En las casi cinco horas en que el cuerpo de José Emilio Pacheco estuvo por última vez en El Colegio Nacional, su casa desde 1986, no hubo un sólo momento en que no llegaran coronas y arreglos florales de encumbrados políticos, instituciones públicas y privadas pero también de gente “sin nombre”, a título personal o de su gremio, como una corona que llegó de los locatarios del Mercado de Jamaica, para despedir al poeta que les descubrió el placer, el amor por este país o la maravilla de vivir en la ciudad de México.

Desde el sueño de su poesía, José Emilio Pacheco se habrá sonrojado tímido ante las muestras de cariño de tantos lectores que le robaron horas al trabajo, estudiantes que evadieron clases, adolescentes que acababan de vivir El principio del placer; de amigos que abrazaron a Cristina, su viuda, y a Laura Emilia, su hija, como una manera de abrazarlo a él; de gente que llegó con una rosa blanca en la mano para depositarla sobre el féretro de madera que estuvo cobijado por las alas abiertas del águila que es el símbolo de El Colegio Nacional.

Se fue José Emilio Pacheco y hay que aprender a vivir con su ausencia y su silencio. Eso es algo en lo que reflexionó Cristina Pacheco en las últimas horas. “Era un hombre con enormes ganas de vivir; teníamos planes de aquí a 2 mil años, por decir algo, pensábamos vivir juntos toda la vida y creo que eso implicaba que moriríamos juntos, pero eso es difícil lograrlo”.

¿Se siente traicionada?, se le preguntó en una improvisada conferencia de prensa en la que la periodista relató las últimas horas de vida de su compañero de décadas. “Traicionada no; sorprendida, desconcertada, no puedo entenderlo, siento mucha rabia y mucha desesperación porque no puedo encontrar la palabra para decirles lo que siento; no es dolor, no es coraje, no sé lo que es, es algo que me invade, me paraliza y además es algo que me obliga a pensar. Yo voy a seguir viviendo con él, pero va a ser una persona distinta, él va a ser de otra manera, voy a tener que acostumbrarme a que sea en la ausencia y en el silencio”.

Cristina y Laura Emilia recibieron cientos de abrazos, no faltaron Emilio Chuayffet, el secretario de Educación Pública, ni Rafael Tovar y de Teresa, presidente de Conaculta, quien señaló a su llegada que se ha ofrecido a la familia un homenaje en las semanas posteriores; no faltaron tampoco los amigos: Marcelo Uribe, que ha estado con ellas en todo momento; Vicente Rojo, Marco Antonio Campos, Jaime Labastida, David Huerta, Silvia Lemus, viuda de Carlos Fuentes, ni Mara Lamadrid. No faltaron sus compañeros de El Colegio Nacional ni los de la Academia Mexicana de la Lengua; no faltó la gente de este pueblo mexicano al que tanto amó y que tanto lo ama.

La familia encargó a Enrique Krauze la despedida; él dijo que aunque José Emilio Pacheco fue prudente y reservado “jamás se retrajo a una torre de marfil: le dolía genuinamente la desigualdad y la pobreza”.

Niño triste y viejo prematuro

Al Aula Magna de El Colegio Nacional llegaron lectores de distintas generaciones. Allí estaba Emiliano Lemus con sus 15 años, bermuda caqui, mochila al hombro y El principio del placer en las manos; también Yesenia Ivette, quien cursa el último semestre en el CCH Oriente, llegó para despedir al escritor que conoció cuando estudiaba sexto de primaria a través de Las batallas en el desierto.

“Era un hombre normal, con muchas manías encantadoras y a veces difíciles de complacer, un hombre apegado a sus lugares, a su cuarto, a su escritorio; le fascinaban las plumas fuentes, le fascinaba estar rodeado de libros, veía un libro y luego tomaba otro y luego otro y de pronto ya los había leído todos y me empezaba a contar en desorden”, manifestó Cristina.

Cristina Pacheco dijo que dejó muchísimo material y que estaba lleno de planes. “Quedaron las notas de los Cuartetos; los tiene terminados, pero él, como siempre, quería repasarlos”.

Pero llegó la muerte y Cristina contó el final, el diagnóstico de los dos neurocirujanos que coincidieron fue que era tanta la hemorragia en su cabeza que había 95% de probabilidades de quedará en estado vegetativo. “Jamás le hubiera hecho a José Emilio semejante cosa, ni siquiera a cambio de tenerlo en mi casa y poder tocar su mano... él se fue muriendo muy lentamente pero en absoluta tranquilidad. No hubo curaciones absurdas ni inútiles y no hubo medicamentos innecesarios, se fue quedando dormido y se fue a su sueño, el sueño de su poesía”. Así le dijo adiós Cristina Pacheco .

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