Lo que se vio en la Plaza Santa María de Querétaro, con los Ángeles Azules, el pasado fin de semana, fue la expresión viva de la división de clases y sus contradicciones.
Hasta arriba de la plaza, en el tercer nivel, hasta donde Dios no alcanza a ver, las gradas llenas, son los que pagaron menos para ver al grupo de Iztapalapa. Son los que menos tienen y más gastan, y estaban arriba, arrinconados en espacios donde es imposible bailar.
Es el pueblo salsero, de los que saben mover la cadera y dar miles de vueltas, mareadoras y “madreadoras”, y dar ese “brinco” salsero estilo chilango del Peñón de los Baños, Distrito Federal.
Esa banda sí se sabe, de “pe a pa”, el tema “17 años”, versión viejita, de cuando Los Ángeles Azules eran un grupo de rupestres para rupestre, y tocaba en bodas, XV años y bautizos.
De cuando era una banda de Iztapalapa, sin aspiraciones rockeras, no tocaban con la sinfónica de la Ciudad de México, o lanzaban discos como el más nuevo, Viernes cultural. ¿Sabrán los Ángeles que significa “cultura?
Son “la raza” para la cual, se supone, toca del grupo del “barrio”, pero están lejos, hasta donde Dios alcanza a ver.
Abajo, en el ruedo de la Santa María, dos secciones: una “VIP”, y otra “VIP-Pro”. Para los primeros está el resto de la plaza de la Santa María, y tienen el privilegio de ver a los Ángeles de cerca y cantarles algunas de sus canciones más famosas.
Pueden subirse al escenario, a una competencia de baile “chicas” (Los Ángeles Azules siempre hacen lo mismo) y luego pedir otra canción, como hizo una de las invitadas, como si Los Ángeles fuera un grupo de complacencias de la Plaza Fundadores, total que para eso pagó y muy caro.
Para los segundos se montó una cerca de metal anti y seguridad terroristas pro Ayotzinapa. Sección donde la botella de whisky se sirve, si quiere, en vasos de cristal. Esa gente no es pueblo, es “clase”, pero tiene aspiraciones populares.
A ellos y ellas les gusta la música para bailar, pero no saben diferenciar entre una salsa y una cumbia, para ellos se baila y se siente igual, con brincos y movimientos sin ritmo, como hipster de la Condesa, D.F., pero de Jurica.
“¿Que no hay billete? A mí me dijeron que en Querétaro sí hay billete”, dijo el Ángel Azul mayor, Elías Mejía Avante, bajo y animador de la banda.
Los que ocupaban la zona central de la plaza no son Santa Rosa Jáuregui pero tampoco son Jurica. Saben de salsa, la viven y bailan sin falsedades ni presunciones, sin poses de celofán. Son lo que los sociólogos (¿todavía existen?) llaman clase media y aseguran que ya no existe, que la crisis terminó con ellos, especie en extinción, que se niega a desaparecer.
Si el finado John Lennon hubiera estado en el concierto de Los Ángeles Azules en la Santa María, hubiera hecho lo mismo que hizo alguna vez, pedir que los de arriba aplaudieran y los de abajo “que hagan ruido con sus joyas”.