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La block comedy hollywoodense (comedia de bajo presupuesto pensada para un grupo específico, de preferencia vecinos de manzana, de donde se toma un lugar determinado —peluquería, cantina o escuela— mostrando acciones graciosas que los espectadores identificarían como propias), al ambientarse en otras latitudes pierde sustancia.
El traspaso del concepto, muy comercial en la industria estadounidense, crea aberraciones como la comedieta fifí Mirreyes vs. godínez (2019, Chava Cartas), variación subhollywoodense no pensada para una cuadra sino para un cubículo. En tan asfixiante espacio se acentúa la tradicional diferencia de clases mexicanas. Hace años el pleito fue “pelados” vs. “rotos”, luego entre “nacos” y “pirruris”. Hoy los “novedosos” estereotipos son “mirreyes” y “godínez”.
Igual a cintas parecidas, el predecible conflicto tiene como atractivo que cada personaje es un lugar común definido por su trabajo. Para destacar esto se plantea un enfrentamiento —en forma de concurso con recompensa estilo Jefa por accidente— para destacar defectos y virtudes de una banda contra otra, sin la profundidad de Ustedes los ricos (1948) / Nosotros los pobres (1948), ya que se trata únicamente de Nosotros los pelados (1984) reciclando desde una arrogancia intelectual clichés clasistas y racistas.
Así, la comedieta fifí de cubículo se imagina llena de humor (para grupo de actores con tablas en videos y TV: Gloria Stalina, Dania Bovio, Regina Blandón, Roberto Aguirre, Christian Vázquez, Pablo Lyle y Daniel Tovar), y saca de la basura viejísimas fórmulas, exagera acciones y actuaciones, utiliza un chafa estilo visual inspirado en la peor telenovela. La neoconservadora comedieta fifí, pues, se cree ágil e ingeniosa burlándose de defectos sociales y laborales. En realidad es torpe al hacerlo. Un churro calidad cero con esquema buenos vs. malos; guapos vs. feos; gatos vs. papalords.
El veterano maestro Clint Eastwood, con 37 filmes previos, actúa y dirige La mula (2018), tras su fallida crónica de heroísmo 15:17 tren a París (2018). De nuevo otra historia real, su sexta al hilo, pero esta vez sobre un antihéroe, Earl el Tata Stone, una mula (o sea, transportador de droga). El guión de Nick Schenck se basa en un artículo de Sam Dolnick publicado en The New York Times: La mula de 90 años del cártel de Sinaloa, que cuenta cómo el veterano de la Segunda Guerra Mundial, Leo Sharp, en la crisis terminal de su vida, traficó una tonelada de cocaína.
Eastwood crea un microcosmos sobre narco menudeo con perfeccionado estilo naturalista. Logra con ello un rico trasfondo con la familia del Tata —su hija Iris (Alison Eastwood), su nieta Ginny (Taissa Farmiga), su ex Mary (Diane Wiest)—, o los agentes de la DEA, Michael Peña, Laurence Fishburne y Bradley Cooper. A su vez, los miembros del cártel no son vistos como monstruos ni se les exalta como en las teleseries. El ambiente no es moral. El acierto de Eastwood es plantear la historia entre la amoralidad y la crítica hacia tema dominante en la agenda política y sanitaria de Estados Unidos.
Los motivos de Earl, en cambio, no son como la circunstancia de necesidad y no de azar apuntada en el reportaje. Por ello Eastwood crea un personaje poco entrañable. Su peor defecto es el final y que algunos detalles pesan más que la idea general de la cinta: hace muchos apuntes anacrónicos sobre la vida estadounidense. Quiso lograr un retrato devastador referido a la “crisis de los opiáceos”. Pero se perdió en el camino.
bft