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Este tiempo donde la precariedad y la vulnerabilidad son un signo constante y quizá no haya escapatoria ante la violencia de dichos signos, cabe recuperar la pregunta lanzada por J. Butler: ¿Por qué algunas vidas son dignas de ser lloradas y otras no?

Sin respuesta alguna, a expensas del fracaso del contrato social, y de los determinantes socioeconómicos y culturales, como bien señala el filósofo BIFO, “El poder financiero está basado en la explotación del trabajo cognitivo precario: el intelecto general en su forma actual, separado del cuerpo”.

De esta manera, encontramos en los trazos de Carmen Ávila, matices donde el cuerpo, es ese territorio donde se fraguan las batallas que tienen que ver con el placer, el dolor y sobre todo la desesperanza; ya sea con el otro y a la vez también mostrando la soledad que revela el uno y el silencio.

Estos trazos, no son respuestas ante la crueldad. Con un pesimismo funcional, y a la vez como forma de resistencia ante este horizonte de tumbas, Carmen Ávila, a partir, de reciclar imágenes que circulan en el ciberespacio, mezcladas con su registro visual, y llevadas de su mano al papel, traza pedazos de carne que evidencian lo frágil y endeble que es nuestra propia existencia, donde la indigencia será el porvenir como una espiral, después de que olvidemos todas nuestras ilusiones y soportemos el fracaso del lenguaje, y donde al menos nos quede una imagen que contenga un guiño de ternura; a pesar de la crueldad de nuestros día.

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