Hablar de transformación en el ámbito personal, es referir un cambio hacia una evolución en costumbres, intereses personales, hábitos, etcétera. Hablar de formación es ahondar en la adquisición de conocimientos, actitudes, habilidades y conductas asociadas al ámbito profesional. Al hablar del arte y sus manifestaciones, como la música, es necesario primero ahondar en sus atributos formativos, más que transformativos, ya que nos invita a reflexionar en los inicios de los principios educativos.
El arte en general, nos prepara para una actividad y el conocimiento particular de una disciplina. Desde el principio de toda relación humana, el saber hacer es parte de ser. Tener la capacidad de desempeñar una habilidad garantizaba ser aceptado por un núcleo social, como lo era un clan, una horda, una tribu. Todo vínculo social exige asumir un rol y contar la aceptación de los semejantes. Imaginemos por un momento que en épocas prehistóricas, el conocimiento y las habilidades necesarias para hacer fuego dotaban al que los poseía de un poder: protección, religioso, seguridad, y dominio, son sólo alguno de ellos. El que dominaba la producción del fuego y sus materiales para hacerlo, tenía la ventaja de defenderse de manera adecuada y generar un dominio sobre los demás.
La especialización en el saber hacer era fundamental como forma estratégica de subsistencia; al dominar una destreza y habilidad, se mejoraban las herramientas que eran utilizadas y los procedimientos al ser creadas. De estos hechos, nacen los principios tecnológicos que actualmente nos rigen y que asumimos son distantes del arte y sus manifestaciones.
¿Cómo fue dándose este proceso? ¿Cómo fueron mejorando los procedimientos? Para responder a estas preguntas, es necesario comprender el inicio de un proceso educativo. El conocimiento, como muchas otras actividades humanas, tiene de trasfondo un anhelo por la perpetuidad y permanencia en el tiempo.
Recibir los conocimientos adecuados para desarrollar un oficio o destreza, siempre lleva un sentimiento de iniciación, ya que nadie más los sabe, y el que los recibe, de manera casi inconsciente, reconoce el esfuerzo en la especialización del otro. En el intercambio de ideas, se van enriqueciendo los métodos y/o procedimientos en el uso de las habilidades y destrezas: la técnica. Con la enseñanza de un oficio, comienza una labor educativa. Jean Chateau (1956), en su libro Los Grandes Pedagogos, lo explica de esta manera:
En un sentido, no existe sociedad en que no se ejerza la acción educativa; no existe colectividad humana que no trasmita a las nuevas generaciones sus instituciones y sus creencias, sus concepciones morales y religiosas, su saber y sus técnicas; pero esta trasmisión se efectúa, al principio, de una manera espontánea e inconsciente: es la obra de la tradición. Indudablemente se puede distinguir entre la herencia colectiva, el patrimonio común de la religión y las costumbres, trasmitido obligatoriamente a todos, y el conocimiento de los diversos oficios, distribuido entre cuerpos especializados. Pero la distinción de los oficios no implica aún la especificación de la función educativa; el que enseña un oficio es el mismo que lo ejerce; la enseñanza técnica reviste primitivamente la forma del aprendizaje; asume el carácter de una iniciación (p. 11).
Ahora encontramos a los cuerpos especializados y sus conocimientos cobijados en las universidades en las cuales una comunidad académica certifica su validez y garantiza su adquisición. Aprender un oficio-arte entraña el tipo de educación arriba descrito, donde el discípulo recibe una enseñanza técnica trasmitida de manera oral y reproducida por generaciones de maestro-alumno.
Este tipo de enseñanza exige innumerables competencias al alumno y desarrolla en él no sólo habilidades motrices, sino psicológicas. Aprendemos ahora un oficio, una técnica, no por un instinto de conservación, sino por una necesidad de expresión que tiene una injerencia en la realidad de los demás.
El arte transforma en el artista su realidad y éste la comparte a la sociedad. Ninguna de sus manifestaciones es la excepción. La música, por tanto, forma al exigir aprender del que ya sabe la emulación de su actividad y sus objetivos. Esto demanda un gran esfuerzo, ya que se debe de pasar los mismos procesos del “maestro” para poder recrear sus resultados. Disciplina, orden, capacidad de empatía, comunicación y auto-consciencia de sus procesos cognitivos y metacognitivos, son sólo algunas de las capacidades que el transcurso del desarrollo del oficio-arte, serán necesitadas por el “discípulo”.
Parte inherente al aprender un oficio es la necesidad de compartirlo, como fundamento del propio crecimiento. Al hacerlo, el artista, transforma de manera constante a sus semejantes y su realidad.
Desafortunadamente, gracias a las tecnologías actuales, estamos alejándonos cada vez más de los esfuerzos cognitivos que requiere desarrollar una habilidad motora y creativa. Tenemos un exceso de información que lejos de ser comprendida y convertida en conocimiento gracias al análisis y desarrollo de procesos subjetivos, sólo la compartimos, deseando pertenecer a la vorágine de una red, a costa de la individualidad y desarrollo propio.
El “Homo prensilis”, que ejecuta, razona e infiere procesos de aprendizaje en la búsqueda por hacer, está siendo reemplazado por un “Homo Digitalis” cuya facultad se reduce a dar like, leer de manera superficial y compartir.
El aprendizaje de un oficio-arte, otorga una experiencia directa de individualización cognitiva y metas propias hacia un desarrollo en el aprendizaje.