La pregunta ha sido siempre la misma y las respuestas, obviamente, ha variado de forma drástica. Sin embargo, el cuestionamiento permanece inmutable: ¿qué es la belleza? Para la destacada profesora y escritora siria, Ikram Antaki Akel (1948 - 2000), quien radicó en México muchos años, se trata de una problemática imposible de analizar fuera de su contexto espacio-temporal.
“Las mujeres del Renacimiento” señala la autora, “no soportaban ser delgadas: dejar que se advirtiera la estructura ósea por debajo de la ropa era algo vergonzoso; en aquella época, se necesitaban carnes. Comían cinco veces al día un puré de arañas para engordar rápido; los sirvientes tenían que aplastar a los insectos vivos y frescos ante los ojos de las bellas. Los massa, de Chad, piensan que ser bello es ser puro y gordo, así que se dedican a unas orgías de leche de sorgo. La tribu vecina, los moussey, consideran que es necesario limarse los dientes para ser bellos”, indica Antaki Akel.
Hay que leer La verdadera e ingenua belleza de la mujer, de Jean Liebault, médico parisino del siglo XVI, para corroborar que los cánones han cambiado de forma dramática. “Los ojos deben ser saltones, la boca aplastada, las mejillas rojizas, la barbilla corta y adelantada, tan grasa y carnosa que desciende hasta el pecho como una segunda barbilla”, escribe Liebault. ¿Conclusión? Hace unos cuantos siglos, Gisele Bündchen hubiera sido una criatura grotesca.
Eso es la belleza, un asunto de tiempo y espacio. “La normatividad del tema es un asunto realmente antiguo: encerradas en sus corsés hasta perder la respiración, trepadas sobre tacones de ocho centímetros, cargando faldas de cinco metros de ancho, aplastadas bajo peinados parecidos a edificios, devoradas por las pulgas y los piojos, pintadas de blanco, rojo, negro y azul hasta perder los dientes y la salud, las coquetas del siglo XVIII parecían haber alcanzado las cumbres de lo tolerable”, señala Antaki Akel.
Si quieres lucir, ¿haz de sufrir?
El maquillaje, a lo largo de la historia, ha sido parte fundamental del concepto de belleza, el cual no pocas veces se ha tornado temerario, peligroso e incluso kamikaze. Y para muestra, unos cuantos botones. “Aspsia, en el siglo V a.C., rellenaba sus arrugas con un pegamento elaborado con pescado. Cleopatra se blanqueaba con gis, mientras que Agnès Sorel aplicaba sobre sus mejillas la carne caliente de una paloma recién degollada. Las peores torturas pasan por el recuento de la belleza: carbonato de plomo para la tez, plombagina para oscurecer los ojos, minio para enrojecer las mejillas, etcétera”, apunta Antaki Akel.
En el siglo XVIII, la moda de maquillarse parecía haber llegado a su paroxismo: cutis blanco, venas azules, mejillas escarlata y algunos lunares negros (llamados “moscas”). Hubo que esperar la Revolución de 1789 para que desapareciera el rojo y triunfara la palidez. A fines del siglo XIX, la burguesía se ahogaba en nubes de polvo y los colores estridentes estaban reservados para las cortesanas. Los labios se enrojecían mordiéndolos. Las mujeres descubrieron la higiene y el sutil placer de ser bellas sin tener la apariencia de una cocotte.
Por fortuna, hoy en día todas esas prácticas “extremas” se limitan a integrar una enciclopedia de curiosidades que ninguna mujer (al menos una en su sano juicio) estaría dispuesta a experimentar. Aunque para ser honestos, en la actualidad nos sometemos a otro tipo de disciplinas que en un futuro no muy lejano quizá sean consideradas abominables, como el hecho de inyectarse en el rostro toxina botulínica tipo A (Botox®) para, literalmente, borrar las líneas de expresión.
Cuando una sociedad quiere imponer un cambio o un modelo de vida al conjunto de la población, la imagen se transforma en uno de sus mejores vehículos de comunicación. Es precisamente aquí cuando el maquillaje adquiere un rol protagónico, mismo que la firma japonesa Shiseido –la empresa cosmética más antigua del mundo, fundada en 1872, y que cuenta mil investigadores, 10 centros internacionales de investigación y más de dos mil 400 patentes registradas– ha sabido capturar a lo largo de su historia, y que hoy traduce en propuestas de maquillaje cuya sutilidad, elegancia y alcance de seducción empoderan a la mujer contemporánea.
Dile adiós a las complejidades gratuitas, despídete de los falsos bronceados y atrévete a destacar tu mirada sin tener que descuidar los labios. Esta es la lección teórica que el maquillaje estival tiene reservada para ti, y sabemos que, en cuanto la pongas en práctica, los resultados serán deslumbrantes. ¡Garantizado!