Era la primera vez que Korn pisaba suelo queretano y también fue una de dos ciudades que visitaron previo a su show en Ciudad de México, en su gira por este país.
Así de histórico fue para el metalero local el concierto que los cinco de California ofrecieron en la Plaza Santa María y así de importante para la cultura musical en esta comarca.
Pasaron primero por Monterrey —el 21 de abril—, y el 26 de abril los estadounidenses dieron concierto en el Pepsi Center, para luego seguir de largo con su gira internacional por Europa y luego Estados Unidos.
La Santa María se incendió con las “gárgaras infinitas” de Jonathan Davis, quien para aguantar el rigor del metal, tenía que dar un sorbo de oxígeno y un trago de energía líquido después de cada tema.
Porque un metalero es como los atletas de alto rendimiento, dan todo en un jalón de energía, en un momento, y luego quedan como cartuchos usados de escopeta. Los metaleros —como los futbolistas y las bailarinas de ballet—, son de vida intensa y carrera corta.
Total que los metaleros queretanos esperaron décadas para ver a Korn en su tierra, luego esperaron, resignados, tres meses más desde que se anunció la nueva fecha en la página de la banda, y al final “aguantar” dos horas más para que salieran al ruedo de la Plaza Santa María.
Porque desde las 8:00 de la noche, la plaza ya estaba a tope cuando la banda de California tenía planeado salir hasta las 10:00 de la noche y todavía se dio el lujo, el placer insano, de tardarse quince minutos más.
Pero no hubo queja alguna de la banda metalera, ningún reclamo o mala cara, ningún improperio; los que estaban ahí, y los que vinieron de la capital y de Guadalajara, en camioncitos espaciales, sabían que con tal de ver a Korn, podían esperar sentados en el infierno una eternidad.
Ahí estaban, en las gradas y sobre el ruedo unas 9 mil almas amontonadas. Frente al escenario los más aferrados: masa compacta de greñas largas y camisetas oscuras.
Las espera termina y salen los dioses de las tinieblas metaleras: Jonathan Davis, voz; James “Munky” Shaffer, guitarra; Brian “Head” Welch, guitarra; Reginald Arvizu, bajo; y Ray Luzier, batería.
Apenas salieron sus ídolos y las masas oscuras del metal hicieron el saludo satánico con los dedos de la mano izquierda, en forma de diablo y el brazo alzado hacia la oscuridad del infinito y más allá.
Los de Korn tocaron 19 temas en menos de dos horas y todo fue metal y maledicencias: “Al diablo, hagámoslo”, dijo Davis y se soltó a gritar como endemoniado.
Apenas sonaron los primeros rugidos de Korn y empezó ese balanceo sin piedad de cabezas, arriba y a bajo, péndulo suicida mata neuronas y cerebelos; y ese rugido, grave y gutural, que sale del pecho o del estómago, que hacen los metaleros cuando están felices, pero parece que se están muriendo de un tremendo dolor de panza.
Mientras Korn incendiaba con metal al rojo vivo la Plaza Santa María de Querétaro, en el Vive Latino de la ciudad de México, Enrique Bunbury salía al escenario vestido como los de la Sonora Santanera, a cantar cancioncitas de paz y amor. Así las cosas.