“La cultura es la buena educación del entendimiento”,
Jacinto Benavente
Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura, expone en su libro La civilización del espectáculo el riesgo al democratizar la cultura y hacerla accesible a todos: la alta cultura corre el peligro de ser banalizada.
¿A qué se refiere Vargas Llosa con alta cultura? A las manifestaciones del hombre que busca perdurar, trascender y que obligan a la reflexión e introspección, gracias a la concentración intelectual necesaria para ser apreciadas cabalmente. Una “Civilización del espectáculo”, para Vargas Llosa, es aquella que busca contenidos culturales sólo para el entretenimiento y esparcimiento, convirtiendo estos contenidos en los parámetros que deben regir la mayoría de las manifestaciones artísticas.
Quizás no exista palabra más difícil de definir como cultura, ya que esta engloba y enmarca todas las distintas manifestaciones del ser humano. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) la define como el “conjunto de rasgos distintivos, espirituales, materiales, intelectuales y afectivos, que caracterizan a una sociedad o a un grupo social y que abarca, además de las artes y las letras, los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”. Me permito escribir estas líneas para hablar específicamente de las artes como manifestación cultural.
Para Vargas Llosa, los lineamientos de masificación y frivolización impregnan a todas las artes, el periodismo, los medios de comunicación, la política, etcétera. “En nuestros días, lo que se espera de los artistas no es el talento, ni la destreza, sino la pose y el escándalo” (Vargas Llosa, 2012, p. 49).
Como parte de una comunidad artística, el autor de estas líneas está seguro que todos los que la integramos hemos sentido los estragos de esta nueva visión cultural. Ya sea en lo económico, en los espacios destinados al arte o en la docencia, los artistas sentimos que estamos desarrollando nuestras actividades bajo nuevos parámetros.
En el ámbito musical, cada vez más, las orquestas filarmónicas tienen que adecuar sus contenidos e incursionar en tocar diferentes géneros, para garantizar así ser exitosa al atraer a más gente. Con una búsqueda rápida por la web, podemos encontrar Orquestas “Filarmónicas” dedicadas a un sólo género, como el pop. Como parte de una frivolidad cultural de la que habla Mario Vargas Llosa. ¿Son entonces justificables las agrupaciones musicales preparándose a distancia y en el mismo día del evento?
Reflexionando en la tesis de Mario Vargas Llosa, pareciera que en la actualidad las expresiones artísticas no sólo buscan llegar a un espectador receptivo, sino además a un público que hace las veces de cliente.
¿Ahora existe una clientela cultural? ¿Debe el arte buscar la satisfacción de sus clientes? ¿Debe el arte preocuparse por vender un producto? ¿Debe el arte preocuparse por tener ventajas competitivas?
Estoy seguro que en cada disciplina artística sus miembros intuyen esta nueva realidad cultural y tratan de comprenderla día con día. Es claro que la innovación es el camino para generar un acercamiento diferente hacia las reglas impuestas por una nueva realidad cultural. Sin embargo, en el camino hacia la innovación, las instituciones culturales y sus miembros no deben de perder el origen de su quehacer artístico, ni el público olvidarla. Ahora más que nunca, las instituciones culturales deben cuidar su identidad.
Hacer arte, es aprender un oficio. Y aprender un oficio y enseñarlo es quizás la manifestación más antigua en una colectividad humana que busca perpetuar sus creencias, concepciones morales, su saber y sus técnicas (Chateau, 1959). Más que una forma de educación, presenciar una expresión artística nos hace partícipes de una iniciación sobre el que sabe hacer algo fuera de lo ordinario y lo comparte con los demás. El artista busca trascender. ¿Acaso no es eso lo que buscamos todos como seres humanos? Trascender con nuestros actos, con nuestra familia, en nuestros trabajos, etcétera.
Cuando asistimos a una manifestación artístico-cultural, el público reconoce y percibe el esfuerzo que conlleva la acción, el trabajo y la creatividad. Ve en el artista su anhelo de trascendencia y se identifica con él. El artista, aunque egocéntrico, siempre busca estar por encima de su realidad y sus semejantes. El artista no es parte de la cultura de una forma pasiva, sino que la transforma a cada momento con sus manifestaciones.
El arte inspira a trascender y el artista nos afirma que esto es posible. Si en verdad vivimos en una “Civilización del espectáculo”, estoy convencido que ésta tiene fecha de caducidad. El hombre no puede huir siempre de sí mismo.
arq