se olvidan que uno pone empeño, esfuerzo y que no solamente es la artesanía, sino que va parte de ti en el trabajo, queremos que la gente entienda ese proceso, que es difícil hacer la técnica, pero también es muy difícil desprenderte del producto porque a veces te enamoras de tu propia artesanía”, dice Joel.
Prudencio Merino es el fundador de la Asociación de Artesanos Indígenas Triquis Tinujei, en donde sólo pueden ingresar artesanos triqui. En Querétaro, “la comunidad triqui que tenemos son de 120 adultos más niños”, comenta Joel, quien también creó el colectivo Arte Tinujei con la finalidad de compartir su cultura y sus tradiciones con el público en general, a través de proyectos como el realizado en la UAQ y galería: Ome.
Joel Merino, en su papel de pintor, ha creado murales en la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, en el Centro de Desarrollo Artesanal Indígena y en la UAQ.