Una corona de espinas luce en la Ambientación de la Celda de Maximiliano, ubicada en un pequeño espacio del ex convento de Capuchinas, hoy Museo de la Restauración de la República, como un símbolo del calvario que vivió el emperador Maximiliano de Habsburgo, antes de ser fusilado en el Cerro de las Campanas, la mañana del 19 de junio de 1867.
Al llegar a Capuchinas que había sido acondicionado como cuartel, el emperador fue encerrado en la sala De Produndis, donde tenían a los cadáveres, ahí pasó un día, después lo llevaron a un pequeño espacio en donde permaneció por 27 días.
Guadalupe Jiménez Codinach, encargada del proyecto de ambientar la última celda de Maximiliano, realizó una detallada investigación durante ocho meses, junto al historiador Andrés Calderón Fernández. Analizando testimonios y documentos originales, encontraron los objetos que el emperador tenía en aquella prisión.
En total reunieron 26 piezas para ambientar la celda, en donde destacan un domino de madera, una pequeña cama de la época, una silla, libros y un facsimilar de la última carta escrita por Maximiliano de Habsburgo, la cual fue dirigida a Benito Juárez.
Entre los objetos también se exhibe una corona de espinas, en la investigación, los especialistas encontraron que era “una corona de espinas colgada con un clavo”. Cuando llegó a la celda Maximiliano, explica a EL UNIVERSAL Querétaro Jiménez Codinach, se la encontró, “y le dijo a su doctor, si logro irme a Europa, yo me la llevo conmigo, como recuerdo”.
El emperador no acudió a su juicio por causas de salud, pero fue sentenciado a pasar por las armas, por delitos contra la independencia y seguridad de la nación. La corona de espinas que hoy se exhibe en la ambientación de la celda, en el Museo de la Restauración de la República, no es la original, pero esta corona "contará los días tan difíciles que pasó aquí, porque realmente fue un calvario, estuvo enfermo prácticamente todo el tiempo”, revela Jiménez Codinach.
Además, agrega la especialista, el emperador siempre “fue de frágil salud, desde niño, siempre estuvo malo de la garganta, tuvo muchas disenterías, en sus viajes por todo México a cada rato se enfermaba, tenía fiebre, estaba malo del hígado, y aquí, en los 27 días que estuvo, prácticamente estuvo enfermo gran parte de esos días”.
Por este motivo es que en la misma celda se pueden ver un frasco de sales y la bacinica a lado de la cama, que habla de las enfermedades que aquejaban a Maximiliano.
Las piezas se buscaron con 23 diferentes anticuarios de ciudades como Puebla, San Miguel de Allende, San Luis Potosí y la Ciudad de México. En La Lagunilla, encontraron varias piezas que sirvieron para la ambientación, todos los objetos corresponden a los testimonios analizados, y son piezas referentes a la época, incluso el clavo en donde se sostiene la corona de espinas, se mandó a hacer especialmente con un herrero, para que el clavo pareciera de la época.
Lo más sorprendente
Cuando aprendieron a Maximiliano, le decomisaron un baúl de libros. Según los testimonios estudiados, el emperador solicitó a su confesor La imitación de Cristo de Thomas Kempis, y para la ambientación encontraron una edición española anterior a 1867, que se logró conseguir en una librería en Alemania.
El proyecto de ambientar la última celda del emperador Maximiliano de Habsburgo, tuvo una inversión de 250 mil pesos, refirieron los historiadores.
Lo más costoso es un gabán que fue encargado a un artesano de Tlaxcala y el cual aún no está listo, pero que será una réplica al que se exhibe en el Museo de Trieste, el cual es todo de color verde, con cuatro coronas imperiales en cada esquina. El costo de esta pieza fue de 30 mil pesos.
De toda la investigación realizada, lo que le llamó la atención a Andrés Calderón Fernández, fueron las cartas escritas por Maximiliano. “A mí me sorprenden las cartas, porque son francamente emotivas, son profundas, sesudas, de un hombre que está enfrentando ya la muerte con serenidad y que, yo creo, está realmente deseando que su muerte sea la última que haya en México, por causa de una disputa política”.
Jiménez Codinach, antes de la recreación de la celda ya había estudiado a Maximiliano de Habsburgo, y estuvo en el castillo de Miramar, además de revisar archivos en Viena, describe a Maximiliano como un hombre bien intencionado, que llegó a querer mucho a este país.
“Él decía que México era su nueva patria, viajó mucho, hasta enfermo, y en donde iba, visitaba las cárceles, las escuelas, los orfanatorios. Tenía un corazón muy bondadoso, hasta los enemigos lo dicen. Comía con sus soldados, carne de caballo y arroz, porque casi no había qué comer, y comía sin plato, sin tenedor ni cuchillo”.
La historiadora Guadalupe Jiménez Codinach, quien prepara ahora la investigación sobre los grandes jinetes de todo el continente americano, para la exposición América, tierra y Jinetes que se presentará en el 2016 en el Palacio Iturbide en México, dice que el emperador hasta vestía el traje nacional, que es el traje de charro, y a él se le debe el invento del traje de charro negro, que es el traje de gala de los charros, una muestra más del apego del emperador por México.